Mi pueblo es noble y sencillo. Como todos los pueblos del mundo. Sus madres persiguen el alimento para sus hijos. Así la noche agazapada huele a calor y hace invisible los terrores infantiles.
Es cierto, mi pueblo no está organizado como el ángulo matemático de las estructuras. Pero paulatinamente de despereza de tantos años de gorilas, primero, y luego de los administradores del egoísmo y la competencia y la concentración de la riqueza.
En medio de mi pueblo hay delincuentes, gente sin salida que busca el dinero perverso con el deseo secreto de ser rica un día -en el sentido de acumular muchas más mercancías que las precisas para vivir decorosamente y también ser famosa y dominar a otros-. Pero mi pueblo, los millones que trabajan sin contrato por un salario que alcanza apenas para endeudarse, son la mayoría. Mi pueblo no es sinverguenza, ni ladrón, ni asesino. Y los que delinquen son una fracción fabricada por la miseria y la ignorancia.
Los medios de comunicación de masas en Chile, especialmente la televisión, están bajo control absoluto de la minoría privilegiada que manda en la economía, en la política y que es dueña del Estado. Por eso mi pueblo siempre aparece en las pantallas como víctima sin vuelta o victimario, y los poderosos como gente de bien. Y la televisión -la recreación más barata que tiene mi pueblo- es el modo de domesticar, construir temor ambiental y opinión pública siempre favorable a la visión de las cosas que tienen los que poseen todo. Al respecto, la iglesia oficial y la educación formal no se quedan atrás.
En Chile los militares son la guardia armada de los intereses del capital y de la propiedad privada. Por eso en la hora de la desgracia y el terremoto, la oficialidad y la tropa ordenada por la oficialidad, es destacada para custodiar los supermercados y no para ponerse al servicio de los dolores de mi pueblo. Siempre resulta una paradoja extraña que la tropa, que es tan pueblo como el que más, se ponga del lado de la minoría.
Chile no es un país desarrollado. El terremoto devastó también el avisaje publicitario edificado por los poderes para el turismo financiero y el inversionismo transnacional. Chile sólo es exportador de cobre, un poco de madera, pecado, uvas y plataforma de negocios para la región. Es despojado de sus recursos naturales por fuerza y decreto. En Chile ni siquiera queda industria textil. El 60 % de los trabajadores vende algo para vivir y está subcontratado o simplemente no tiene contrato, ni seguridad social. El 80 % se atiende en el espanto de los hospitales públicos -cuyos trabajadores son mártires-, y educa a sus hijos, pagando lo que no tiene, a una enseñanza particular privada pobremente subvencionada por el Estado, la cual sólo repite hasta el hartazgo, las distancias de clase. Porque Chile es una sociedad de clases, y una de las más desiguales del planeta.
Pero mi pueblo también apura su armadura cuando las crisis económicas y naturales le golpean el pecho. Entonces se solidariza, se encuentra en la calle, se reconoce de a poco otra vez, se esperanza, se conduele y de tanto buscarse, comienza a espejearse en el otro como un igual.
Mi pueblo tiembla de ternura cuando está en apuros y entonces sus trozos empiezan a reunirse. Mi pueblo es noble y sencillo. Como todos los pueblos del mundo. Y aunque la televisión ensucie su pantalla con saqueos editados convenientemente para los intereses de los pocos, e incluso, aunque una fracción de mi pueblo habite la puerta mugrosa e individual de la delincuencia, hoy estuve en la calle viendo con gente que acampa en las calles de Santiago viejo a cantores populares y aplaudimos un documental proyectado contra una pared sobre unas mujeres colombianas y pobres que se autoorganizan ejemplarmente en ese territorio tan vasto y dolido.
Cuando usted observe o tenga noticias de mi pueblo no olvide, y es un pedido colectivo, que ha sido muy magullado por asuntos bien conocidos, pero que está hecho de materiales sensibles, amorosamente desordenados, igual que el pueblo suyo.
Andrés Figueroa Cornejo
Marzo 3 de 2010
Comentario