El texto que sigue es una reseña de República de los cuidados. Hacia una imaginación política de futuro, de Luciana Cadahia (Herder, Barcelona, 2024)

La historia de la emancipación es una sucesión de coyunturas y contingencias que toman forma en las luchas políticas de cada época, abriendo así un campo de experiencias políticas que se reinventa en cada coyuntura y que exige nuevas articulaciones. En ese sentido, la construcción de un pueblo es siempre el resultado de una configuración específica; de ahí la «necesidad de reactualizar ese inaudito entusiasmo de la invisible iglesia militante», siempre abierto a proyectarse más allá de las identidades previamente asumidas y trazando nuevas conexiones sensibles. Un fantasma recurrente ha de ser reimaginado por el impuso constituyente.

Una pregunta recorre el conjunto de los ensayos que componen República de los cuidados: ¿cómo pensar juntos el feminismo, el populismo y la República? Para tal propósito, Luciana Cadahia atiende a las correlaciones de fuerza de nuestro presente. No como una novedad absoluta, sino desde las sedimentaciones y encadenados de legados de estas tradiciones de pensamiento y práctica política.

Una lógica articuladora exige atender a la fortuna, saber leer las líneas de tendencia y alienarse con la constitución material; al tiempo que exige no poca virtú, favorecer que acontezca la sincronización que no se decreta en la madeja plebeya energizando la fuerza de las luchas. ¿Qué tiene fuerza de interpelación en la configuración de un sujeto político? ¿Qué otorga orientación moral y política a sus fuerzas? ¿Cuáles son las figuras organizativas con capacidad de trazar imágenes de futuro y convocarnos a la acción? ¿Quiénes construyen una narrativa común y configuran un deseo colectivo?

El interrogante que cose este libro se sitúa más allá de la lógica de la mera yuxtaposición como forma privilegiada de construcción de sujetos políticos, más allá de la «comunión de todos los santos», en el decir de Francisco Fernández Buey. O del «Frente Popular de Judea» de La vida de Brian. O como «una simple adición de unidades homónimas, como las patatas de un saco que forman un saco de patatas», que escribió Marx en el Dieciocho Brumario.

Y es que, dicho con Gilles Deleuze, «una reunión de familias no es una reunión familiar». La forma de lo plebeyo no consiste en la mera coordinación, agregación o articulación de identidades ya dadas. Se trata, antes bien, de trabajar nuevas sensibilidades que puedan tejer nuevas poéticas, en torno a relatos, soportes simbólicos, afectivos y míticos, enhebrando pasiones, identidades y voluntades colectivas. Activar narrativas que cambien imaginarios y composiciones sociales, erigiéndose en superficie de inscripción de muchas sensibilidades diferentes; un operador que une y desnude identidades, que reordena los nombres y los lugares conocidos hasta entonces. Aparecen así nuevos modos de percibir y nuevos vocabularios como síntomas de una emergencia cultural. Bajo su estela constituyente surgen con intensidades diferentes las transformaciones que afectan a todas las expresiones políticas del campo político plebeyo.

Las reflexiones de este libro extienden algunas operaciones filosóficas y políticas que Luciana Cadahia venía elaborando en sus trabajos anteriores. En concreto, la pertinencia de las figuras retóricas. En efecto, todo sujeto político tiene que ser retóricamente imaginado, cobra vida a través de la figura retórica como actividad inherente. La experiencia verificada en el presente como el único medio válido de conocimiento es una comprensión que siempre sirvió para domesticar lo plebeyo, saturando el imaginario con las formas del statu quo.

Por su parte, las figuras retóricas nos permiten conocer, pero desde un lugar de no saber. Es una figura que comunica, configura el paisaje político de una sociedad, crea una visión del mundo. Escribía Merleau-Ponty que «en lugar de afirmar simplemente nuestras voluntades […] buscar en las cosas la figura que deben asumir». La figura retórica cambia las miradas, las actitudes y las palabras en nuestras conversaciones. Es «un saber conjetural plebeyo que no busca ni puede ofrecer un cuadro acabado de la realidad». El movimiento obrero propuso el socialismo como humanidad liberada de la explotación capitalista; el feminismo propugna un horizonte de igualdad y justicia liberando a mujeres y hombres de la sociedad patriarcal. El impulso de las figuras retóricas expresa imágenes que nos interpelan a todas y todos, poéticas sociales para la movilización creadora.

Las figuras retóricas suenan extrañas si las traducimos en el lenguaje del statu quo. No son un mero símbolo, aquello que disfraza el sentido de las cosas, entendidas en clave de representación o de semejanza, pues apuntan a la construcción de sentido. Lo plebeyo, contrariando el lenguaje, se inscribe en la tragedia de la representación. La capacidad de identificación de la metáfora está fuera del orden del significante. Es y no es, tal es la paradoja ontológica.

Lo plebeyo consiste en la creación de identificaciones coyunturales, más allá de cualquier inscripción definitiva. En torno a las figuras retóricas se movilizan potentes imaginarios con los que resistir a las visualidades liberales hegemónicas, que tienen, por definición, vocación antipoética, enturbiando la supuesta transparencia y neutralidad de sus marcos de sentido, sorteando el círculo de la representación, quebrando los lenguajes programados y alumbrando otras construcciones posibles de sentido. Lo plebeyo es siempre un desafío a la estabilidad de los signos declinados en clave liberal, desplegando figuraciones, desvaríos poéticos y nuevas significaciones que desbordan el trazado del horizonte en línea recta. El designio poético quiebra la fijeza de lo establecido.

República de los cuidados es un libro de largo aliento, pero que, al tiempo, atiende a algunos de los nudos problemáticos de nuestra coyuntura. Pensar qué puede querer decir vincular o, más aún, cómo se teje el vínculo plebeyo, nos proyecta, como reza el subtítulo, «hacia una imaginación política de futuro», y permite alumbrar salida a algunos de los callejones sin salida en que parece encerrado parte del campo político popular, y que tienen ver con algunos repliegues identitarios, «reificaciones» diría Luciana Cadahia, que están teniendo lugar en nuestro presente.

En efecto, la segmentación del campo popular es, justamente, una forma de desvincular. La separación de clase, raza y género, divididas como categorías analíticas y demandas aisladas, responde a una construcción propiamente liberal. Razón no les falta a quienes señalan que la racionalidad neoliberal trata de encerrar lo particular en su particularismo. Y es evidente que parte del progresismo ha asumido esta estrategia como propia, una versión sofisticada del multiculturalismo particularista y corporativo: la yuxtaposición de infinitas luchas sectoriales sin perspectivas estratégicas.

Cierta retórica testimonial de la herida, en tanto síntoma de repliegue ético, cree que la experiencia del dolor genera claridad analítica y validez inherente: puedo localizarlo, conocer su origen, medir sus efectos. Si así fuese, entonces tendría una fácil solución liberal, que es también, no lo olvidemos, una manera de pensar el vínculo: una ética de la narración del trauma como evidencia para cambiar el orden normativo; una reparación y posterior contrato sentimental como manera de alcanzar consensos a largo plazo, unificando y suturando lo social.

Pero un horizonte plebeyo siempre exigió definirnos por otra cosa que no sea solo esa violencia primera, para contravenir la reproducción de las asignaciones identitarias. Los signos de la opresión dan cuenta de una historia que aún no conocemos y reclaman una narrativa por construir, invocan el deseo de transformación y una imaginación política de futuro que este magnífico libro, sin duda, logra activar.