Por Geraldina Colotti, La Giribilla
Así escribió William Shakespeare (se pide perdón por la traducción aproximada): “Denme un traje de tonto/, Todo lo que quiero es una chaqueta multicolor/. No hay otro vestido en el mundo/. Entonces denme mi traje de tonto/. Dame permiso para decir lo que pienso…/ Y limpiaré de un extremo al otro/ el cuerpo impuro de este mundo infecto”//.
El 6 de enero de 2021, un tipo tatuado y con cuernos, cubierto con una piel de bisonte, encabezó el asalto al Capitolio, el templo sagrado de la democracia estadounidense. Entonces supimos que se trataba de Jake Angeli, 32 años, de origen italiano, no ajeno a escenografías de este tipo. Un adepto de la organización de extrema derecha QAnon, una secta de supremacistas blancos, como los Proud Boys y los Boogaloo, que interpretan el mundo a partir de conspiraciones cósmicas que solo ellos serían capaces de desentrañar. Milicias paramilitares, racistas y violentas, a las que Donald Trump dio voz, y que utilizó para “sugerir” el asalto al Capitolio, sede del Congreso de Estados Unidos, que acabó con la muerte de cuatro personas y una protesta similar a una insurrección.
Una irrupción cómico-grotesca que, más allá de las intenciones de los participantes, puso al descubierto a su manera los mecanismos que sustentan la “democracia” norteamericana, tan perfecta que hubo que exportarla con ruido de bombas a pueblos que no la conocen. Una grieta que no se ha cerrado, porque los cuernos trumpianos vuelven a planear sobre el sistema —legal y electoral— ahora que su ídolo, Donald Trump, ha sido declarado culpable de 34 cargos: por haber falsificado documentos de la empresa en relación con el pago de 130.000 dólares a la estrella porno Stormy Daniels.
Poco antes de las elecciones presidenciales de 2016 ocurrió este escándalo que, según el juez Juan Merchan, el magnate ocultó para influir en el resultado electoral. Se trata de una sentencia histórica, dictada por primera vez contra un presidente estadounidense. Podría acarrear hasta cuatro años de prisión por cada delito, pero esto —según la Constitución estadounidense— no le impediría ocupar cargos públicos, incluido el de presidente. Una excelente idea satírica, teniendo en cuenta el papel de gendarme mundial que desempeñan los Estados Unidos, dispuestos a imponer ilegalmente medidas coercitivas unilaterales a presidentes y Estados considerados “terroristas” y narcotraficantes.
Lamentablemente, sin embargo, no solo la realidad ha superado a la ficción, sino también la sátira, que en los países occidentales ha domesticado la irreverencia, atrapada entre el neomacartismo y la ley de “igualdad de condiciones” (la par condicio). Basta navegar por las redes sociales, o recordar el arraigo que han tenido las teorías conspirativas durante la pandemia, para darse cuenta de ello. Como explica Ignacio Ramonet en el volumen La era del conspiracionismo, las teorías conspirativas han cobrado una fuerza nunca antes vista, convirtiéndose en armas ideológicas y políticas, cuya difusión se multiplica gracias a las redes sociales.
“… los cuernos trumpianos vuelven a planear sobre el sistema —legal y electoral— ahora que su ídolo, Donald Trump, ha sido declarado culpable de 34 cargos: por haber falsificado documentos de la empresa en relación con el pago de 130.000 dólares a la estrella porno Stormy Daniels”.
La sustitución del análisis concreto de hechos históricamente determinados por teorías de la conspiración, que sospechan planes ocultos detrás de cada comportamiento, ha descubierto en todas las latitudes la caja de Pandora. Como se vio durante las últimas elecciones europeas, el regreso del neofascismo —una respuesta distorsionada a la crisis estructural del modelo capitalista— también está alimentado por la exploción manifesta de teorías y prácticas, tanto irracionales como grotescas.
Así, aquello que la Inteligencia norteamericana ha definido desde hace tiempo como “un peligroso grupo supremacista blanco”, los Proud Boys, activos en Estados Unidos y Canadá, son definidos por Trump como “patriotas”. Otro movimiento de extrema derecha cercano al neonazismo es el de los Boogaloo Boys, a menudo organizados en forma de milicia armada, cuyos líderes esperan una segunda guerra civil estadounidense. Este grupo de ultralibertarios y antigubernamentales desfila con ametralladoras automáticas y camisetas hawaianas.
Nació en 4chan, un portal de imágenes “memes” utilizado principalmente por hombres jóvenes, principalmente de entre 18 y 25 años, y se puso en marcha en la sección que combina la obsesión por las armas de fuego con la del machismo, con la rabia contra las mujeres. El nombre tiene un tono autoirónico sobre la misma guerra civil que al grupo le gustaría revivir, cuando se refiere a “Civil War 2: Electric Boogaloo”, que a su vez recuerda a la fallida secuela de 1984 Breakin’ 2: Electric Boogaloo.
El grupo se manifestó violentamente por la libertad de portar armas, apelando a la “segunda enmienda”: la misma que se le niega al periodista Julian Assange, en prisión por haber ejercido el derecho a la libertad de expresión.
En el mismo caldo de cultivo nacieron los Célibes Involuntarios (Incels), hombres que odian a las mujeres y ven el feminismo y la lucha por la igualdad de género como un complot para subyugar a los hombres. Y en las redes sociales se ha extendido la secta QAnon o la llamada teoría de la conspiración Pizzagate, según la cual Biden y el “Estado profundo” han tramado un complot secreto para neutralizar a Trump, y que ahora tiene un nuevo capítulo en su condena.
La teoría de la conspiración también tuvo su propia variante “de izquierda” durante la pandemia, síntoma de la impotencia frente a “la sociedad del control”, pero también síntoma de la ausencia de un partido comunista capaz de orientar la protesta hacia una crítica al modelo capitalista, a la privatización criminal de los servicios de salud, al poder de los monopolios y capaz de reivindicar los derechos, y no de favorizar visiones irracionalistas. Visiones que, en Italia, fueron rápidamente recuperadas por la extrema derecha que gobierna, pero que existen en la mezcla ambigua de quienes, con el pretexto de criticar, por ejemplo, el interclasismo de un cierto feminismo burgués, acaban volviendo a proponer la misoginia conspirativa de Incel.
“El supremacismo blanco se vuelve a proponer abiertamente en Europa, ya sea como una supuesta defensa de las fronteras contra la ‘invasión de inmigrantes’, o contra el Islam, o contra ‘otras’ culturas que atacarían a la ‘raza blanca’ (…) o se presenta de maneras más sutiles, para limitar el multiculturalismo, la diversidad y la libertad de las mujeres”.
Con el pretexto de criticar “la ideología de las ONG”, estas visiones aparecen también en el rechazo a los inmigrantes y en formas de nacionalismo “patriótico”, incongruentes en un país imperialista y neocolonial.
El supremacismo blanco se vuelve a proponer abiertamente en Europa, ya sea como una supuesta defensa de las fronteras contra la “invasión de inmigrantes”, o contra el Islam, o contra “otras” culturas que atacarían a la “raza blanca” —porque, como Oriana Fallaci escribió, “los hijos de Alá se reproducen como ratas”— o se presenta de maneras más sutiles, para limitar el multiculturalismo, la diversidad y la libertad de las mujeres.
Como se recordará, la teoría de la supuesta amenaza judía a la civilización blanca fue una piedra angular del nazismo que, para defender la “raza aria”, planeó el exterminio de los “no arios” y de los “defectuosos”, anticipado por la sistemática represión de la disidencia interna. Posturas delirantes apoyadas, en Italia, patria del fascismo ahora reintroducido en el Gobierno, por un tal general Vannacci, que quisiera volver a encerrar a los discapacitados y exterminar a los homosexuales. Candidato independiente en el partido de Matteo Salvini, la Liga, el personaje fue electo con más de 500.000 votos.
Un personaje —y lamentablemente no es el único entre los que circulan por el Parlamento Europeo— que inspiraría la sátira sin igual de Charlie Chaplin, o los cómics de Sturmtruppen, o recibiría la respuesta del gran comediante Totò al nazi que ondeaba bajo su nariz su “carta blanca” para poder bombardear un país lleno de desplazados: “¡Con esa, límpiese el culo!”.
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