Por: EMIR SADER
Por Para Edward Said, Oriente sólo existe en la imaginación de los occidentales. Fue creado para representar al otro, en la polarización entre civilización (ellos, desde luego) y barbarie (todos los otros).
Hoy, más que nunca, se tiene una impresión similar respecto a nosotros: es como si los europeos hubieran inventado una América Latina para su uso, lo que les ha impedido, y sigue impidiéndoles, conocer a la América Latina real. Valga esto tanto para el pensamiento conservador como para la izquierda, cualquiera que sea su perfil.
García Márquez solía decir que los europeos son los más solidarios en nuestras derrotas, pero que no soportan nuestras victorias. Ocurrió esto, de manera muy significativa, con Cuba. De una revolución tropical, exótica, la revolución cubana cambió su imagen cuando dejó de ser solamente un movimiento anti EEUU para volverse antiimperialista y, sobre todo, anticapitalista.
Lo mismo ha pasado con Nicaragua o Vietnam, países que tras contar con la solidaridad de Europa se transformaron en monstruosas dictaduras inmovilistas, instrumentos de la política expansiva de la URSS.
América Latina ha sido un territorio de sublimación para los europeos donde proyectar las frustraciones políticas. Eso que algunos llaman “revolucionarios sin revolución”, generaciones que han organizado un encuentro con la revolución y han fallado a la cita. Han proyectado todo sobre América Latina y eso se ha traducido en el bloqueo del conocimiento de la América Latina real.
Uno de los elementos de incomprensión ha sido el nacionalismo. En Europa es una corriente de derechas, mientras que en América Latina tiene siempre un sentido antiimperialista como corriente de izquierdas.
Hoy pasa lo mismo. Los gobiernos progresistas del continente (Argentina, Brasil, Uruguay, Ecuador, Venezuela, Bolivia) son víctimas de inmensas campañas movidas por fuerzas de la derecha internacional de las que varias voces europeas se hacen eco. Sobre la ofensiva opositora en contra del Gobierno de Venezuela, sobre la situación económica de Argentina, sobre el Mundial de fútbol en Brasil, sobre la nueva política de liberación de drogas livianas en Uruguay, sobre los temas ecológicos e indígenas en Ecuador y en Bolivia, entre otros temas.
Y es que esos países latinoamericanos incomodan a los organismos internacionales de la derecha —el FMI, el Banco Mundial, el Gobierno de los EEUU, de Alemania, entre otros—, que hacen una campaña sistemática en contra de los gobiernos progresistas del continente, publicitada por medios como Financial Times, The Economist, The Wall Streeet Journal o El País. Gente de la misma izquierda, incluida la más radical, reproduce esas versiones, siguiendo el juego de la derecha internacional contra los gobiernos progresistas.
Esto es posible debido a que los europeos han construido una América Latina irreal, en la que idealizan los movimientos y líderes progresistas del continente para luego decepcionarse, no con ellos mismos, sino con sus sueños sobre lo que debieron ser. Fidel, Hugo Chávez, Lula, Evo Morales o Rafael Morales son víctimas de esas equivocaciones —el Che solamente se escapó por su muerte prematura—.
La América Latina real, sus gobiernos y sus líderes siguen apoyados por sus pueblos, disminuyendo la miseria producida históricamente por las potencias dominantes de la misma Europa y de EEUU. Enfrentándose, aislados, a la recesión internacional en el centro del capitalismo, pero unidos entre sí por sus procesos de integración regional.
Ese latinoamericanismo es el equivalente a lo que Said llamó “orientalismo”, una creación del imaginario occidental para designar a los otros. Latinoamérica es igualmente víctima de esa profunda equivocación de Europa.
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