1. La crisis capitalista mundial -originada en la mundialización y hegemonía del capital financiero especulativo para resolver la baja de la tasa de utilidades general de la burguesía por la sobreproducción y sobrecapacidad endógena del capital- vive una nueva inflexión que, a diferencia de otras crisis, hoy incluso castiga al pueblo norteamericano y a los países de la Unión Europea. Es decir, una crisis económica, pasó a convertirse en una crisis social sistémica de gran escala que tiende a profundizarse con inciertas consecuencias. Desde la década de los 70 del siglo pasado, el capital abrumado por el estancamiento del crecimiento de sus ganancias y gatillado por la crisis de los precios del petróleo (energía medular de la tecnología productiva ampliada en la actual fase), comenzó un proceso planetario de financiarización de la economía. La preeminencia y conducción del capital financiero sobre la economía real y productiva (en una relación de 20 a
1, por lo menos), incomprensible sin la compañía de un profundo programa de ajustes estructurales y el desmantelamiento del denominado Estado de Bienestar, cobra en la actualidad sus víctimas, ya no sólo en los países dependientes y empobrecidos, sino que en el propio corazón del imperialismo. La cesantía creciente y el subsecuente detrimento del consumo en Estados Unidos -obstáculos centrales para recomenzar un nuevo ciclo inversionista tendiente a superar la crisis que destruyó bancos, industria asociada y empleo-, y las crisis económicas en Grecia, España, Portugal, Italia e Irlanda, son causa y señal de un período de enormes desafíos para los convocados a cambiar la vida y que luchan por el establecimiento del socialismo anticapitalista.
2. Una de las maneras tradicionales en que el imperialismo procura resolver sus crisis es a través del crecimiento sideral de la industria armamentista y las guerras. Sobre la superioridad militar norteamericana se mantiene el dólar como divisa universal. Asimismo, el imperio procura resolver la crisis en un solo movimiento político militar que conjunta el despojo de recursos naturales y energéticos, y el dominio castrense sobre gran parte del mundo. Las guerras en Irak, Afganistán y Palestina; las amenazas sobre Irán; la ofensiva contra los pueblos latinoamericanos (cuyos lugares fuertes se encuentran en Colombia y México), y la rivalidad creciente con China, son expresiones del objetivo inestable por recomponer la hegemonía del imperialismo norteamericano, seguido por los Estados más poderosos de la Unión Europea (en especial, de Alemania) y la burguesía sionista.
3. Chile, por su parte, continúa cumpliendo el papel asignado por la división internacional del trabajo como Estado primario exportador de recursos naturales (cobre, celulosa, pescado y frutas); la desposesión de sus riquezas acuíferas, energéticas y territoriales; y como plataforma de negocios para la expansión de servicios del capital transnacional hacia el subcontinente. Sin industria productiva y, desde los 80′, presa de las formas más “vanguardistas” de la liberalización económica, la clase que domina en el país -digitada por los intereses estratégicos del capital mundial- ha convertido al Estado en garante del capital, descalcificando sus facultades como agente regulador y productor, privatizando los recursos esenciales y los derechos sociales existentes meridianamente durante la fase nacional desarrollista (de fines de los 30 hasta fines de los 70).
La dictadura militar ahogó en el país el derrotero popular de un camino independiente del imperialismo. Y a su vez, los gobiernos civiles de la Concertación -producto político de un pacto interburgués para instaurar la paz social necesaria para la reproducción del presente patrón de acumulación capitalista- sólo consolidaron y profundizaron las vigas maestras impuestas por los intereses del imperio corporativo durante el pinochetismo.
4. El arribo del gobierno de la derecha tradicional -cuyas formas corresponden simbólicamente, a la nueva derecha mundial- busca consagrar la obra antipopular de la dictadura, administrada durante 20 años por la Concertación. Las maneras en que se expresa el Ejecutivo capitaneado por el empresario Sebastián Piñera, corresponden a los contenidos de los dictados tutelares del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio. Ya pavimentado el camino por la Concertación, ahora a Piñera sólo le cabe tallar las terminaciones económicas, políticas y sociales instauradas desde hace más de 30 años. Por eso, con el argumento de la reconstrucción post terremoto y en medio de una crisis capitalista de efectos cada vez más inciertos, Piñera ya fija su puntería en parte de lo que queda de la propiedad estatal del cobre (28 %) con el fin de vender yacimientos inexplorados, privatizar funciones asociadas a la explotación cuprífer
a, y jugar en la bolsa un porcentaje de sus activos. Asimismo, ya privatizó el 100 % de las sanitarias (que Frei Ruiz Tagle vendió entre un 60 % y un 80 %); concesionó a constructoras transnacionales la reedificación de carreteras, puentes y hospitales devastados; y de acuerdo a su primera cuenta política, ahondará la privatización de la salud y la educación mediante mayores subsidios a los privados. Del mismo modo, para intentar contener eventuales estallidos sociales y descontento popular, sostendrá los programas sociales creados durante la Concertación por orientación internacional, concentrándose en la creación de empleo precario y “nuevos emprendimientos”.
Las políticas continuistas de Piñera en el mundo del trabajo se sintetizan en una superior flexibilidad laboral, empobrecimiento ampliado de las relaciones contractuales, mayor tercerización o subcontratismo, alta rotación, congelamiento y baja de salarios, peores sueldos para jóvenes y mujeres, y destrucción de lo que resta de sindicalismo con capacidad de negociación.
La promoción estratégica de la empresa privada en ámbitos antiguamente estatales se enmarca en los contenidos de clase del Estado burgués, dependiente y trenzado con el capital transnacional. Si Chile ya estaba en venta, Piñera no hará más que tomar la cartera de clientes y ejecutar las transacciones que quedaron en el tintero de la Concertación.
Con fundamentos asociados a la “lucha contra la delincuencia”, Piñera ha puesto en práctica un plan de represión por sospecha, donde procura confundir la delincuencia ordinaria -originada por la miseria y la ignorancia- con la movilización y protesta popular. La criminalización de las demandas de los trabajadores, el pueblo nación mapuche, los estudiantes y cualquier sector que contravenga los intereses mandantes es y será la tónica policial, judicial y mediática del actual gobierno.
5. La mala vida -resumida en la concentración de la riqueza y la ampliación de las desigualdades y empeoramiento de las relaciones sociales en todos los ámbitos de las grandes mayorías- imponen a las fuerzas emancipatorias el desafío de construir perentoriamente la alternativa política de los pueblos y los trabajadores. No es suficiente el descrédito y crisis de representatividad de la democracia formal. No es suficiente multiplicar las luchas económicas y demandas locales y acotadas. La organización política integral del conjunto de fracciones de trabajadores y pueblos en lucha, es el rol histórico de los empeños anticapitalistas realmente existentes en Chile. La unidad, la coherencia ética y política, la alta sintonía popular y la independencia radical respecto de la derecha tradicional y la Concertación son aspectos nucleares del movimiento que busca la superación del actual estado de cosas. Flexibilidad táctica y principios irreductibles; empleo de tod
as las formas de lucha, de acuerdo a los contextos y relaciones de fuerza, y conocimiento pleno de la realidad concreta, son elementos insoslayables en la edificación del nuevo proyecto emancipador de las grandes mayorías explotadas y oprimidas. No hay atajos; sólo lucha y crecimiento incesante.
Secretariado Ejecutivo
Movimiento de los Pueblos y los Trabajadores – MPT
Mayo de 2010
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