Aunque la teología se filtra por todas partes en la obra de Walter Benjamin, puede resultar difícil de precisar y aún más difícil de descifrar. Como dijo el filósofo judío alemán en su Libro de los pasajes, publicado póstumamente: «Mi pensamiento está relacionado con la teología como el papel secante está relacionado con la tinta. Está saturado de ella. Sin embargo, si uno se guiara por el papel secante, no quedaría nada de lo escrito».

Benjamin plantea una cuestión similar sobre la relación entre el materialismo histórico y la teología mediante una metáfora diferente en sus tesis Sobre el concepto de historia, la última obra que completó antes de suicidarse mientras huía de la persecución nazi. El pasaje inicial describe a un autómata (materialismo histórico) capaz de vencer a cualquier jugador de ajedrez pero solo contando con la ayuda de un enano maestro de ajedrez (teología) que guía las manos de la marioneta mientras permanece oculto bajo la mesa. ¿Qué significaba para Benjamin esta concepción de la teología como contrapartida necesaria, aunque necesariamente oculta, del materialismo histórico? ¿Qué le llevó a desarrollar una teoría idiosincrásica de la historia que combinaba el materialismo marxista con el mesianismo judío?

La relación entre la teología y la lucha política de izquierdas fue una preocupación tanto personal como política para Benjamin. Nacido en el seno de una familia judía asimilada en Berlín en 1892, creció sin estar familiarizado con las fiestas y rituales judíos. No fue hasta su época de estudiante, cuando conoció a miembros del movimiento juvenil sionista, que empezó a pensar más explícitamente en el significado de su propia judeidad y en la posición de los judíos en Alemania. En una carta escrita en 1912, observa que como judío alemán poseía una «doble cara». Aunque expresó su interés por preservar los valores, el patrimonio cultural y las tradiciones judías —que entendía que tenían un significado universal— y contempló la posibilidad de trasladarse a Palestina en varios momentos, rechazó el sionismo como proyecto territorial nacional, declarando que su lealtad política y sus energías estaban con la izquierda.

Las tesis de Benjamin de 1940 se ocupan de la cuestión de la redención, rechazando las teorías del progreso propagadas tanto por la derecha como por la izquierda. Contra el historicismo practicado por los historiadores del siglo XIX, que pretendían presentar el pasado «tal y como era en realidad» ignorando las condiciones del presente —cuyas injusticias su trabajo afirmaba implícitamente—, Benjamin sostenía que el materialismo histórico debía comprometerse con el pasado para cuestionar las formas heredadas de dominación que estructuran la sociedad capitalista.

En contra del «tiempo homogéneo y vacío» que caracterizaba las visiones del progreso, Benjamin propuso adoptar una relación revolucionaria con el pasado que pudiera «hacer estallar el continuo de la historia», provocando un «verdadero estado de emergencia» para anular la emergencia permanente del catastrófico statu quo. Si Karl Marx imaginó a la revolución como la «locomotora de la historia», Benjamin afirmaba que era necesario pisar el freno.

Cuando Benjamin hablaba de la tarea del materialismo histórico, no se limitaba a proponer un método de estudio académico, sino que insistía en que el compromiso con el pasado era un componente necesario de la lucha política. Los socialdemócratas alemanes, argumentaba, habían cometido un grave error y facilitado el ascenso del fascismo al adherirse a una visión progresista de la redención política que hacía hincapié en una imagen abstracta de la liberación en el futuro a expensas de las experiencias concretas de opresión en el presente, descuidando la importancia del pasado para la lucha de clases. Hicieron que «la clase obrera olvidara tanto su odio como su espíritu de sacrificio, pues ambos se nutren de la imagen de antepasados esclavizados más que del ideal de nietos liberados».

Una versión temprana de las tesis de Benjamin incluía dos secciones que fueron recortadas de borradores posteriores, y que ayudan a dilucidar las implicaciones políticas de su concepción del «tiempo mesiánico»:

Sabemos que los judíos tenían prohibido indagar en el futuro: la Torá y las oraciones les instruían en el recuerdo. Esto desencantó al futuro, que domina a todos aquellos que acuden a los adivinos en busca de iluminación. Esto no implica, sin embargo, que para los judíos el futuro se convirtiera en un tiempo homogéneo y vacío. Pues cada segundo era la pequeña puerta en el tiempo por la que podría entrar el Mesías.

El recuerdo permite una relación con el pasado que rompe con las cadenas causales de sucesión. La redención y la liberación política no se sitúan en un futuro ideal vagamente imaginado y pasivamente esperado, sino que su posibilidad yace esparcida en «astillas» entre los escombros y ruinas del presente, y su realización depende de la acción política. «El Día del Juicio», propone Benjamin, «no se distinguiría de otros días».

En marzo de 1937, Benjamin recibió una carta de Max Horkheimer, que expresaba sus reservas sobre la visión de la historia que Benjamin estaba desarrollando, articulando el escepticismo sobre la noción de que el pasado pudiera ser reactivado y redimido en el presente. «La injusticia del pasado ha ocurrido y se ha consumado», escribe Horkeimer. «Los asesinados están realmente asesinados».

En el contexto de la actual embestida genocida de Israel en Gaza, la instrucción de Benjamin de avivar una «chispa de esperanza en el pasado» podría malinterpretarse como una imagen poética desvinculada de las realidades políticas. Los asesinados son de verdad. Nada deshará la violencia que ya se ha infligido. Pero la visión de Benjamin del tiempo mesiánico no pasaba por alto los horrores del presente. Argumentaba, en una afirmación que sonaba un tanto inverosímil, que «la confianza, el coraje, el humor, la astucia y la fortaleza» de las luchas en curso «tienen efectos que se remontan muy atrás en el pasado», que «ponen en tela de juicio todas las victorias, pasadas y presentes, de los gobernantes».

La instrumentalización de la memoria del Holocausto como justificación de la masacre de palestinos por parte de Israel invierte la visión benjaminiana del materialismo histórico al apelar a los antepasados oprimidos mientras se ignoran las actuales relaciones de dominación: «Quien ha salido victorioso participa hasta el día de hoy en la procesión triunfal en la que los gobernantes actuales pasan por encima de los que yacen postrados». La lucha por la liberación palestina es una lucha de los vivos en el presente. Y es, simultáneamente, una lucha por el sentido de la historia. Porque como percibió Benjamin, «ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si este sale victorioso».