¿Hace falta aclarar todavía que las Madres no se propusieron reemplazar a la justicia penal, sino, simplemente, alumbrar ciertos aspectos aún insondables para la legalidad argentina, producto de una democracia que fue muy vigilada por los poderes económicos, eclesiásticos, y también militares, hasta recién entrado el siglo veintiuno?
¿Cuándo se les reconocerá a las Madres el mérito político de prender la luz ahí donde la democracia argentina aún permanece a oscuras? ¿Cuándo se tendrá en cuenta en su justa medida el logro político de señalar esa carencia de nuestra ley penal, que no tipifica debidamente el delito social, cultural e histórico de la mentira mediática, la manipulación informativa y la irresponsabilidad total en la ejecución de la labor periodística?
¿Hasta cuándo van a insistir con esos argumentos tan pueriles, que quieren tomarle inútilmente el pelo a la ciudadanía cautiva de esos medios monopólicos en donde usted escribe y dice, se lo oye y se lo ve, a la tarde y a la noche, según los cuales “las Madres quieren convertirse en jueces”, o este otro: “Los tribunales populares nos pueden llevar a la anarquía o a la violencia”?
Esas, señor Tenembaum, fueron sólo algunas entre las tantas barbaridades que se han escuchado estos días, varias de ellas en el Honorable Congreso de la Nación , institución de la democracia muy respetable, por cierto, y que muchos creíamos estaba para otra cosa; por ejemplo, velar por la verdadera libertad de expresión, cualidad de las democracias modernas que sólo veremos realizada en el país el día que todas las voces diferentes tengan idénticas posibilidades de transmisión y circulación de sus opiniones, con la misma capacidad de llegada.
Hace años que las Madres acuñaron una importante definición política, que constituye una categoría de análisis histórico: “Memoria fértil”. Ese concepto, que la intelectualidad bien pensante argentina, que hace teorías y enseña en las universidades, desconoce o ningunea, fue creado por las Madres mientras arreciaba desde el poder político perdonador una serie de reconocimientos oficiales, ciertamente muy hipócritas, que las Madres rechazaron porque venían de la misma autoridad política que había dejado sin castigo a los asesinos.
Las Madres nunca quisieron las listas de los muertos, porque ya conocían quiénes eran sus hijos; ellas querían las listas de asesinos. Las Madres no quisieron destacar las fechas de cada secuestro, ni la historia individual de cada desaparecido, ni sus nombres y apellidos en singular, sino su plural colectivo, su pertenencia de clase. Reivindicar sus luchas, sus proyectos militantes; rediscutir el sueño socialista en nombre del cual vivieron felices y generosos, en plenitud, sus hermosas vidas. Señalar bien fuerte que los desaparecidos amaban la vida por sobre cualquier otra cosa, que luchaban hasta vencer y no hasta morir, por más que haya sido la cobarde muerte de los generales argentinos la que los encontró primero.
De ahí la “memoria fértil” de las Madres, que tanto contrastaba con la memoria oficial, del horror, de los huesos hallados en fosas comunes, de las terribles exhumaciones de cadáveres, de las condenas irrisorias cuerpo de por medio, y a cambio, o al mismo tiempo, la impunidad más hiriente, expresada en el ascenso en los escalafones militares de probados torturadores y asesinos, y peor aún, el nombramiento en cargos electivos de la democracia de algunos de los más emblemáticos responsables del genocidio.
Pero eso a usted, Tenembaum, parece importarle muy poco. Tiene todo el derecho del mundo a estar en desacuerdo con las posiciones históricas de las Madres de Plaza de Mayo, pero no a desconocerlas si es que va a referirse a ellas. Y menos que menos reducirlas a la categoría de “sector más oficialista de Hebe de Bonafini”, como si la Asociación Madres de Plaza de Mayo no tuviera la suficiente entidad o peso específico propio en la historia argentina. Quizás por eso compare la actividad en la Plaza de Mayo, así como al pasar, con “una cancioncita”, como mezcla con picardía.
Se le nota, Tenembaum. El “juicio” que se animaron a hacer las Madres rascó justa en la parte de la piel que cubre el cuerpo democrático, ahí donde está colorado de olvidos y confusión. Y a muchos eso les molesta. Los descubre en posición adelantada. Además, la actividad tuvo la valía de haber contado con el testimonio de destacados periodistas, que se atrevieron a enfrentar la insopor presión mediática y política que combinó toda su ingeniería para desprestigiar el “Juicio”. Tanta fue la presión en los días previos, que hasta se llegó al extremo de que varios miembros de la Comisión de libertad de expresión de ambas Cámaras legislativas, le pidieran a la Presidenta que interviniese para suspenderlo. A cien años de hoy algún historiador recordará este hecho y se sorprenderá al comprobar las desmesuras y vergüenzas a las que fue capaz de llegar nuestra democracia: que en nombre de la libertad de expresión se invoque la más alta investidura de la Nación para censurar una actividad pública de las mismísimas Madres de Plaza de Mayo…
¿No le provoca eso vergüenza ajena, señor Tenembaum?
Por lo demás, aquel “juicio” de las Madres no fue el primero. Ya hubo otros cinco antes. Ni habrá sido éste que ahora nos compete el último, según ellas mismas señalaron. El próximo será el de los jueces. ¿Quién será entonces el magistrado que alce su voz para cuestionar “el atropello a la independencia del Poder Judicial”? ¿Alfredo Bisordi, acaso? ¿Usted también saldrá en defensa de esa otra corporación, la de la familia judicial?
Las Madres han tenido la osadía de plantarse hace 33 años en el territorio político por excelencia de la historia argentina, y cantarles ahora las cuarenta a unos cuantos periodistas. Peor: a periodistas que están vivos. No se la agarraron con Bernardo Neustadt, a quien ni Grondona se hubiera animado a defender. Más grave aún: pusieron el ojo sobre periodistas que actualmente están trabajando en medios importantes, y que hoy -caramba- se han convertido en los grandes defensores de las garantías democráticas, guardianes celosos de la libertad de expresión, y, vaya paradoja, severos impugnadores de todo lo que hace o deja de hacer el gobierno nacional. Entre ellos, Magdalena Ruiz Guiñazú.
Ruiz Guiñazú
Dice usted, Tenembaum, que el testimonio que fue puesto a consideración en el juicio y que incrimina (tranquilo Tenembaum: no penalmente, sino ética y políticamente) a Ruiz Guiñazú, es una simple grabación de una pregunta que le hizo a Videla. Intenta desacreditar la gravedad de la evidencia juzgando que es “sólo eso”. A usted, indudablemente, le parece poca cosa. Trata de deslegitimar todo el “Juicio” refutando lo que a priori pareciera ser el punto más débil de quienes lo defendemos en este debate.
Lo cierto es que ese reportaje en el que Magdalena le tira una cucharada de dulce de leche a Videla, como tan bien retrata Carlos Barragán, se produjo fuera del país, a miles de kilómetros de los campos de concentración, en Washington, la capital mundial de la “democracia”, como seguramente pensaba en ese mismo momento Ruiz Guiñazú; al menos eso es lo que se desprende de la pregunta que le formuló por entonces al dictador, cuando discurre sobre “la importancia de tener un lugar en la cocina del mundo, políticamente”.
La conferencia de prensa del “Señor presidente Videla”, como lo trata con pompa y circunstancia Magdalena, se realizó fuera del país, a prudente distancia de los cercos y las púas genocidas, precisamente un 6 de septiembre de 1977. Qué fecha para llamar “señor” y “presidente” al peor carnicero que tuvo nuestra historia, entrado a tiros por la ventana a la primera magistratura nacional. Fue exactamente un 6 de septiembre, pero de 1930, en que los sectores más reaccionarios de las Fuerzas Armadas comenzaron su saga de golpes de estado cívico militares, aquella vez derrocando a Hipólito Yrigoyen.
Más: Magdalena, esa misma que según la vendedora de su barrio leyó valientemente en la radio la carta que le había enviado a un hermano desaparecido, tenía todas las posibilidades para aguarle la conferencia, más parecida a una operación de baja propaganda que a una conferencia de prensa. Pero no. Pudiendo haberlo descolocado totalmente con la poderosa arma de la crítica o la pregunta incisiva, lo hizo sonreír con una pregunta de ocasión, quizás ya pactada de antemano para complacencia del dictador.
Magdalena sabía muy bien cuál era el deber de una periodista independiente en esas circunstancias, pero sencillamente eligió no cumplirlo. Ella debió haberlo indagado por el destino de miles y miles de argentinos cuyos familiares y compañeros no sabían dónde estaban, ni qué suerte habían corrido, entre ellos el hermano de la vendedora de su barrio, Tenembaum. Muchos argentinos se habrían salvado de la “muerte argentina”, como se la conoció en el mundo entero, si las denuncias que los familiares de las víctimas hacían por entonces hubieran encontrado el debido eco en los comunicadores de mayor circulación, como Magdalena.
Ella no corría ningún riesgo, Tenembaum. Y usted lo sabe. No la alivie en su responsabilidad. Podría haber pedido el asilo político y quedarse en Estados Unidos, o viajar a Europa o a México, de haber pensado que con esa eventual e hipotética pregunta, u otra similar, quizás más punzante, su integridad física y sus derechos individuales más elementales correrían peligro. Pero no. Lo trató cortésmente de “Señor Presidente”. Y a continuación dio injusta credibilidadad a quienes afirmaban que existía una campaña antiargentina en el exterior, tratando de exorcizar las denuncias que por todas partes del mundo la colonia exilar argentina hacía replicar: “Hace un ratito se refería a la forma distorsionada en que el exterior se presenta nuestra realidad”, le dijo.
Así le preguntó a Videla, sirviéndole en bandeja la pelota, para que el otro remate tranquilo y o, sin marca alguna, al arco. “Distorsionada”. Como la imagen que la librera de su barrio tiene de Magdalena. O usted mismo, Tenembaum, respecto del “Juicio” que hicieron las Madres; o la propia Ruiz Guiñazú, acerca de Jorge Rafael Videla en aquel entonces.
Sin embargo, resulta muy extraño que Ruiz Guiñazú tuviera una visión tan distorsionada acerca de la dictadura. Para el 6 de septiembre de 1977, la dictadura ya había puesto en funciones el Centro Piloto de París, una estructura de inteligencia montada en la embajada argentina de la capital francesa, para contrarrestar el efecto de las denuncias que los exiliados multiplicaban por toda Europa. El Centro era dirigido por una íntima amiga de Ruiz Guiñazú, Helena Holmberg, luego asesinada por la dictadura.
Además, Tenembaum, al momento de la conferencia en Washington, hacía ya más de cuatro meses que las Madres de Plaza de Mayo habían irrumpido en el lugar más visible de entre todos los posibles, para hacer su desesperada exigencia colectiva: “¿Dónde están nuestros hijos?”. Magdalena no podía desconocer entonces qué estaba ocurriendo en el país. No cualquier periodista iba a estar en esa conferencia de prensa, sino, innegablemente, quienes más olvidos se acordaran de callar ese día, obedientes, ante el “Señor presidente”.
¡Un año y medio llevaba ya la dictadura militar! Rodolfo Walsh ya había sido asesinado por entregar en un buzón una Carta Abierta a la dictadura, en la que denunciaba lo que Ruiz Guiñazú aparentemente desconocía, y que en el “juicio” de las Madres fue acreditado debidamente: que los medios de prensa del país recibían reportes casi a diario de la Agencia de noticias que Walsh había creado con un único propósito: mantener informados a todos los que estuvieran a su alcance sobre las monstruosidades que la dictadura militar estaba cometiendo, muy especialmente a los periodistas y trabajadores del gremio de prensa.
De Ruiz Guiñazú, al menos, uno esperaba su autocrítica pública, como hicieron en su momento Borges, Favaloro y hasta el actual embajador argentino en Estados Unidos, Héctor Timerman. Pero ella, en cambio, nada; apenas la advertencia de que le iniciaría acciones judiciales a Hebe de Bonafini.
Gobierno
Por todo esto, resulta increíble que usted diga que lo que hay en marcha es una “operación intelectual sumamente disparatada”, de “buenos y malos”, que sufrieron la dictadura mientras otros la apoyaban, como usted banaliza, escondiendo que se trata de algo mucho más serio, como es ponerle fin a la impunidad judicial para los genocidas, y reparar no ya con dinero, o monumentos, sino con firmes políticas de Estado y profundos cambios institucionales, la huella que la dictadura militar dejó en la cultura democrática argentina.
Esto es, a mi juicio, mucho más trascendental que la mera sanción penal para los responsables, muchos de los cuales ya están muertos, y que en cientos de casos será arduo reunir la necesaria prueba fáctica que pueda inculparlos. Por ejemplo: ¿cómo probar la participación en delitos de lesa humanidad de miles de ciudadanos y ciudadanas argentinas que fueron parte de la estructura de Inteligencia de las Fuerzas Armadas, y que, sin la evidencia concreta, podrán seguir siendo grandes señores de la democracia, y llegar incluso a puestos relevantes en el Poder Judicial, por caso, como uno que alcanzó el grado de Fiscal de Primera Instancia en lo Criminal de Instrucción, Justo Joaquin Rovira, y allí está todavía?
Es tan titánica, tan parte aguas, tan profunda la tarea del actual gobierno en cuanto a su política de derechos humanos, que ha llegado a inscribir otro prólogo, aunque manteniendo el original, al libro Nunca Más. Aquel texto emblemático de la post dictadura, había sido escrito por Ernesto Sábato, compañero de tareas de Ruiz Guiñazú en la CONADEP alfonsinista, y es considerado como el documento oficial por el cual el Estado argentino de entonces explicó lo ocurrido en la Argentina según una particular visión, muy discutible: la Teoría de los Dos Demonios.
Tenembaum, usted no puede desconocer que Magdalena cuestionó duramente el nuevo prólogo, que -insisto- no cambió al que ya estaba, sino que fue adicionado a la nueva edición, y que aclaró la nueva visión del Estado argentino respecto de la década del enta. Esa nueva interpretación se corresponde con la política del actual gobierno, que es una continuación del anterior. En 27 años de vida democrática ningún presidente argentino se animó a lo que sí se atrevió Néstor Kirchner: llamar a los desaparecidos “mis compañeros”, y tratar con el merecido honor institucional a las Madres de Plaza de Mayo. Ninguno. Nadie. Y eso no resulta gratuito. Tiene costos.
No puede usted obviar ese dato de la realidad, Tenembaum, y tirarlo todo al tacho de “la utilización política de los derechos humanos”. Quizás la vergüenza ajena le esté jugando una mala pasada y le recuerde la otra vergüenza, la propia, esa que habrá sido determinante para que usted haya elegido no ir a la muestra popular de repudio a los genocidas, el último 24 de marzo, en la Plaza de Mayo.
Al respecto, déjeme decirle muy humildemente que, a mi entender, ha hecho muy mal en no ir. Si su compromiso es verdadero -y no dudo que así sea-, no creo que exista un solo motivo capaz de aplazarlo. Ni siquiera su empleo bien remunerado en el Grupo Clarín.
* Director de la revista Sueños Compartidos, que edita la Fundación Madres de Plaza de Mayo
Comentario