A LOS 80 AÑOS, RETIRADO DE LOS ESCENARIOS Y CON EL PREMIO PRINCESA DE ASTURIAS A LAS ARTES EN EL HORIZONTE, EL CANTAUTOR CATALÁN ES UN FARO QUE SE ENCENDIÓ HACE SEIS DÉCADAS Y SIGUE ILUMINANDO AL MUNDO DE LA MÚSICA EN ESPAÑOL. AQUÍ, UN REPASO POR SU BIOGRAFÍA, HECHA DE CANCIONES, COMPROMISO Y COHERENCIA ARTÍSTICA.
“Estoy feliz y orgulloso por recibir el Premio Princesa de Asturias. Lo comparto con todos los que me han ayudado y me lo dedico a mí.” Con 80 años, y retirado definitivamente de los escenarios, Joan Manuel Serrat hoy disfruta a tiempo completo de su familia y de la naturaleza a la que tanto le ha escrito y cantado. Y agradece así, con simpleza y gracia, lo que sucederá el 24 de octubre próximo en Oviedo, cuando reciba el premio que otorga la heredera del trono español. Una distinción que enrolla un ovillo cuya punta comenzó a desenredarse hace 60 años.
Joan Manuel Serrat Teresa nació el 27 de diciembre de 1943 en Barcelona y se crio en el Poble-sec, un barrio ubicado entre las laderas del Montjuic y la Avenida del Paralelo. Ese rincón sur de la ciudad hoy es top para rentistas temporarios y turistas, pero en aquellos momentos era “zona de tránsito entre la ciudad y el campo (…) con arquitectura un tanto de aluvión, pero de aluvión detenido en la preguerra”, al decir de Manuel Vázquez Montalbán en el primigenio “Serrat” (Ed. Júcar, 1973).
De madre aragonesa y padre catalán (mestizaje definido por una palabra: charnego), “Juanito” creció a la sombra de la posguerra: su madre perdió parientes en la contienda y su padre tenía inclinaciones anarquistas. Pero vivir en el bando de los derrotados por el franquismo tenía como contrapeso la unión familiar, cifrada en una dinámica que incluyó una educación forjada en todos los niveles escolares, de la primaria a la universidad.
Cuando fue tiempo de cumplir la inevitable convocatoria al servicio militar, entre guardias y fusiles, el muchacho se interesó por la lectura y empezó a bosquejar sus primeros versos. En 1960 recibió de manos de su padre su primera guitarra. Y, con ese regalo, algo que no imaginaba: una vocación.
CANTARES Y DECIRES
“Yo creo que el amor a un trabajo se te llega a despertar al cabo de un tiempo que llevas haciendo ese trabajo”, decía Serrat en una entrevista al diario El País, en 2004. Era un hombre en sus 60 que miraba las cuatro décadas precedentes con ojos todavía asombrados. ¿Y qué veía? A ese chico que había llegado a los veinte en diciembre del 63 y que al año siguiente compondría sus primeras canciones en catalán, donde reflejaba sus vivencias de muchacho barriobajero, con músicas inscriptas en una tradición(la copla oída en la radio, el tango que silbaba su padre) envolviendo poesías que describían experiencias amorosas incipientes o postales de familia.
Cuando tuvo el suficiente coraje para mostrarlas en Radio Barcelona, el presentador Salvador Escamilla dio su OK y en 1965 grabó un EP con cuatro de esos temas. Enseguida pasó a integrar el movimiento Nova Cançó, que reivindicaba desde la canción un idioma combatido con fiereza por la dictadura. Y fue en ese colectivo donde, a pesar de estar rodeado de grandes talentos, su carisma lo ubicó un paso adelante del resto. La repercusión de “Ara que tinc vint anys” (“Ahora que tengo veinte años”), esa declaración de principios hecha canción, le hizo entender que la época del amateurismo y el dedicarse a la música “como simple pasatiempo y para ver si algún cantante se decidía a incluir mis canciones en su repertorio”, había terminado. Era 1966 y la cosa iba en serio.
No es sencillo explicar lo que pasó con el Noi del Poble-sec a partir de la salida de su tercer EP, en 1967. El muchacho que les cantaba a las cosas cotidianas hechizó a España con su porte, su voz y ese modo único de llevar –otra vez Vázquez Montalbán– “la cultura del barrio en el alma”. Fue el mismo año de su primer recital en solitario en el Palau de la Música Catalana, el de la salida de dos canciones que lo acompañarían toda la vida (“Cançó de matinada” y “Paraules d’amor”) y el de su primer larga duración. Toda España hablaba de él.
Pero en 1968, con el conflicto de Eurovisión (propuso entonar en catalán la canción que representaría a España en el certamen, negándose a hacerlo en español), la magia se rompió y lo vetaron –a él y su música– en TV y radio. Temprano lo alcanzó la oscuridad en la que estaba sumida España: claro que cantaría en castellano(y, como es sabido, escribiría como pocos en esa lengua), pero sería cuando él lo decidiera.
EN TERRENO DE LA CANCIÓN
El poeta y escritor español Luis García Gil abre su libro “Serrat, canción a canción” (Ed. Ronsel, 2004) parafraseando a Umberto Eco, quien definió como “canción diversa” a aquella alejada del estereotipo de la canción de consumo, para luego extrapolar el concepto a la obra del catalán: “La canción deja de ser en estos casos un arte efímero y se convierte en un género de altas calidades emocionales y expresivas donde lo literario y lo musical se engarzan con resultados muy apreciables”.
Podría decirse que Serrat cumplió con esos preceptos desde los comienzos. Y que cuando se entregó a la canción en castellano a partir de su primer LP en español (“La paloma”, 1969) empezó a delinear un núcleo temático propio que le abrió un mundo nuevo (ampliado con tópicos como el sarcasmo, la crítica social y la ecología,) para luego replicarlo en su obra en catalán.
Más deudor de músicos como Jacques Brel o Georges Brassens (y antes, de Aznavour) que de contemporáneos como Dylan o los Beatles, decidió musicalizar a Antonio Machado y Miguel Hernández (dos poetas maldecidos por el franquismo) en un gesto de españolidad rebelde, a la vez que en discos como “Mi niñez” (1970) y el imprescindible “Mediterráneo” (1971) se consumaba como un arquitecto de canciones perfectas.Una dualidad (la de bucear en la obra de otros para expandir la propia y viceversa) que practicaría varias veces a lo largo del tiempo.
Convertido en estrella, guapo y pelilargo, hizo también un camino paralelo a la música: probó con el cine (protagonizó tres películas olvidables), se mezcló con la intelectualidad burguesa de izquierda, esa Gauche Divine que fatigaba noches en la discoteca Bocaccio en épocas en las que su adorado Barça no ganaba nada, y, cimentando una posición de artista comprometido con su tiempo (un sello de distinción que lo acompañó toda su vida), criticó al franquismo desde adentro (fue uno de los artistas que se encerró en un monasterio de Monserrat para protestar por el llamado Proceso de Burgos) y desde afuera (tuvo que exiliarse en México un año y medio hasta 1976 por declarar en contra de la pena de muerte).
LA ERA DE LA MADUREZ
De vuelta a su terreno, el Serrat de mediados de los 70 y parte de los 80 ofreció brillanteces: los discos “Canción infantil”, “… Para piel de manzana”, “1978”, “En tránsito” y “Cada loco con su tema” son, en su disparidad, dignos continuadores de las cumbres alcanzadas en los principios de la década anterior. Expresiones de una mediana edad donde también definió su vida familiar (se casó en 1978 con Candela Tiffón, con quien tuvo dos hijas, María y Candela, hermanas de Queco, nacido en 1969 de su relación con Mercedes Domenech) y consolidó su estatus de leyenda hecha realidad al regresar a la Argentinatras siete años de ausencia.
Había arribado por primera vez al país en el verano de 1970, en el marco de su debut en Latinoamérica, ya con su imagen de la época, alejada del señorito atildado de los 60 y mucho más aprovechadora de su belleza física, con un look casi rocker, dando comienzo a un romance de ida y vuelta que solo se vio interrumpido por la última dictadura militar. La relación retomó su cauce en 1983, le dio un apodo (Nano), grandes amigos y sus mejores escenarios (actuó en el Colón y en la Plaza del Congreso). Volvió a verlo cada vez que estuvo de gira (incluso acompañado, como en su celebrada sociedad con Joaquín Sabina) y culminó –o puso pausa, nunca se sabe– en noviembre de 2022, con el show final del tour despedida.
En las dos décadas que separan sus discos más terrenales de este momento de celebraciones y balances, hubo destellos de genio (puntualmente “Mô”, su último álbum de material enteramente propio, de 2006, y su regreso a Miguel Hernández en 2010 con “Hijo de la luz y de la sombra”), un cáncer de vejiga que quedó atrás y hasta una prolongación de la notoriedad del apellido a manos de su nieta, la actriz, cantante e influencer Luna Serrat, por medios que, sin ser otros en esencia, difieren en mucho de aquellos de los que se valió él para dar a conocer quién fue, quién es y quién será. Sucede con las leyendas: el tiempo está siempre a su favor.
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