Por: Miguel Manzanera Salavert
La fundación del Estado de Israel, apoyándose en el movimiento sionista judío, tuvo un carácter estratégico para las potencias imperialistas. Israel es una fortaleza occidental a las puertas de Asia, una lanza apuntando al corazón de la civilización musulmana. Desde su fundación, tras el proceso de colonización judía del territorio, ha sido una amenaza permanente contra el mundo árabe, una fuente de inestabilidad y humillación, que ha provocado una situación bélica prolongada durante décadas. Lo que está pasando desde hace un año en Palestina es la culminación de un genocidio que comenzó en 1947 y aún está completándose.
El sionismo no es un movimiento de liberación judía. Fue una secta aliada al nazismo en Europa central, un grupo de presión en Inglaterra, y una táctica cultural para contrarrestar a los judíos comunistas, que jugaron papeles importantes en los procesos revolucionarios de principios de siglos. El sionismo era una manera de salir del gueto aceptando la subordinación a los señores de la guerra y la explotación –incluso si planeaban un genocidio contra el gueto-. Reveladora en ese sentido es la película de Polanski, El pianista, quien conocía bien el tema por ser de origen polaco y judío.
Israel no es un estado semita. Sus ciudadanos son eslavos, latinos o africanos que emigraron a Palestina atraídos por las ofertas de tierra y por la prosperidad que Europa y EE.UU. han creado allí; pero solo para los que practican la fe judía y son capaces de tomar un arma para ejercer la violencia –hasta el asesinato- contra sus vecinos. Su religión adopta la forma integrista, tomando como modelo la conquista de la región por las tribus hebreas hace 3.000 años, que nos relata la Biblia. Esto significa la exclusión de la población palestina del derecho natural que pertenece a todo ser humano: la vida, la salud, la propiedad, la libertad. Semitas son los palestinos y antisemitas los actuales israelíes.
El soporte económico de Israel proviene del capital financiero internacional judío y los estados imperialistas bajo su influencia, que forman la OTAN. El judaísmo es una religión monoteísta tan respetable como el cristianismo y el Islam –siempre que sus adherentes respeten el derecho de todos los demás-. Sus instituciones deben ser protegidas por el Estado laico y sus fieles tienen derecho a la libertad de conciencia. Pero no nos equivoquemos:
«el objetivo para la creación del Estado israelí no es religioso, ni humanitario; es político: un instrumento del imperialismo capitalista.»
El soporte militar proviene de la OTAN que utiliza ese monstruo fascista, impregnado de integrismo religioso, para mantener a raya a las poblaciones de la región.
Esa finalidad estratégica occidental debe explicarnos el genocidio actual en Palestina y el consenso imperialista para mantener el apoyo al Estado de Israel que lo está cometiendo. La causa más inmediata del genocidio es el presente desarrollo en las relaciones internacionales. Importantes estados árabes han entrado a formar parte del BRICS desde enero de este año: Arabia Saudí, Irán, Emiratos Árabes, Egipto. Esto significa que esta asociación controla el 70% de los combustibles fósiles que hoy se conocen y son fundamentales para la economía mundial. Esto significa también la defunción definitiva del sistema financiero internacional controlado por los centros imperialistas –Wall Street y la City de Londres- sobre la base del petrodólar en la fase de la globalización, ya moribunda.
Los actuales procesos bélicos que se desarrollan en el mundo tienen su causa en la reacción violenta del imperialismo frente a su declive cada vez más pronunciado en la última década. Que esa violencia esté desarrollándose como genocidio es un síntoma de desesperación. Recordemos que la desesperación fue uno de los motivos para la conversión nazi de Alemania. Su objetivo prioritario es desgajar la alianza de Irán con el resto de las naciones árabes y castigar la evolución política de estas naciones ahora aliadas al bloque asiático. El dolor causado a los palestinos debe resonar con fuerza en el corazón del mundo árabe.
Ese parece la razón más importante para la actuación israelí de nuestros días. Puede añadirse otras secundarias. Netanyahu es amigo de Donald Trump que quiere asegurarse la presidencia de los EE.UU. en las próximas elecciones de noviembre. Este genocidio en vísperas de unas elecciones determinantes en la política norteamericana significa la derrota del equipo demócrata. Los republicanos fueron capaces de promover un golpe de Estado fallido hace cuatro años; ahora miran con satisfacción la deriva fascista del aliado israelí, que les pone ante el espejo sus propias tendencias autoritarias.
Bajo la tremenda influencia económica de la República Popular China, la economía mundial está evolucionando hacia formas de capitalismo de estado. Con el matiz diferencial de que el capitalismo de estado chino está organizado bajo la dominación del Partido Comunista, mientras que el capitalismo de estado en los países capitalistas se organiza sobre la base de partidos nacionalistas autoritarios, con tendencias fascistas. Trump representa esa tendencia en EE.UU. Biden, en cambio, representa un pasado liberal agonizante que está cavando su propia tumba con el apoyo al Estado de Israel.
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