El artículo que sigue es un fragmento adaptado y traducido de Flights: Radicals om the Run (OR Books, 2024).

«Se dice que nuestros antepasados indígenas, mayas y aztecas, hacían sacrificios humanos a sus dioses», bromeó una vez Rigoberta Menchú. «Se me ocurre preguntar: ¿Cuántos seres humanos han sido sacrificados a los dioses del capital en los últimos quinientos años?». Las memorias de la militante, Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (Casa de las Américas, 1983), relatan la terrible historia de una contrainsurgencia patrocinada por Estados Unidos contra la población maya mayoritaria.

Actuando en gran medida en defensa propia ante un sistema de explotación y trabajos forzados que se remonta siglos atrás, los compañeros mayas de Menchú fueron atacados en nombre del anticomunismo. Decenas de miles de aldeanos fueron masacrados, pueblos enteros erradicados, mujeres violadas y niños asesinados.

Pero incluso antes de que su familia se viera arrastrada a la insurgencia por su humilde lucha por conservar su pequeña parcela de tierra, Menchú sufrió pérdidas inimaginables. Previo a su exilio de una década a México y Europa —donde relató su historia de manera oral, construyendo un testimonio que más tarde se convertiría en sus aclamadas memorias—, quedó huérfana a causa de los regímenes militares bajo los que vivieron ella y sus allegados, perdiendo a casi toda su familia.

Por sus sinceras aunque controvertidas memorias, y por su labor en favor de los derechos humanos y la igualdad de los mayas de Guatemala, Menchú ganó el Premio Nobel de la Paz en 1992, en un año en el que se conmemoraba el quinto centenario de la llegada de Cristóbal Colón a la América indígena, un aniversario considerado por los mayas y el resto de los pueblos originarios americanos como una catástrofe.

Cabe recordar que su historia no terminó con el Nobel. Menchú fundó Winaq, el primer partido político indígena del país, y se presentó dos veces como la primera candidata indígena a la presidencia de Guatemala. Aunque perdió, Menchú allanó el camino a otros al ayudar a impulsar el movimiento para enjuiciar a los regímenes corruptos y genocidas de Guatemala durante la Guerra Fría y al crear una infraestructura maya-campesina que impulsó la candidatura de otra mujer maya a la presidencia en 2023.

¿«Descubrimiento» o catástrofe?

Rigoberta Menchú Tum nació en Laj Chimel, una aldea del remoto altiplano central del departamento de El Quiché. Sin electricidad ni carreteras, la aldea se sentía lejos del ejército guatemalteco. «Mi tierra es mágica y (…) tiene muchos misterios», dijo Menchú a Dawn Gifford Engle, directora del documental de 2016 Daughter of the Maya. El abuelo de Menchú, que vivió más de cien años, deleitó a la familia con historias que se habían transmitido durante milenios desde la civilización de los mayas.

Es difícil exagerar los logros de la cultura maya. En palabras de National Geographic: «Construyeron una cultura que floreció mientras Europa languidecía en la Edad Media y que sobrevivió seis veces más que el Imperio Romano. Vivieron con un calendario igual a [cualquiera], desarrollaron el concepto de cero en matemática, predijeron eclipses de sol y luna y trazaron la trayectoria de Venus con un error de tan solo 14 segundos al año». Se dice que cuando Diego Rivera lloró cuando vio por primera vez sus murales en Yucatán y las selvas de Chiapas. Estas pinturas rivalizaban con los murales renacentistas de Europa; además, inventaron un pigmento azul conocido hoy como «azul maya», que es casi inmortal por lo poco que se desgasta con el paso de los siglos; la ciencia moderna tardó un siglo en descifrarlo.

A pesar de la represión de los grupos indígenas que vino con el «descubrimiento» europeo, la comunidad maya sobrevivió como una mayoría en Guatemala. Los mayas consideraron una catástrofe la destrucción de su cultura que sobrevino con la llegada de los europeos. Los españoles, que se declararon los nuevos señores del Nuevo Mundo y se repartieron el continente, se ensañaron especialmente con los guardianes de la cultura y el saber mayas. En constante peligro, los ancianos mayas debieron practicar sus tradiciones en secreto.

En el siglo XVIII, España era el mayor imperio del mundo. Rebautizó el mundo maya como «reino de Guatemala». Las leyes españolas establecieron fideicomisos sobre los grupos indígenas, y los españoles esclavizaron a los mayas en el sistema conocido como encomienda. Los indígenas no tenían oro, así que los españoles hicieron sus fortunas con trabajo esclavo. «Todavía hay indígenas mayores que sufren las consecuencias de haber sido tratados como esclavos», recuerda Menchú. «Solo que hoy se utilizan métodos diferentes».

Tras el declive de España en 1821, toda América Central y la mayor parte de América Latina declararon su independencia. Los líderes mayas se organizaron para participar en la creación de la Guatemala independiente. Pero fueron detenidos, encarcelados o ejecutados. El nuevo estado autoritario benefició a unos pocos privilegiados y excluyó a la mayoría de los guatemaltecos de la ciudadanía o del derecho a poseer tierras.

En 1904, Estrada Cabrera entregó vastas extensiones de Guatemala a la United Fruit Company. Fundada en 1899, la United Fruit Company se convirtió en el mayor terrateniente de Centroamérica: controlaba el ferrocarril, las instalaciones portuarias y las principales rutas marítimas. También gestionaba sus propios servicios de correos, radio y telégrafo. Para la década de 1930 controlaba el 80% del comercio bananero estadounidense. Tal era su poder que las fuerzas gubernamentales a menudo intervinieron en la represión de los trabajadores que se organizaban en contra de la empresa.

El padre de Rigoberta, Vicente Menchú, era un granjero que nunca había ido a la escuela y que hablaba poco español. Su madre, Juana Túm, era una tradicionalista que enseñó a sus hijos las raíces espirituales de la cultura maya. Curandera y comadrona, Juana asistía a las madres de dieciocho pueblos de los alrededores durante el parto. Sin medicamentos industriales, utilizaba las plantas medicinales tradicionales de la comunidad.

En la juventud de Menchú, las familias mayas se veían obligadas a trabajar en las plantaciones de los grandes terratenientes del país. El propio pueblo de Rigoberta trabajaba en estas plantaciones, en las que Menchú sufrió las penurias del trabajo infantil de subsistencia desde una edad temprana: largas jornadas, robo de salarios y condiciones brutales. Viviendo como inmigrantes en su propio país, este estilo de vida infernal los llevaba a las tierras sofocantes de la costa durante varios meses cada año.

Guerra civil

En 1950, Vicente Menchú luchó por el derecho a poseer un pedazo de tierra propia. Intentó que se documentaran los derechos sobre su parcela. Organizarse para unirse a otros agricultores y campesinos inculcó una conciencia política en la familia. A principios de la década de 1950 llegó la «Primavera de Guatemala»: el presidente reformista Jacobo Árbenz, elegido democráticamente, tomó el relevo de su predecesor reformista, Juan José Arévalo. La aplastante victoria de Árbenz prometió la reforma agraria, el derecho a sindicalizarse y la libertad de expresión.

En aquella época, el 2% de las familias más ricas poseían dos tercios de las tierras cultivables. Cuando Árbenz intentó recomprar a la United Fruit las tierras sobrantes no utilizadas, la empresa lo acusó de «comunista» y colaboró con la CIA para derrocarlo. El vicepresidente de Estados Unidos, Richard Nixon, viajó a Guatemala tras el golpe de Estado para dar las gracias al general Carlos Castillo Armas, que recibió un desfile con teletipos y títulos honoríficos en dos universidades de Nueva York, Fordham y Columbia.

Con la democracia derrocada, los campesinos mayas quemaron cosechas en protesta porque las tierras que se les habían concedido volvían a manos de los oligarcas. Como castigo por unirse a estas protestas, el padre de Rigoberta fue perseguido, acusado de comunista y enviado a prisión en numerosas ocasiones. «La comunidad tuvo que hacer un gran sacrificio para sacarlo de la cárcel», recuerda.

En el Comité de Unidad Campesina (CUC) Menchú aprendió de su padre el arte de la organización. El CUC fue una válvula de escape para forjar soluciones al constante problema de los derechos sobre la tierra. Menchú recuerda cómo la gente de los pueblos de alrededor «le pedía consejo, y eso aumentaba la persecución». Su padre buscó abrir puertas a su hija predilecta, que fue aceptada por las hermanas de la Sagrada Familia; Rigoberta trabajó allí durante tres años. «Después me dieron la oportunidad de estudiar, y terminé los cuatro primeros cursos de primaria en un solo año».

Pero le esperaban más problemas. Cuando Carlos Castillo Armas fue asesinado, el general Miguel Ydigoras Fuentes accedió a la presidencia por la vía de las urnas. Esto desencadenaría un conflicto armado interno que alteraría el destino de Menchú. El jefe de estación de la CIA describió a Ydigoras Fuentes como «un individuo malhumorado, casi esquizofrénico» que «desoye los consejos de su gabinete».

La corrupción generalizada de Ydigoras Fuentes provocó protestas masivas, de las que surgió el grupo guerrillero MR-13 (Movimiento Revolucionario 13 de noviembre). Estos combatientes de izquierda intentaron deponer al errático Ydigoras Fuentes, pero el fracaso del golpe abrió las puertas a la guerra civil de 1960. Mientras tanto, para evitar que el expresidente reformista, Juan José Arévalo, retomara el poder en medio del caos en el que se había convertido el gobierno de Ydigoras Fuentes, un golpe de derecha derrocó al general en 1963. La oposición fue respondida con una fuerza brutal que se extendió a las tierras altas mayas.

Fuerzas locales irregulares

Me llamo Rigoberta Menchú recuerda su transformación cuando la violencia militar llegó a El Quiché. A medida que la violencia contrainsurgente se extendía, Menchú se enteró de una epidemia de violaciones de mujeres en las aldeas mayas, incluido el brutal asesinato de una de sus amigas. Los aldeanos se vieron sometidos a una violencia tan desenfrenada que no tuvieron más remedio que defenderse, movilizándose para crear armamento improvisado y capturar armas en emboscadas. Esto colocó a Menchú en una categoría que los militares definieron como «Fuerzas Locales Irregulares». Al principio, sus maniobras distaban de ser violentas; pero el régimen las tomó como combatientes de todos modos.

El primer soldado que capturó la unidad de defensa de Menchú era maya. Lo dejaron ir con la súplica de que desertara de su comando. Pero habiendo obtenido poca información, se arrepintieron inmediatamente. La segunda vez que capturaron a un soldado «obtuvimos mucha información (…) sobre cómo tratan a los soldados en el ejército». Según el cautivo, «desde el primer día que llegué al cuartel me dijeron que mis padres eran tontos» porque no sabían hablar español y me prometieron que el ejército les enseñaría español. «Luego me dijeron que tenía que matar a los comunistas de Cuba y Rusia. Tenía que matarlos a todos». Cuando lo cuestionaron, respondió: «Yo no tengo la culpa de todo esto, me agarraron en el pueblo». Al oírlo llorar, sintieron «pena por él, porque todos somos humanos». Detrás del reclutamiento de mayas había una práctica secular de trabajos forzados. Pero, ¿qué estructuras lo hacían posible?

Reconociendo que con frecuencia la Iglesia había querido «dividirnos y mantener a los pobres dormidos», Menchú describe cómo mantuvo la fe cristiana al tiempo que se atenía a lo que los antepasados mayas y la historia de su pueblo le habían enseñado. «Hemos entendido que ser cristiano significa negarse a aceptar todas las injusticias que se cometen contra nuestro pueblo (…) la discriminación que se comete contra un pueblo humilde que apenas sabe lo que es comer carne». Más allá de la biblia,

la realidad nos enseña (…) que no necesitamos una Iglesia (…) que no sabe nada del hambre (…). Este despertar de los indios no vino (…) de un día para otro, porque la Acción Católica y otras religiones (…) han intentado mantenernos donde estábamos. Pero creo que, a menos que surja del propio pueblo, la religión es un arma del sistema.

Mientras se unía a este despertar maya, Menchú fue testigo y documentadora de masacres que espolearon la unión de los movimientos de izquierda de toda Guatemala. En Panzós, una zona de Cobán, «descubrieron petróleo y empezaron a echar a los campesinos de sus tierras (…). Eran indios kekchíes y el ejército los masacró como si estuvieran matando pájaros (…). La sangre corría en la plaza principal». Descubrió que el anticomunismo es la excusa más común utilizada para permitir la violencia contrainsurgente.

Irónicamente, recuerda cómo «pueblos enteros de El Quiché (…) tenían prohibido celebrar sus ceremonias [mayas] porque eran consideradas (…) subversivas y comunistas». Pero con el siguiente dictador respaldado por Estados Unidos, a finales de la década de 1970, la situación empeoró aún más. «Lucas García llegó al poder con tal ansia de matar, que todo El Quiché sufrió terriblemente bajo su mando: «Instaló bases militares en muchos (…) pueblos y hubo violaciones, torturas, secuestros. Y masacres. Los pueblos de Chajul, Cotzal y Nebaj sufrieron masacres cuando la represión cayó (…) sobre todo sobre la población india».

El 9 de septiembre de 1979, su hermano Patrocinio Menchú Tum fue secuestrado por el ejército. «Desapareció durante quince días», dijo Menchú a un entrevistador. La familia sabía que había gente «detenida en la zona, así que mi madre empezó a buscarlo». La familia se entera de que Patrocinio había sido torturado, prendido fuego y quemado vivo en Chajul. «Junto con otra veintena de jóvenes de su misma edad, fue cruelmente torturado». Pero «no tenían ni idea de dónde habían dejado su cuerpo». Al enterarme de esta crueldad «fue cuando por fin me sentí totalmente convencida de que si matar a un ser humano es pecado, ¿cómo no iba a ser pecado lo que nos estaba haciendo el régimen?». Como hicieron muchos campesinos, Menchú y su familia redoblaron su compromiso con su causa. Ella anhelaba contar la historia de su pueblo al mundo.

Incendio en la embajada

El 31 de enero de 1980, Vicente participó en una marcha en Ciudad de Guatemala para protestar por los continuos secuestros y asesinatos de mayas pobres por parte del ejército. Fue organizada por el CUC. Al negárseles el derecho a comparecer ante el Congreso, los manifestantes fueron perseguidos hasta la embajada española. La redada policial que siguió —a pesar de las objeciones del embajador español— culminó con el bombardeo de la embajada, donde treinta y seis manifestantes fueron quemados vivos. «Mi padre», recuerda, «fue uno de los que murieron quemados en la embajada española. Había un general en el poder que ordenó la masacre». El único superviviente (y único testigo de lo ocurrido en el interior de la embajada), Gregorio Yuja Xona, fue sacado a la fuerza de su cama del hospital, torturado y asesinado. España rompió relaciones diplomáticas con Guatemala por este incidente.

Tras el incendio, Menchú regresó a Chimel. «Sabía que el riesgo era muy alto», recuerda, «pero volví, y encontré a mi madre muy valiente, muy fuerte». Juana le dijo a su hija: «Sé que tu hermano ha muerto, y sé que tu padre ha muerto, pero seguiremos luchando». Menchú rogó a su madre que huyera al exilio con ella. Su madre se negó. Pronto desapareció. «Me dijeron que habían secuestrado a mi madre», cuenta a Engle. «Le quitaron la ropa, le cortaron el pelo y la torturaron». Menchú supo más tarde que el cuerpo de su madre fue abandonado «en la carretera que va de Uspantán a Sicachal». El ejército destinó a un guardia al sitio para impedir su entierro, de modo que «se la comieron los animales salvajes».

Rigoberta Menchú sentía como si su pueblo estuviera en el punto de mira para ser aniquilado. Aunque los medios de comunicación guatemaltecos lo negaron, esto es precisamente lo que les ocurrió a muchos pueblos mayas. «Masacraron a mucha gente de la comunidad. Vino un helicóptero, bombardeó y quemó las casas. A causa de todo esto, queda muy poca gente viva de Chimel, donde yo nací». Ningún miembro de su familia había sobrevivido. Pero las cosas iban a ser aún peor.

Genocidio evangélico

Tras el golpe de estado del general Efraín Ríos Montt en 1982, lo que había sido un genocidio tácito se volvió explícito. Ríos Montt perdió su campaña a la presidencia en 1974, pero le pagaron para que aceptara los resultados y ocupara un puesto diplomático en Madrid antes del bombardeo que rompería los lazos entre ambos países. Tras dejar el gobierno, regresó al país a finales de la década de 1970 y se convirtió del catolicismo a una estricta secta cristiana evangélica, la Iglesia de la Palabra. Se hizo amigo de clérigos de derecha como Jerry Falwell y Pat Robertson. El dictador también buscó entrenamiento (y financiación) en Israel y perfeccionó su campaña genocida bajo el lema «Si no puedes matar a los peces, debes drenar el mar».

Mientras tanto, los grupos de izquierda habían forjado una coalición, la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), que se fortaleció como consecuencia de la violencia extremista de las administraciones anteriores. El régimen de Ríos Montt, que consideraba al movimiento como comunista, preveía que los insurgentes se acercarían a las zonas pobladas de Guatemala desde las regiones rurales. Así que sus generales continuaron con las atrocidades genocidas del ejército. Empezando por la ciudad y los suburbios, el ejército se extendió en círculos concéntricos. Pero lo hicieron bajo la excusa de «proteger a los civiles». En las zonas que eran «seguras», ofrecían programas sociales.

Después de que la ayuda estadounidense se redujera bajo la presidencia de Jimmy Carter como consecuencia de las rampantes violaciones de los derechos humanos en Guatemala, la administración de Ronald Reagan envió ayuda a través de redes cristianas evangélicas en una operación cuyo nombre en clave era «International Love Lift». Pero el amor era una tapadera apenas velada para una erradicación genocida más abierta de los movimientos de izquierda y de la mayoría indígena de la nación.

En el segundo año de Ríos Montt, los círculos concéntricos de la contrainsurgencia asesina llegaron a la frontera occidental. Al igual que en el resto del país, las masacres en las tierras altas tuvieron como objetivo a los mayas pobres. En julio de 1982, a veinticinco kilómetros de la casa de los abuelos de Asturias, 268 mayas fueron masacrados en el pueblo de Rabinal. Los soldados iban de casa en casa, agarraban a los niños y los golpeaban hasta matarlos. Las mujeres fueron violadas y asesinadas. Al resto los fusilaron. Al día siguiente, los supervivientes fueron obligados a cavar fosas comunes antes de unirse al ejército guatemalteco.

En Dos Erres, Petén, 160 residentes mayas fueron masacrados por soldados del gobierno. En Río Negro fueron asesinados 440, mientras que en sus alrededores fueron 5000 los asesinados entre 1980 y 1982. Durante el largo conflicto armado interno, que duró hasta 1996, 626 aldeas indígenas fueron destruidas hasta borrarlas totalmente del mapa. De las más de doscientas mil bajas que perseguirían a la nación durante años, la mayoría eran mayas. Un tercio de estas víctimas, entre setenta y setenta y cinco mil, se produjeron durante los dieciséis meses que Ríos Montt estuvo en el poder.

En el exilio

Con su aldea diezmada y sin hermanos, Menchú acudió a las Hermanas de la Sagrada Familia, que la ayudaron a escapar a la seguridad del exilio en México. «Vivo cerca de su país. Veo tu país todos los días», le dijo el obispo de Chiapas, Samuel Luis García. Con pocas opciones, cruzó la frontera hacia la diócesis de San Cristóbal de las Casas. «Los compañeros me sacaron en un avión a México, y me sentí una mujer destrozada, rota, porque nunca imaginé que un día esos criminales me obligarían a abandonar mi país. Sin embargo, también tenía la esperanza de regresar muy pronto y seguir trabajando». Monseñor le dio un somnífero para el trastorno de estrés postraumático y ella durmió durante dos semanas. Cuando despertó y estaba más descansada, le pidió que vaya con él a las comunidades.

Durante seis meses, Menchú y el clérigo viajaron por la selva, visitando comunidades indígenas en las zonas más remotas de Chiapas, donde ya estaba en marcha un movimiento revolucionario. Aunque el levantamiento zapatista más famoso se hizo público en respuesta al TLC el 1º de enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional surgió del Frente de Liberación Nacional en el periodo en que Menchú recorría las selvas y pueblos de Chiapas. Lo que finalmente construirían fue una zona autónoma para indígenas que reimaginó radicalmente cómo debían gestionarse los Estados-nación soberanos. Los habitantes registrados recibían asistencia sanitaria gratuita y escuelas para todos, al tiempo que mantenían la soberanía sobre la tierra y el control sobre la agricultura y otros recursos. «Esa gente me dio una perspectiva de futuro», dijo Menchú de aquella experiencia.

En 1982 y durante casi una década, otros miles de mayas huyeron por la frontera con México. Muchos se dirigían a Estados Unidos para escapar del general Ríos Montt y de las dictaduras que lo sucedieron, todas apoyadas y entrenadas por Estados Unidos. En México, la comunidad de refugiados guatemaltecos llegó a superar las cincuenta mil personas. Menchú participó activamente en la comunidad, haciendo campaña para contar al mundo lo que le estaba ocurriendo a su pueblo.

Viajó a Nueva York para reunirse con delegados de las Naciones Unidas y a Ginebra para advertir a los líderes europeos de las atrocidades. Durante una semana que pasó con la socióloga venezolana Elisabeth Burgos-Debray en París, Menchú contó su historia en lo que más tarde se convirtió en su ampliamente traducido Me llamo Rigoberta Menchú. Narró la película Cuando las montañas tiemblan, y durante diez años viajó y habló ante audiencias de todo el mundo, compartiendo historias de su despertar como resultado del sufrimiento de su pueblo en Guatemala. El libro se convirtió en bestseller a la brevedad.

El mundo está mirando

Cuando regresó brevemente del exilio en octubre de 1992, fue recibida por el argentino Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz. Se unió a su comunidad para conmemorar los quinientos años de la llegada de Colón a América. Millones de indígenas de todo el continente celebraron protestas ese día. «Creo que es un día muy importante. Muchos hermanos y hermanas de todo el mundo, especialmente de este continente, se manifiestan de la misma manera», afirmó.

El 16 de octubre de 1992 se le concedió el Premio Nobel de la Paz como resultado de la candidatura de Pérez Esquivel. El comité le concedió el premio «por su lucha por la justicia social y la reconciliación etnocultural basada en el respeto de los derechos de los pueblos indígenas». En una gira posterior a la entrega del premio, dijo a la multitud de compatriotas mayas que se alineaban en las calles: «Hoy, el mundo está mirando». Sus palabras fueron recibidas con gritos: «¡Viva Rigoberta Menchú, vivan los mayas quichés! ¡Viva la paz!».

Entre lágrimas, respondió: «Esta es la primera rueda de prensa oficial que doy después de la gran alegría de saber que he ganado el Premio Nobel de la Paz. Quiero rendir un homenaje a todos mis hermanos y hermanas indígenas de América. Sé que me están escuchando en cada rincón. Todos han luchado por esto. No es por los méritos personales de Rigoberta Menchú. Es por la memoria de América».

Los activistas indígenas contaban ahora con la atención del mundo. Pero las brutales atrocidades del ejército guatemalteco continuaron. La resistencia maya fue perseguida a través de las montañas en las implacables campañas de erradicación y tierra arrasada. En muchos casos se pidió a los aldeanos que identificaran a los líderes católicos que habían ayudado a protegerlos y alimentarlos. Cuando lo hacían, eran acribillados, seguidos de los líderes que habían nombrado.

En enero de 1993, mientras se negociaba un tímido alto el fuego, una oleada de refugiados de la guerra civil regresó a sus hogares. «Nuestros hijos necesitan una garantía para su futuro», declaró Menchú. «No podemos dejarles un mundo de incertidumbre. Queremos dejarles un mundo más seguro para que la tierra se convierta en su tierra, hoy y siempre. Así podrán vivir aquí y cultivar su mayor potencial y creatividad».

Verdad histórica

Menchú se casó con el también refugiado Ángel Canil Grave, y adoptaron un hijo, Maj. Durante las conversaciones de paz en Ciudad de México a principios de 1994, Menchú dijo que su grupo escuchaba a través de la puerta:

Y cuando salían, los presionábamos. Les dijimos: «Esto tiene que suceder. Ustedes tienen que escribir esto». Y propusimos contenidos para el acuerdo de paz. Estuvimos muy activos con los refugiados. Había más de cincuenta mil en México. Los refugiados eran una fuerza muy fuerte, con el músculo para decir no a la guerra. «No más guerra. Sí a la paz». Y esto presionó a ambos bandos (…). Las madres decían: «No quiero que mi hijo sea reclutado para la guerra, ni por la guerrilla, ni por el Ejército (…)». Fueron las madres las que más presionaron para poner fin a la guerra.

Cuando se firmó el Acuerdo de Paz en Oslo en 1996, Menchú fue invitada a hablar. «Cuando en este lugar solemne recibimos el Premio Nobel de la Paz, tuvimos la esperanza de que algún día podríamos hablar de paz». Pero las negociaciones se estancaron al plantearse si los asesinos en masa y los torturadores podían ser perdonados u olvidados. Una vez firmados los acuerdos, Menchú hizo campaña por la justicia. «La gente luchó por su tierra, luchó por un pedazo de tierra, por cultivarla, por tener un futuro para sus hijos, una vida segura», dijo. «Y la seguridad que buscaban los condujo a la muerte. Creo que si se tratara de una ofensa personal, sería más fácil perdonar, olvidar y empezar una nueva vida. Pero esto no es un horror ni una ofensa personal. Es una ofensa colectiva. Es la memoria colectiva de Guatemala».

En 1998, Larry Rohter, escribiendo en el New York Times y citando el trabajo del antropólogo y profesor del Middlebury College David Stoll, acusó a Menchú de inventar o tergiversar partes clave de su autobiografía. Pero cuando se puso en marcha una comisión de la verdad —la Comisión para el Esclarecimiento Histórico— bajo los auspicios de las Naciones Unidas, Menchú y sus aliados siguieron centrados en exigir justicia para los seres queridos que fueron secuestrados, torturados y asesinados durante el conflicto armado interno. Era un país plagado de fosas clandestinas.

A medida que la comisión de la verdad avanzaba, se aseguraba de no acusar a ningún oficial del ejército antes de verificar los hechos. «Somos las víctimas las que debemos hacernos cargo de todo lo que tenga que ver con las reclamaciones de justicia», dijo Menchú. «Esta justicia que buscamos no tendría sentido si solo nos enteramos de lo que pasó, porque las víctimas ya saben lo que pasó». Las conclusiones, en efecto, eran claras. En 1999, el New York Times informó que

La comisión de la verdad (…) concluyó que Estados Unidos dio dinero y entrenamiento a un ejército guatemalteco que cometió «actos de genocidio» contra los mayas durante el conflicto armado más brutal de Centroamérica, la guerra civil de Guatemala que duró 36 años (…). El informe, elaborado por la independiente Comisión para el Esclarecimiento Histórico, contradice años de negaciones oficiales de la tortura, secuestro y ejecución de miles de civiles en una guerra en la que, según la comisión, murieron más de 200.000 personas. La comisión enumeró la formación estadounidense del cuerpo de oficiales en técnicas de contrainsurgencia como un factor clave que «influyó significativamente en las violaciones de los derechos humanos durante el enfrentamiento armado».

Pero cuando el asesino de su padre, Pedro García Arredondo (antiguo jefe del «Comando 6», una unidad especial de investigaciones de la extinta Policía Nacional), fue condenado por homicidio y crímenes de lesa humanidad en 2015 por su liderazgo en el asedio a la embajada española en 1980, Menchú fue «reivindicada», como describió para Nation el historiador ganador del Premio Pulitzer Greg Grandin.

De hecho, Menchú ayudó a marcar la pauta y a forjar el clima que condenó a García Arredondo y a muchos otros culpables de genocidio. Su demanda también condujo a la condena por genocidio del dictador Ríos Montt. Por fin «llegará un momento», prometió, «en que las cosas serán diferentes, en que todos seremos felices, quizá no con casas bonitas, pero al menos no veremos nuestras tierras manchadas de sangre y sudor».