Por: Jaime Ortega*
Pocos intelectuales generan un consenso tan sobresaliente al aquilatar la valía de sus aportes como el boliviano René Zavaleta. Nacido en Cochabamba, cumple este diciembre cuatro décadas de muerto. Pasado el tiempo, su nombre se encuentra asociado a una perspectiva marxista y de reflexión sobre la condición de lo nacional en el entramado de relaciones sociales capitalistas en expansión.
La condición productiva de su planteamiento estribó no sólo en su amplio conocimiento de los clásicos del marxismo, destacando, además de Marx y Lenin, también la tradición occidental iniciada por Lukács y Gramsci, continuada por Althusser y Poulantzas. Amén de ello, sus fuentes e interlocutores latinoamericanos fueron variados; pasaron de un autor obligado, como José Carlos Mariátegui, a las grandes discusiones de la época, en las que destacaban la teoría de la dependencia, el indianismo, la interpretación de las dictaduras como fascismo dependiente, la lectura política de El Capital y especialmente la reinvención del problema nacional como tarea del socialismo. Zavaleta, tan boliviano como latinoamericano, sostuvo un conjunto de posiciones desde un marxismo comprometido con la militancia política pero renovado en sus horizontes.
Como otras y otros, Zavaleta tuvo su primera experiencia en el nacionalismo revolucionario, ideología prototípica de la insubordinación proletaria en contra del privilegio producido por la forma oligárquica de la sociedad. No es casual que el proceso boliviano de 1952 representara un reto interpretativo, con su potente (y muchas veces olvidada) revolución obrera y antioligárquica. Dicho acontecimiento gestó un universo conceptual que Zavaleta no abandonó, sino que profundizó tras su salida transición ideológica hacia la adscripción marxista. Su preocupación esencial era el lugar de la dinámica nacional como ejercicio de politicidad de la confrontación de clases y de la constelación de recursos que estos procesos generaban en el caudal de experiencias de los subalternos.
Hoy resulta revelador volver a su obra en el tiempo de crisis del predominio mercantil, especialmente frente al posicionamiento de intelectuales que muestran molestia por las respuestas sociopolíticas frente el agotamiento del cosmopolitismo neoliberal. Para Zavaleta, la nación no era otra cosa sino una expresión de la globalidad: “Creer que uno solo es nacional cuando niega el mundo, es inexacto. Ser uno mismo es ser en el mundo. Hay que tener una visión mundial de las cosas para ser nacional”.
Esta mirada no sólo era una reivindicación de la función cultural y fáctica de mediación que cumplía la nación en medio del despliegue del mercado mundial; era también una contribución política desde el marxismo. Su impronta de nacionalizar la trayectoria de dicha corriente no era un esfuerzo teórico, sino el secreto mismo de la configuración política para imaginar y disputar el futuro.
Para Zavaleta, en América Latina la lucha por la nación no era un momento de ingenuidad, sino que reconocía que la izquierda era la que podía darle forma acabada a la incesante búsqueda soberana, pretensión a la que definía como el alma de los pueblos. Podríamos decir, siguiéndolo, que si bien no todo proyecto nacionalista ha sido de izquierda, lo cierto es que la izquierda tiene que plantea rse un horizonte nacional si aspira a ser opción política.
Todo este arsenal contribuyó a forjar la interpretación de lo nacional-popular –categoría extraída de la obra de Gramsci– como manera de entender los procesos de movilización de grandes contingentes sociales que articulaban la dimensión soberana de los Estados. No bastan los procesos de nacionalización si no se acompañan de la activa y decidida participación popular. Bajo dinámicas diversas, lo nacional-popular se extiende como el escenario predilecto de la lucha política en la región latinoamericana, en donde las clases contribuyen, con sus programas, a fortalecer o debilitar dicho entramado. Lo nacional-popular no es un programa político en sí, sino un proceso que es producto tanto de la configuración económica desventajosa para los estados periféricos como del anudamiento de la acción voluntaria de sujetos variopintos del capitalismo latinoamericano.
La obra de Zavaleta confirma la tenacidad de la política, antes que cualquier determinación exógena o de generación de dependencia. Es, además, el reconocimiento de las formas histórico-concretas de la disputa política y la contribución que a ésta han hecho las clases subalternas. Si bien el horizonte de Zavaleta era la crítica del capitalismo desde la perspectiva marxista, eso no lo obnubiló para reconocer la forma específica en que se desplegaba la estatalidad y su proclividad para ser motivo de disputa, rasgo característico en la región latinoamericana.
Lo nacional-popular, en la clave entregada por Zavaleta, es uno de ls aportes más importantes dentro de la teoría social latinoamericana. En tiempos de declive neoliberal se impone como a agenda de acción e investigación, tanto de su presente como de sus formas contemporáneas, imprescindible para intervenir en la coyuntura de nuestro tiempo. Cuatro décadas después de su fallecimiento, el boliviano se presenta, a decir del filósofo Santiago Castro-Gómez, como el marxista más relevante de la segunda mitad del siglo XX, y no pocos militantes a lo largo del continente reconocen a su obra como una de las herencias más valiosas.
*Investigador de la UAM
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