Por: Luis Hernández Navarro
Noam Chomsky (Estados Unidos, 1928) es sin duda, incluso para sus detractores, una figura de gran relevancia en el pensamiento político de nuestro tiempo. Lingüista, filósofo, historiador, escritor, catedrático universitario y mucho más, todo con un alto nivel de rigor, es también un incansable activista por los derechos humanos y un agudo crítico de los excesos de los Estados. Este artículo presenta y comenta sus principales ejes de pensamiento y su presencia en nuestro país, entre otras cosas, mediante sus artículos en este diario.
La historia como novela
Noam Chomsky –escribió Normal Mailer en 1968, en el libro Los ejércitos de la noche– es un hombre de rasgos angulosos y expresión ascética, que irradia una suave pero absoluta integridad moral. Está considerado como un genio en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) por sus contribuciones a la lingüística.
El profesor y el escritor compartieron una celda en la que los retretes dejaban mucho que desear y las tazas de café eran pobres en octanos, en una prisión en Occoquan, Virginia. Los catres en los que pasaron la noche estaban contiguos. Ellos eran parte del millar de manifestantes detenidos en Washington a lo largo de treinta y dos horas de protestas en contra la guerra de Vietnam y el reclutamiento militar el viernes 20 de octubre de 1967.
A pesar de ser sólo un aficionado a la lingüística, el autor de Los desnudos y los muertos buscó esa noche tras las rejas comenzar una charla con el padre de la gramática generativa sobre esta disciplina. Se aclaró la garganta, pensó en alguna pregunta introductoria, pero nunca surgió el estado de ánimo adecuado para sostener una conversación de este tema en una situación así. En lugar de eso, platicaron sobre la jornada de lucha, sus detenciones y cuándo serían puestos en libertad. Según Mailer, el doctor “parecía muy inquieto ante la posibilidad de faltar a su clase el lunes”.
En La responsabilidad de los intelectuales, publicado en 1967, Chomsky narró su experiencia en la toma del Capitolio y su detención. Cuenta allí: “fui arrestado por un alguacil federal, presumiblemente por obstruir a los soldados. Fuimos mantenidos en un carro policial durante una hora o dos con las puertas cerradas, y sólo unos pocos agujeros para la ventilación. Debo admitir que sentí alivio al encontrar en el dormitorio de la prisión a gente que he respetado por años –Norman Mailer, Jim Peck, David Dellinger y otros. Creo que era tranquilizador para muchos de los muchachos allí, el poder sentir que no estaban totalmente desconectados de un mundo que conocían y de gente que admiraban. Era conmovedor ver que jóvenes indefensos que tenían mucho que perder estaban dispuestos a ser encarcelados por sus creencias.”
Su participación en las protestas era consecuencia lógica de su trayectoria contra la guerra. “He probado varias cosas –hostigar a congresistas, hacer antesalas en Washington, dar conferencias en fórums locales, trabajar con grupos estudiantiles en los preparativos de protestas públicas, manifestaciones, teach-ins, etcétera, en todas las formas adoptadas también por otros muchos. El único aspecto en el que he avanzado algo más, personalmente, es la negativa a pagar la mitad de mis impuestos el año pasado y éste. Creo que hay que negarse a participar en cualquier actividad que ayude a la agresión norteamericana –rechazo a los impuestos y al reclutamiento, al trabajo que pueda ser usado por las agencias del militarismo y la represión, todos me parecen esenciales.”
Ya encarrerados, Chomsky, Mailer y el poeta Allen Gingsberg se sumaron a una declaración
en la que se reconocían culpables de ayudar e incitar la resistencia al reclutamiento. Al hacerlo, cometían un delito grave por el que se les
podía condenar hasta por cinco años de cárcel.
Porto Alegre
Incansable, treinta y cinco años después de la marcha sobre el Capitolio, el último día de enero de 2002, en Porto Alegre, Brasil, a 8 mil 100 kilómetros de distancia, el autor de ¿Quién domina el mundo?, fue invitado a dar la conferencia de prensa previa a la inauguración del segundo Foro Social Mundial (FSM), espacio de convergencia a una parte de la izquierda en lucha contra el neoliberalismo. Se vivía entonces, en toda su intensidad, la convulsión política y social precipitada por el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York del 11 de septiembre del año anterior.
Poco antes de asistir el encuentro, Chomsky explicó así su presencia en la nación brasileira: “Dos reuniones tienen lugar prácticamente al mismo tiempo. Una es la reunión de Davos de los Amos del Universo. La segunda es el Foro, que se reúne juntando a representantes de organizaciones populares de todo el mundo, cuya concepción de lo que necesita el mundo es bastante diferente de la de los Amos… Ninguno de los dos grupos, por supuesto, es elegido por voto popular (una acusación presentada constantemente por los Amos y sus acólitos contra el Foro, pero que es obviamente aplicable al grupo de Davos)… A mi juicio, la esperanza de un futuro decente está substancialmente en manos de los que se reunirán en Porto Alegre y otros como ellos.”
Pasadas las cuatro de la tarde del 31 de enero, el profesor del MIT llegó al auditorio del Palacio Municipal de Porto Alegre, escoltado por el gobernador del estado de Río Grande del Sur. El recinto estaba abarrotado. Fue recibido con una gran ovación. El presentador hizo una semblanza académica del hombre que en ese momento tenía setenta y tres años y no había dudado en señalar al gobierno de su país como terrorista.
El profesor Chomsky tomó la palabra para contestar preguntas de los periodistas durante una hora. Comenzó su intervención señalando que frente a él se encontraban muchos micrófonos pero que, de acuerdo con el espíritu del foro, debían apuntar a otra dirección: necesitaban mirar hacia el público.
Estaba de moda llamar “globalifóbicos” a quienes luchaban por otro mundo, como una forma de descalificación. El lingüista rechazó que el FSM fuera una iniciativa contra la globalización. Según él, nadie en el altermundismo estaba contra ella. Puso como ejemplos el movimiento obrero, que comenzó su existencia moderna impulsando la formación de una internacional de los trabajadores, y los grandes sindicatos que hoy en día tienen dimensión planetaria. Todo movimiento popular y progresista –explicó– ha tenido como objetivo formar un movimiento de solidaridad e interacción internacional. Y esto es globalización, pero en el interés general de la población.
En contraste, afirmó sobre el Foro de Davos: “El verdadero foro contra la mundialización se está realizando en otro lugar, no aquí. Está tratando de evitar el desarrollo de un movimiento popular. Está procurando impulsar una forma de globalización que va contra los intereses de la población. Esto sucede en instituciones ilegítimas que tienen mucho poder.”
Analizó cómo desde ese foro se promueve una dimensión ideológica de la lucha de clases, que tiene como una de sus expresiones el uso de los conceptos con propósitos equivocados. Y precisó: “Ellos quieren que por globalización se entienda un tipo específico de globalización: la orientada por los intereses de las grandes corporaciones.” En cambio, el Foro de Porto Alegre es la materialización de una mundialización distinta, orientada por los intereses de las grandes mayorías.
Al repasar la situación política que se vivía en Estados Unidos a raíz de los atentados del 11 de septiembre documentó cómo el dramatismo con que se vive la tragedia en Europa y Estados Unidos no puede hacernos olvidar que ambos mundos han cometido verdaderas atrocidades en contra de otros pueblos y culturas a lo largo de su historia. Enfático, reivindicó el valor de la desobediencia civil pacífica. Negó que el uso de la violencia tuviera utilidad para la lucha de los sectores más vulnerables de la sociedad. Desde su lógica, lo que más desean los centros de poder es que las fuerzas populares se metan a la arena de la violencia. Es allí donde son más fuertes.
El profesor
El profesor Chomsky nació en 1928 en Filadelfia dentro de una familia judía, única en un barrio de irlandeses y alemanes. Pasó mucho tiempo en la biblioteca pública del centro de su ciudad natal. Ahí leyó la literatura marxista y anarquista que ahora cita. Algunos de sus parientes fueron parte de la inteligencia judía radical de Nueva York, e incluso varios militaron en el Partido Comunista. En ese entorno, con una fuerte influencia de la izquierda antibolchevique, y lecturas que incluyeron a autores como Karl Korsh y Anton Pannenkoek, se formó políticamente. Finalmente se acercó al anarquismo, interesado por la Guerra Civil Española.
Se asume como anarquista aunque considera que nadie posee en exclusividad el término. Para él significa “el esfuerzo llevado a cabo para minar cualquier forma de autoridad ilegítima, sea en el hogar, o entre hombres y mujeres, o entre padres e hijos, o entre empresas y trabajadores, o entre los Estados y los ciudadanos”.
En la década de los sesenta, enfrentó el dilema del tipo de vida que quería vivir. Tenía familia, vida privada y varias responsabilidades. En una entrevista explicó cuál fue su decisión: “Cuando me vi implicado en actividades políticas supe que no se acabaría nunca, que cada vez me exigiría más, que me traería consecuencias personales desagradables. Estaba consciente de que mi vida se vería seriamente afectada, pero tenía necesidad de dar algo, aunque supiera que las consecuencias serían negativas. Lo pensé una y otra vez, y al final, decidí jugármelo todo, debo decir que sin demasiado entusiasmo.” Así lo ha hecho hasta hoy en día.
El doctor abordó, a partir de entonces, el análisis y denuncia de los problemas de fondo de la política exterior estadunidense: el embargo a Cuba y las acciones terroristas de la administración Kennedy contra los cubanos; la guerra en Indochina; la carrera armamentista; las relaciones soviético-estadunidenses; el involucramiento de su país en el Medio Oriente y el papel de los intelectuales en estos asuntos. Sus raíces judías –que incluyen vivir en un kibbutz– no le han impedido comprender y apoyar la causa palestina.
El intelectual crítico
El autor de Estados fallidos fue un estudiante politizado que se hizo lingüista. Llegó a esta disciplina casi por accidente, por contactos con amigos radicales, uno de los cuales era profesor de esa materia. Desde entonces, camina simultáneamente en dos pistas. En una, mantiene un serio compromiso con los valores intelectuales y los problemas científicos que le conciernen. En la otra, apoya causas como la lucha contra el racismo, la opresión y el imperialismo.
Más que ser un dirigente político, Chomsky es, para muchos luchadores sociales, una referencia moral e intelectual, avalada por una vida congruente. Invariablemente hace el inventario de la infamia universal de las potencias y los poderosos. Parece tener más preguntas que respuestas. Documenta sus opiniones y análisis con sobreabundancia de pruebas. En su quehacer, el científico y el intelectual crítico se funden en una sola persona.
No es un orador apasionado, aunque sí incansable. En otras circunstancias podría resultar hasta anticlimático, pero sus auditorios lo escuchan con devoción. En la era del vértigo de las redes sociales y el multitasking, su público atiende sus charlas con paciencia y concentración inusitadas. En sus conferencias concluye con frecuencia diciendo: “No crean nada de lo que he dicho. Descúbranlo ustedes mismos.”
El pensador que reivindica al pedagogo John Dewey y al filósofo Bertrand Russell, crítico del postmodernismo filosófico, se convirtió en figura de un movimiento de renovación y ruptura de la izquierda. Personaje mucho más cercano al viejo anarcosindicalismo español (su primer trabajo a los diez años fue sobre la caída de Barcelona en la Guerra Civil) y a los valores del viejo mundo del trabajo, se transformó en fuente de inspiración para un movimiento antiautoritario que abreva en otras claves.
Insiste en la necesidad de estar informados y actuar, y en la capacidad para hacerlo. Rechaza que la comprensión sea facultad de iniciados. Apela a la racionalidad y al sentido común. Su fuente es el pensamiento cartesiano. Se opone a darle relevancia a lo irracional: al fundamentalismo religioso, a las teorías de complot para explicar todo, al fanatismo secular. Sostiene que, aunque el pensamiento racional no nos protege de la política autoritaria, la irracionalidad abre la puerta a las peores formas de autoritarismo.
Chomsky, México y La Jornada
Durante mucho años, las reflexiones de Chomsky parecieron no encontrar lugar entre las corrientes de pensamiento dominantes en la vida universitaria en México (marxismo ortodoxo, liberalismo y postmodernismo). Menos aún en las que, hasta 2018, eran las principales revistas culturales del país: Vuelta (Letras Libres) y Nexos. Muchas de sus referencias, fuertemente ancladas a la tradición estadunidense, son lejanas a nuestro entorno. Sus enérgicas críticas a la vida intelectual francesa se topan con un círculo de politólogos y científicos sociales que tienen lazos estrechos con esa tradición académica. Su anarcopacifismo parecía no encontrar interlocutores en el país.
A contracorriente de esta tendencia, Chomsky tuvo, desde 1991, cuando apareció su primer artículo en La Jornada titulado “El sistema de los 500 años y el nuevo orden mundial”, un espacio privilegiado en el tabloide. Desde entonces, en este medio aparecen artículos y entrevistas suyas (muchas realizadas por David Brooks y Jim Cason) con relativa frecuencia. Sus publicaciones en el diario, desde 1991 hasta noviembre de 2001, pueden encontrarse en el libro Chomsky en La Jornada, editado por Guillermina Álvarez.
Sus entrevistas ejemplifican algunas de las características centrales de su pensamiento: su negativa a responder a la evaluación de la retórica política del momento; su decisión de explicar la dinámica del sistema, no de los personajes; su determinación de no proponer soluciones, sino plantear preguntas; su convicción de que es necesario hacer las preguntas precisas para llegar a la verdad.
El maestro ha ganado varias veces el premio George Orwell por develar el doble lenguaje. Sus contribuciones son una muestra clara de esta hermenéutica: si el lenguaje es el vehículo del pensamiento, al falsificar el lenguaje se falsifica el pensamiento. Si uno de los logros del sistema de propaganda es despojar a las palabras de su significado, una de las tareas clave es devolvérselo.
La relación entre el periódico y el intelectual rebasa, con mucho, el de la prensa escrita con su fuente. No en balde vino a México en 2009 a festejar los 25 años del diario. Según el escritor, “en el periodismo, las opciones, el centro de atención, la concentración y el marco teórico son con mucha frecuencia bastante ideológicos. Las personas honestas lo reconocerán. Las menos honestas harán que parezca que están siendo objetivos. Uno de los mitos centrales de los medios de comunicación es que son objetivos y equilibrados. Esto es parte de su función de propaganda. Si los medios fueran honestos dirían: ‘Mire, éstos son los intereses que representamos y éste es el marco dentro del que vemos las cosas. Estas son nuestras convicciones y compromisos.’”
A partir de 1994, la recepción de su obra y pensamiento comenzó a hacerse cada vez más cercana. Su voz se fue convirtiendo en una referencia clave en sucesos de la vida nacional, como el alzamiento y la marcha zapatista o el Tratado de Libre Comercio (TLC), y en asuntos internacionales como el 11 de septiembre de 2001. En una entrevista realizada en este diario el 7 de noviembre de 1994, afirmó que la economía mexicana se encontraba sostenida en pies de barro e iba a colapsar. Así sucedió. Días después vino el famoso “error de diciembre”.
La congruencia y el rigor
El lingüista es ahora un intelectual querido y respetado en una parte muy importante de los movimientos populares y del mundo de la cultura en México. El aprecio que se le tiene va más allá del conocimiento de su obra. Sus visitas a México han sido relativamente escasas. Vino por primera ocasión en 1992, a una reunión del Foro por la Emancipación e Identidad en América Latina. Regresó en 2001 a la Universidad de Guadalajara. La UNAM le otorgó un doctorado Honoris Causa en 2010. En algunos centros de educación superior su obra forma parte de la bibliografía que los estudiantes deben leer.
El pensador molesta sobremanera a la derecha de nuestro país. Su creciente popularidad los enoja. Sus críticas a la política imperial estadunidense los enerva. En el ensayo titulado “You and Us”, capítulo del libro Perception and Misconceptions in U.S.-Mexico Relations, Enrique Krauze asegura que la intelectualidad y la clase política mexicana antiestadunidenses tienen en Chomsky, el gringo enojado, a su gurú.
El profesor del MIT ha analizado sin concesiones y en profundidad aspectos relevantes de la economía, la política y las luchas sociales en México. Ha expresado su opinión sobre el TLC, las maquiladoras, la rebelión zapatista, la lucha de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), la resistencia de Atenco, la guerra contra las drogas, el magisterio oaxaqueño o las muertas de Juárez. Con frecuencia se ha solidarizado con las movilizaciones populares más relevantes. Ha estampado su firma en diversos comunicados que denuncian represión gubernamental contra movimientos disidentes. Apenas en octubre de 2022, en una entrevista no presencial en la Feria del Libro en el Zócalo, criticó los megaproyectos que están destruyendo poblaciones indígenas y sus modos de vida en México y otros países.
El autor de Piratas y emperadores considera que el zapatismo es uno de los movimientos populares contra el neoliberalismo más importantes del mundo. Señala que si logra vincularse con otros grupos sociales a nivel internacional, podrá cambiar el curso de la historia contemporánea.
En octubre de 2007, envió un mensaje videograbado al segundo Congreso Nacional de Educación Indígena e Intercultural. En él saludó a los valientes maestros de Oaxaca por su trabajo profesional en la educación indígena pero, sobre todo, por encontrarse en una lucha de gran envergadura, no sólo en la entidad, sino como parte de la lucha mundial. Su movimiento, dijo, es particularmente relevante en estos momentos en toda Latinoamérica. A su juicio, la organización de los pueblos indígenas es un avance sumamente importante e impactante, porque echa para atrás quinientos años de historia miserable y fea, revitalizando las lenguas, las culturas y los conocimientos técnicos.
Apenas un año antes, cuando la represión gubernamental se cebó sobre la comuna oaxaqueña, junto a escritores como John Berger, Howard Zinn y Arundhati Roy firmó un manifiesto que exigió la renuncia del gobernador Ulises Ruiz. En la misma ruta signó un desplegado para liberar a los presos y perseguidos políticos de Atenco y demandar el castigo a los represores.
En la campaña electoral de 2018, en Hermosillo, se encontró con el entonces candidato presidencial de Morena. A propósito de la reunión, el lingüista declaró: “mi punto de vista es que López Obrador lo está haciendo muy bien en las encuestas y quizá pueda ganar, a menos que sean tomadas medidas que mermen las elecciones, tal como ha ocurrido en el pasado en México”.
A propósito de los feminicidios en Ciudad Juárez, escribió un magnífico prefacio al libro de Charles Borden, Juárez: The Laboratory of Our Future, en el que analiza descarnadamente los nuevos modelos de dominación adquiridos por los grandes capitales financiero e industrial internacionales.
El asunto no era nuevo para el profesor estadunidense. Desde años antes, en un artículo titulado: “Pocos prósperos, muchos descontentos”, sintetizó con gran tino los efectos devastadores del modelo maquilador y del TLC. Allí aseguraba lo que hoy es evidente: convertir a las maquiladoras en la punta de lanza de la economía es, a la larga, muy destructivo para el país.
A lo largo de los años, Noam Chomsky ha dibujado un mapa de aspectos centrales de la política y la economía mexicanas. Pero no se ha conformado con eso. Comprometido con las mejores causas populares, ha puesto su nombre al servicio de ellas. Su congruencia ética y rigor analítico lo hacen un imprescindible.
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