Cuando el tablero electrónico marcó la aprobación en general de la ley de matrimonio entre iguales, el movimiento social ganó una nueva disputa. Le sobraban motivos para el festejo a los dirigentes, militantes y ciudadanos de a pie que se movilizaron y mantuvieron hasta el final en la gélida plaza del Congreso. Al unísono debe celebrar(se) la sociedad argentina, que institucionaliza un logro igualitario, un formidable progreso en una tarea siempre inconclusa.
La militancia y las vanguardias dan los primeros pasos. Su lucha produce un salto de calidad cuando consiguen interesar a personas en principio indiferentes, distraídas, prejuiciosas, temerosas. Devienen especialistas en persuadir, en adecuar sus formatos y palabras a auditorios profanos. Por decirlo de un modo imperfecto (esta nota se escribe de madrugada, tras una larga y tensa vigilia) van ganando escucha y espacio en el sentido común. Ejercitan la paciencia, batallan ante los poderes del estado, superan reveses, se levantan y vuelven a andar. Viene ocurriendo con muchas organizaciones de derechos humanos y civiles, recogiendo el ejemplo imbatible de las Madres y las Abuelas. “La historia -explicó el senador oficialista Daniel Filmus, seguramente en el mejor discurso de la velada- es la conquista de derechos.” Todo reconocimiento es una conquista, siempre hay alguien que la procura contra poderes instituidos que la resisten.
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Tras una reyerta drástica sobre cuestiones reglamentarias, los senadores intentaron sesionar guardando estilo, evitando griteríos o interrupciones. En la “Cámara alta” se ufanan de ser más ponderados y atinados que los bullangueros diputados. El buen tono es de agradecer, no así el promedio del debate que fue entre mediocre y aburrido, sostenido básicamente por el suspenso sobre el desenlace. La esgrima verbal alcanzó, de todas formas, picos apasionados. La sanluiseña Liliana Teresita Negre de Alonso, que milita con los Rodríguez Saá y en el Opus Dei, sorprendió al sindicarse como la principal discriminada en la polémica. Too much, senadora.
Hilda González de Duhalde, peronista federal bonaerense, invocó un justicialismo prehistórico subestimando los derechos humanos y civiles. En su escala, recién deben discutirse una vez resueltos los problemas económicos y sociales. Soslayó los significativos logros de ciudadanía de las primeras presidencias de Perón. Los derechos civiles y políticos de la mujer, los derechos de los “únicos privilegiados”, incluyendo la supresión de discriminación a hijos no nacidos del matrimonio.
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Los cruzados contra el proyecto de Diputados trataron de ahorrar argumentos trogloditas trillados con anterioridad. Se relegó un caballito de batalla: el terror a un mercado negro de esperma, un alerta de Negre de Alonso, que habla menos de realidades tangibles que de los entresijos de su mente. Se amarretearon las advertencias, onda Mirtha Legrand, sobre los peligros de perversión de eventuales parejas adoptantes de un mismo sexo. Primó la mención al respeto a las minorías aunque algunos senadores, traicionados quizá por su idiosincrasia, se fueron de boca. Roberto Basualdo (sanjuanino del Frente de Producción y Trabajo) aludió a los homosexuales como “esos que no pueden procrear”.
Adriana Bortolozzi de Bogado, peronista y formoseña ella, denunció que la presidenta había secuestrado a las dos senadoras que viajaron con ella a China. “Violaron sus fueros”, clamó. Tan rústica fue que le enmendaron la plana algunos integrantes del Frente para la Victoria opuestos a la reforma, como el sanluiseño Daniel Pérsico.
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Quienes votaron por la afirmativa, en general, no pudieron trascender los argumentos acumulados en el debate público y mediático. Hubo excepciones. La entrerriana oficialista Blanca Osuna se valió de un argumento costumbrista digno de repetición. Hizo hincapié en los muchos homosexuales entrerrianos anónimos que, estigmatizados e invisibilizados por las reglas legales y sociales, se vieron obligados a emigrar a grandes ciudades. En su nombre fundó su voto y lo fundó bien.
La misma Osuna interpeló a los cruzados de la Iglesia, tan expeditivos para castigar a curas que disintieron con ellos. Osuna se (les) inquirió para cuándo habrá igual rigor con Christian Von Wernich o con el obispo Edgardo Storni. Tendrá que esperar sentada en su curul, sospecha el cronista. Otro senador buscó el contrapunto con los enemigos de la adopción hecha por parejas gay. Adujo preferir que un chico abandonado fuera con una de ellas y no a “Felices los niños”. Nadie recogió el guante.
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La gravitación política de la jerarquía de la Iglesia Católica sobrevoló el recinto. Impactó la cantidad de expositores (fuera cual fuera su postura) que dejaron constancia de su condición de católicos. Agregaron precisiones: practicante, no practicante pero casado por iglesia y con hijos bautizados. El contexto potencia el valor de la amplia victoria cultural lograda en el imaginario ciudadano mayoritario. Y también el coraje de los cristianos de ley que contrariaron a los popes de la institución a la que pertenecen. El radical santacruceño Alfredo Martínez (que votó favorablemente el proyecto en general), antikirchnerista fervoroso, supo superar el resquemor de “quedar pegado al gobierno”. Privilegió los valores, cuando cuestionó con firmeza las palabras inquisitoriales del cardenal Jorge Bergoglio, “mi pastor”.
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Marcelo Guinle, peronista de Chubut, vaticinó que “más allá del resultado de la votación, mañana la sociedad va a ser mejor que hoy”. De eso se trata, de un tránsito imprescindible, saneador, que abre un nuevo escenario. No es el fin de nada, menos que menos de la estigmatización, el prejuicio o el maltrato al diferente. Es un inicio, en un estadio superior. El aporte institucional construye ciudadanía, da plafond a los procesos sociales, cambia de pantalla. Lo demás, que incluye el fluir vital de nuevas familias y modificaciones a las leyes, está por hacerse.
La sesión despuntó un 14 de julio cuando se conmemora uno de los primeros gritos por la libertad, la igualdad y la fraternidad. En la madrugada de hoy se marcó un hito por la libertad y la igualdad. Por la fraternidad, queda tanto por hacerse…
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