Hay que remontarse hasta finales de 2001 y principios de 2002, en medio del caos de los cinco presidentes en once días, para observar caídas de dimensión semejante en los ingresos, el consumo de alimentos y la producción industrial.

Parte de la “clase media” suele ser engañada por su propia autopercepción y deseo. Unos quisieran ser estadounidenses, otros han sido sustentados en la idea de que residen en un país europeo, no latinoamericano. Muchos son empleados de oficina, docentes, comerciantes, técnicos, emprendedores o empresarios pymes. Reclaman para sí ese lugar social al otro lado de los pobres. Milei los ha sentenciado a un nuevo grupo social, por ahora vago y difuso. En este momento se acercan a una condición que queda más cerca del pobre que del rico.

A pesar de considerarse “clase media”, sus ingresos no están entre medio de los ingresos de ricos y pobres. En este momento, “clase media” parece una alegoría, un retrato del pasado en el pensamiento de muchos ciudadanos aspiracionales. Lo cierto es que, aunque nunca se sintieron trabajadores, lo son, y han sido muy maltratados por las políticas del gobierno.

Además, Milei ha establecido que hay “gente de bien” y Espert habla de “pecadores”. Una gran ensalada de un grupo de profesionales extremadamente incultos y poco lectores de La Biblia y la Torá. Milei ignora que el plan “clase media”, es funcional a los objetivos que persigue. La diferencia es que hoy toda la familia sabe leer y escribir, así que la “gente decente”, es bastante voluminosa.

La clase media fue muy importante para apoyar el proyecto de país liberal. Caputo y Milei, poco inclinados al pluralismo, la democracia y la búsqueda de consensos, arengaron que la Argentina desperdició una gran oportunidad hace 100 años. Según ellos, éramos el país que teniéndolo todo fracasó. Desde los primeros lugares del ranking hasta el lugar actual número 140. Sencillamente impresentable.

Generación del ’80

La generación del ochenta refiere a escritores e intelectuales como Paul Groussac, Miguel Cané, Eduardo Wilde, Carlos Pellegrini, Luis Sáenz Peña y Joaquín V. González y a una élite gobernante conformada por Julio A Roca, Miguel Juárez Celman, Carlos Pellegrini, Luis Sáenz Peña, José Evaristo Uriburu, Manuel Quintana, José Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña. Unas pocas familias ricas de doble apellido, ningún “apellido gringo” desertor de la primera ni de la segunda guerra mundial.

Hacia 1880 se conformaba la unidad nacional bajo la dirección de gobiernos en los que el poder total estaba en manos de pocas personas de la misma clase social. Bartolomé Mitre oficiaba como representante de las minorías. Ahora ese rol lo desempeñan Macri y Milei, con total ausencia de decoro. Mitre era escritor, político y militar.

Sin embargo, existen algunas coincidencias. Mitre fue presidente y su política combinó una economía librecambista y de represión para sostener un proyecto económico. Se suponen unos 5.000 muertos, en un país que apenas llegaba a 1.500.000 habitantes. La historia oficial lo ignora supinamente, dado que su principal redactor fue, precisamente Bartolomé Mitre. Mitre no volvió a gobernar, pero siguió en las sombras como operador político influyente y su aporte a aquella minoría rica pasó a ser fundamentalmente ideológico.

“Éramos una super potencia con el ingreso per cápita más alto a finales del siglo XIX y principios del XX”. En aquel país añorado no existían derechos de ningún tipo, la tasa del analfabetismo era altísima y había pocos habitantes. Aunque no existen estadísticas serias, cualquier PBI, con un denominador de 1.500.000, da como cociente un PBI per cápita altísimo.

Ni hablar de cómo estaba distribuido el ingreso, solo decir que los expertos en historia económica, explican que hace 100 años el 88 por ciento del consumo lo explicaba una pequeña porción de la ciudadanía. Volver a ese país actualmente implicaría un ingreso per cápita de 266.000 dólares, 4 veces el PBI per cápita de EE.UU. Claro que es una chanza, en la ecuación soñada por Benegas Lynch sobrarían 45,5 millones de habitantes. En aquel entonces los que ponían nombre, “los nosotros”, se pensaban una clase culta y “los otros” eran de clase inculta.

Disparo en los pies

El cambio de aquella sociedad argentina lo fue promoviendo la élite con nuevas actividades laborales y económicas entre 1860 y 1930, no destruyendo empleo sino creándolo. No querían emprendedores, querían empleados. Los asalariados aumentaron y fueron esperanzados con convertirse en sectores medios: empleados de comercio, bancarios, recepcionistas, cadetes, supervisores, secretarias, encargados y jefes. En 1869, había 12 mil empleados de comercio; en 1914 eran 95 mil.

El crecimiento del sistema educativo, y no su destrucción, fue lo que generó maestros, celadores, profesores y directores. Los docentes pasaron de 2.300 en 1869, a 31 mil en 1914 –13 veces y media más en los 45 años que se evocan con nostalgia–. En 1869, 22 habitantes de cada 1.000 florecían como emprendedores y solo había 38 librerías; había 439 abogados, 458 médicos, 70 arquitectos y 194 ingenieros. En 1914 eran 37 profesionales por cada 1.000, un aumento del 68 por ciento.

Ya había 173 mil comerciantes no demasiado grandes, 30 mil almacenes minoristas de comestibles y bebidas y 330 mayoristas. Había 5 mil carnicerías, 1.600 zapaterías, 1.700 farmacias y 1.600 librerías. El censo de 1895 contaba 22 mil establecimientos de varios tamaños y en 1914 ya existían 49 mil. Había 19 mil industrias panaderas, sastrerías, tintorerías, zapaterías a medida, peluquerías, herrerías, carpinterías e imprentas. A esos profesionales, hombres de negocios, emprendedores, comerciantes, se los alentaba, no se los destruía.

En 2024, caen las posibilidades del trabajador autónomo: vendedor, intermediario, gasista, plomero, electricista, oficial albañil, yesero, autopercibidos clase media. Los trabajadores en relación de dependencia ya son mayoritariamente pobres, pero todavía pueden perder el empleo. Muchos que votaron a Milei están decepcionados.

Finalmente, en 1869 el 11 por ciento de la población argentina era clase alta y media, mientras que en 1914 llegaba al 30 por ciento. La contracara del crecimiento de la clase media, era que había menos pobres o “clientela potencial”, según la visión de la cuadrilla ideológicamente gobernante.

Fue Gino Germani en La estratificación social y su evolución histórica en Argentina quien demostró que en la Argentina del tatarabuelo de Milei y Macri hubo una incipiente movilidad social ascendente, aspiracional, que nunca quiso ser confundida con la sociedad choriplanera, la que se queja del “plan descansar”, sus hijas no se embarazan para recibir subsidios, ni sus hijos son vagos o villeros. A ese grupo social está atacando Milei y se lo va a poner “de sombrero” como De la Rúa y Cavallo.

No resulta para nada clara la relación entre el actual proceso de cambio que viene a generar más pobres y menos ricos respecto de los discutibles referentes del gobierno libertario.

La situación para quienes se autoperciben “clase media” se ha convertido en un verdadero infierno. Están experimentando la “movilidad social descendente”, libremente. Entre 1869 y 1914, los tiempos felices que evocan Milei y Caputo, la cantidad de propietarios creció fuertemente. En 2024, los jóvenes que no heredaron, ni siquiera podrán alquilar un monoambiente y muchos regresarán a casa de sus padres. El gobierno eligió un enemigo muy virulento. Con este panorama, Milei puede irse más rápido de lo que llegó.

Estrategia liberal

La estrategia liberal consistió en hacer que los pobres ganaran un poco más, eso hizo que pudieran acceder a un estilo de vida y de consumo más alto, lo que contribuyó a que algunos desclasados se sintieran superiores, identificándose con los de más arriba.

La “clase media” fue un proyecto de grupo social diferenciado para levantar barreras que aislaran a los pobres en dos clases. Existió toda una operación político-cultural que resignificó a una parte de quienes eran pobres y se creían superiores. La idea era alejarlos de la lucha en las calles. Hoy resulta que Milei viene a sacar a la calle a los estudiantes y profesores. Milei y Benegas Lynch no entienden las estrategias usadas por las figuras que evocan.

El racismo previo mermó la presencia heterogénea de mestizos, negros, mulatos e indios. Esos blanquitos pinta de europeos, cuyos abuelos descendieron de los barcos, son los que salieron a marchar el 23 de abril. Es lo que supieron conseguir los liberales. Otra vez en la calle “el ciudadano ideal, deseable y razonable”, el argentino que deseaban, esta vez sale a pelear en contra de la supremacía blanca pandillera.

La distintiva identificación argentina tenía que ver con la cultura civilizada. Los nietos de quienes compraban trajes en Modart, Casa Muñoz y usaban Aqua Velva, adquirían electrodomésticos Westinghouse y Frigidaire. No es como dijo González Fraga “les hicieron creer que podían …” o Belocopitt, que dice que la prepaga es para una elite de 7 millones.

Frank W. Elwell ha definido a la elite como “hombres y mujeres situados en las más altas posiciones de las instituciones dominantes de una sociedad y que, en consecuencia, ostentan un enorme poder”. La clase media que hizo rico a Belocopitt, ahora es ironizada. Cuán poco leídos son estos gobernantes y empresarios que evocan a los clasificadores originarios, pero proceden como ignorantes y groseros.

Milei finalizó la etapa de introducción liberal-libertaria habiendo aplicado ya todo tipo de dirigismo, estatismo e intervencionismo. Ahora deviene sucesor de la “demagogia gorila” macrista. Estos choznos de Mitre, no de Alberdi, están matando a los nietos de la centenaria “gente del consumo elegante y distinción”, “de buena presencia”, “de cultura decente”.

Están intentando lapidar a los estudiantes universitarios, profesores, maestros, directoras, bancarios, empleados públicos y privados de oficina. Están bombardeando a la burguesía que quiere progresar, trabajar y ahorrar, vinieron a decirles que vendan los dólares, burlándose en sus caras.

Una vez más, está claro que el mercado no puede crear vínculos, ni innovación social; solo promesas evanescentes que engendran satisfacciones pasajeras y frustraciones rápidas, sencillamente porque opera mediante la lógica de precios, nunca de los valores. El mercado trabaja únicamente para lograr su propósito: generar ganancias empresarias y personales.Cuando hayan alcanzado el segundo objetivo, se van.

Director de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado UBA, Master en Política Económica Internacional y Doctor en Ciencia Política. @pablotigani