Por: Matt Mcmannus
En su nuevo libro, Slavoj Žižek propone una visión provocadora del cristianismo como fuerza progresista y secularizadora. Es el clásico Žižek, brillante y exasperante a partes iguales.
Todo ello a pesar de profesar no creer en Dios. El nuevo libro de Žižek, Christian Atheism: How to Be a Real Materialist, es la exposición más desarrollada de su teología materialista hasta la fecha. También es, como la mayoría de sus libros, un microcosmos de la obra de Žižek en su conjunto: allí aborda temas que van de la política al psicoanálisis, de «The Last of Us» a la mecánica cuántica. Este eclecticismo sin duda reforzará las acusaciones de muchos de sus críticos de que es un diletante, y su tendencia a opinar sobre temas sin abordarlos en profundidad es a veces frustrante.
Pero incluso para aquellos de nosotros que ya estamos familiarizados con su obra, hay mucho que nos gusta de Christian Atheism. Žižek merece un gran reconocimiento por vigorizar el debate, necesario desde hace tiempo, sobre la relación entre la religión y la izquierda en general, ayudando a alejarnos tanto de la burda denuncia como de la simple tolerancia liberal. Es un libro estupendo que merece tanto elogios por lo que consigue como perdón por sus innumerables pecados.
La hostilidad de la izquierda hacia la religión
El joven Karl Marx observó que la crítica de la religión es vital para la agitación radical. Marx insistió en que el hombre hace la religión y no la religión al hombre, como dijo en la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Criticar el dogma religioso era necesario para que la humanidad tomara conciencia de sus limitaciones mundanas y de su capacidad para cambiarlas, y para dejar de distraernos de la tarea de rehacer la sociedad con la promesa de una reconciliación trascendente más allá del ámbito temporal.
Había buenas razones para que los críticos de izquierdas como Marx desconfiaran de la religión. Desde la Revolución Francesa en adelante, los pensadores de derechas, desde Edmund Burke a Joseph de Maistre, pasando por R. R. Reno, han insistido a menudo en que la religión desempeña un papel fundamentalmente conservador en la sociedad. En Reflexiones sobre la Revolución francesa, Burke se lamentaba del nuevo «imperio conquistador de la luz y la razón» que estaba acabando con todas las «agradables ilusiones» que unían a la sociedad en una pirámide de rango y orden. Para corregir esto, afirmaba, «los principios sublimes deben infundirse en personas de situaciones exaltadas, y deben proporcionarse establecimientos religiosos que puedan revivirlos y hacerlos cumplir continuamente». De lo contrario, la «multitud porcina» podría ver a través de la sublime ilusión del derecho divino y reconocer que el rey no era más que un hombre.
Hoy, en Resurrecting the Idea of a Christian Society, Reno insiste en que el cristianismo es necesario para salvar a la gente de la «superficialidad, la anarquía y la brutalidad» establecidas por los «demagogos de las élites». Estas élites liberales libran una «guerra de clases, una guerra contra los débiles», que «se personifica en la campaña a favor del matrimonio gay». Esta supuesta guerra de clases ha permitido a la clase alta beneficiarse de la corrosión de la moral cristiana para que sus miembros puedan vivir estilos de vida libertinos, cuyas consecuencias «pagarán los pobres».
Dada esta larga historia de intelectuales de derechas que reivindican la religión para sí mismos, no debería sorprender que la izquierda haya seguido a menudo a Marx al ver la religión como algo que hay que criticar y socavar. Pero estas críticas adoptan diferentes formas, y muchos en la izquierda han adoptado perspectivas religiosas que van más allá del simple rechazo. El cristianismo «materialista» de Žižek entra de lleno en este campo.
Sombras de la cruz
Existe una especie de crítica vulgar y materialista de la religión que ha calado durante mucho tiempo en la izquierda y que sostiene, a grandes rasgos, que Dios es una ilusión a la que apelan las instituciones ideológicas alineadas con la clase dominante, cuyo principal efecto es apaciguar la disidencia del statu quo. Este punto de vista tiene probablemente sus raíces en la crítica cáustica de la fe y las instituciones religiosas por parte de figuras de la Ilustración como Voltaire y David Hume. Desde esta perspectiva, la izquierda debería condenar y rechazar de plano la religión, para centrar la atención de los oprimidos en las injusticias mundanas y sus posibles remedios.
Marx propuso una perspectiva materialista más compleja. A veces se lee que apoya crudamente la crítica materialista vulgar, gracias a su caracterización de la religión como el «opio de los pueblos» en la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Pero en la cita completa de la que procede esa famosa frase, Marx describe la religión como «el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón y el alma de las condiciones sin alma». Sostenía que la aparición de la religión puede entenderse socialmente como una especie de compensación psíquica por la alienación y el sufrimiento que los seres humanos soportan en la Tierra. Mientras persistieran las condiciones sociales opresivas, cabía esperar que la gente se aferrara a «ilusiones» religiosas.
La crítica materialista de la religión, desde el punto de vista de Marx, no consiste, por tanto, solo o principalmente, en condenar la fe religiosa, sino en comprender las condiciones sociales que la hacen necesaria y transformarlas. Solo cuando se produzca ese cambio revolucionario desaparecerán los sentimientos de extrañeza que hacían necesaria la religión, ya que los seres humanos serán capaces de resolver sus problemas de forma directa y racional.
Una tercera perspectiva materialista de la religión, basada en Marx, G. W. F. Hegel y otros, ve en el socialismo y otros movimientos de izquierda una continuación secularizada de un proyecto fundamentalmente cristiano. Siguen a Alexis de Tocqueville al pensar que existe una profunda afinidad entre la doctrina cristiana y el impulso de la izquierda por una mayor igualdad: con su tradicional elevación de los pobres y humildes y su castigo de los ricos y poderosos, el cristianismo es en un aspecto importante un aliado más natural para la izquierda que para la derecha. Como escribió Tocqueville en La democracia en América:
De todas las doctrinas religiosas, el cristianismo, cualquiera que sea la interpretación que se le dé, es también la más favorable a la igualdad. Solo la religión de Jesucristo ha colocado la única grandeza del hombre en el cumplimiento de los deberes, allí donde cada uno puede alcanzarla; y se ha complacido en consagrar la pobreza y la penuria, como algo casi divino.
Los críticos de la izquierda también han sospechado que existía una afinidad entre sus ideales y los del cristianismo. En Voluntad de poder, Friedrich Nietzsche caracterizó el socialismo como el «residuo del cristianismo y [Jean-Jacques] Rousseau» en un mundo secularizado. Y Alasdair MacIntyre, cuando era marxista, argumentó en Marxismo y cristianismo que la propia tradición marxista «humanizaba ciertas creencias cristianas centrales de tal manera que presentaba un juicio cristiano secularizado sobre el presente secular, en lugar de la adaptación cristiana al mismo».
Žižek se inscribe en esta tercera tradición. El núcleo de su argumentación, sin embargo, siempre se ha inspirado más en Hegel y en el psicoanalista francés Jacques Lacan que en Marx. Siguiendo a Hegel, Žižek sostiene que el cristianismo se distingue de muchas otras religiones en el reconocimiento simbólico de la «muerte de Dios» a través de la crucifixión de Cristo: Dios se convierte literalmente en hombre y luego muere antes de resucitar y ascender al cielo, tras lo cual el Espíritu Santo viene a unir a los creyentes en una comunidad de iguales libres.
Dios ha muerto y nosotros continuamos su legado
La lectura que hace Žižek de la historia cristiana es que Dios, como garante trascendente del orden y la moral autoritaria, muere, y los seres humanos llegan así a comprender que son completamente libres. Este es el gesto «materialista» por excelencia, ya que desmitifica todos los poderes que reclaman legitimidad sobre la base de una autoridad trascendente y nos obliga a reconocer la naturaleza demasiado contingente y plástica del orden social:
Lo que muere en la cruz no es el representante terrenal de Dios (sustituto) sino el Dios del más allá mismo; lo que sucede tras la crucifixión no es un retorno del Uno trascendente sino el surgimiento del Espíritu Santo que es la comunidad de creyentes sin apoyo en la trascendencia.
Esto se hace eco de una afirmación similar que Nietzsche hace en La genealogía de la moral: que es erróneo ver el secularismo como una fuerza externa al cristianismo que lo socavó. Nietzsche argumentó que la creencia cristiana en un Dios trascendente fue «destruida por su propia moralidad, del mismo modo que el cristianismo como moralidad debe perecer ahora también (…). Después de que la veracidad cristiana ha extraído una inferencia tras otra, debe terminar extrayendo su inferencia más sorprendente, su inferencia contra sí misma».
Nietzsche quería que la muerte de Dios anunciara el fin de la moral cristiana, y lamentó que de hecho sobreviviera en forma secular en suaves doctrinas igualitarias como el liberalismo y, sobre todo, el socialismo. Por el contrario, Žižek ve la autosecularización del cristianismo como la culminación de la ética cristiana, con la muerte de Dios y la liberación de la humanidad para asumir la responsabilidad de su propia existencia.
Aquí es donde entra el «ateísmo» cristiano de Žižek. Sostiene que, históricamente, no basta con negar la existencia de Dios, como si uno pudiera cortocircuitar la ideología para aprehender directamente la realidad material sin ilusión. Fue necesaria una transición a través de la religión, y el cristianismo merece crédito por narrar la muerte de Dios y el surgimiento de la libertad y la igualdad en la unión del Espíritu Santo.
Es poco probable que este enfoque idiosincrático de la religión gane muchos adeptos fuera del redil hegeliano, aunque no cabe duda de que es sugerente y provocador. La afirmación de que el cristianismo se autosecularizó y se convirtió en materialismo de izquierdas sugiere una interesante alternativa explicativa a las historias reductivas sobre el declive de la religión que (por ejemplo) simplemente asumen que la fe religiosa perdió su control sobre la imaginación con el auge del racionalismo científico.
Es lamentable, pues, que la presentación de los argumentos de Žižek no sea más rigurosa o sistemática, al modo de, por ejemplo, la obra de Charles Taylor A Secular Age. Una tesis tan audaz y controvertida como la avanzada en Christian Atheism requiere una defensa cuidadosa, más allá de destellos de conexión impresionista y argumentación sugerente. Hace necesaria una profunda exégesis histórica que rastree cuidadosa y programáticamente la evolución de la teología y la práctica cristianas, demostrando cómo se desarrollaron las transiciones y las influencias.
Esto podría ir acompañado de una defensa teológica sistemática del ateísmo cristiano, en la línea de algo parecido a la Teología Sistemática del socialista Paul Tillich. Hasta que no tengamos un tratamiento así, el materialismo ateo cristiano seguirá siendo más una idea provocadora que un credo por el que vivir.
No obstante, Žižek merece elogios por presentar una visión distintiva del cristianismo que, aunque solo sea eso, podría persuadir a la izquierda de tomarse más en serio las cuestiones religiosas. Esto es especialmente importante en una época en la que están en marcha formas de nacionalismo religioso antiliberal y autoritario. Los progresistas y los socialistas deben evitar el tipo de materialismo burdo implícito en el desprecio de Barack Obama hacia quienes se aferran a las armas y a la religión como compensación por sus penurias materiales; necesitan una perspectiva reflexiva sobre el lugar de la fe religiosa en la historia y en el orden social.
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