“Ya habéis visto los males y los bienes que os ofrecen el uno y el otro sistema; pues bien, ahora decidme vosotros: ¿qué queréis?”. Casi se los puede ver. Representantes de todos los pueblos originarios de Omasuyos, Larecaja, de las Yungas y Apolobamba, escuchando a ese porteño hablar despacio, esperando la traducción de sus palabras al kechua y aymara.
Atrás, las ruinas del Tiwanaku, centro del mundo andino. Dicen que fue en la “Puerta del Sol”, bajo la mirada de Wiracocha. Lo cierto es que el 25 de Mayo de 1811 Juan José Castelli, en representación de la Junta de Buenos Aires, reúne a las tropas del ejército revolucionario del Norte e invita a representantes de los pueblos andinos “en unión fraternal”, a celebrar el primer año del triunfo revolucionario.
Lo escoltan el general Balcarce y un joven Bernardo Monteagudo, quién lee ante todos los presentes: “Los esfuerzos del gobierno superior se han dirigido a buscar la felicidad de todas las clases, entre las que se encuentra la de los naturales de este distrito, por tantos años mirados con abandono, oprimidos y defraudados en sus derechos, y hasta excluidos de la “mísera condición de hombres”.
Meses más tarde, el sueño de aquellos que lucharon por una América libre y respetuosa de los derechos del hombre se vería resquebrajar hasta desangrarse en largas y cruentas luchas internas. La revolución americana iba a ser derrotada por la mezquina contra revolución que anidaba en las jornadas del Mayo porteño.
Para Castelli, la Patria desbordaba su Buenos Aires natal. Quizá en sus años universitarios en Chuquisaca, en la Universidad Mayor de San Francisco Xavier, verdadera escuela de dirigentes para la independencia, empezó a concebir a América como su patria. En uno de sus manifiestos a los pueblos del interior refiere: “El Gobierno de Buenos Aires jamás se lisonjeó en la idea de su propia felicidad sino cuando pudo calcular que tendrían parte en ella todos los habitantes de la América”, y agrega: “amo a todo Americano, respeto sus derechos y tengo consagrada mi existencia a la restauración de su inmunidad”. América, amor, felicidad. Están presentes en la verba florida del orador de la Revolución.
Castelli murió, como tantos de nuestros revolucionarios, solo y vencido; con un cáncer lacerante de lengua y procesado, sin causa justa aparente, por la Junta porteña. Las crónicas relatan que en aquella madrugada pidió lápiz y papel y escribió sus últimas palabras “Si ves al futuro, dile que no venga.”.
Lo cierto es que hoy, al cumplirse doscientos años de aquella Revolución, la historia se sigue escribiendo. Sudamérica sigue soñando con la Revolución eterna y prometida. Hoy, más que nunca Argentina y América toda se sigue debatiendo entre dos modelos. Revolución americana o imposición de los poderes centrales.
En los últimos años, los Estados sudamericanos han librado y ganado varios combates. En 2010, el primer presidente indígena del Estado Plurinacional de Bolivia asumió su segundo mandato, en el centro ceremonial de Tihuanaku.
Evo Morales, descendiente de aquellos que escucharon esa tarde de 1811 los derechos de igualdad proclamados por Castelli, recibía frente a comunidades provenientes de toda Bolivia y América la bendición de sacerdotes aymaras para asumir su segundo mandato con sabiduría.
“Desde este lugar milenario nace una nueva luz, una luz de esperanza para el pueblo boliviano y para la humanidad”, fueron las palabras del presidente. “Siento que avanzamos cambiando esa historia negra de nuestra querida Bolivia. Hoy día estoy por segunda vez en este lugar sagrado, segunda vez a pedido del pueblo boliviano. Un sólo presidente para dos Estados”.
Ese mismo día, representantes de los pueblos originarios de Argentina también estuvieron presentes, la dirigente jujeña Milagros Sala viajó a “la puerta del mundo” para ser participe de ese momento: “Es como un sueño. Es como si de pronto el cóndor, el árbol, la vida misma cobrara otro significado. Evo emana una energía que es la nuestra. La de la sangre, de todos estos siglos de explotación de nuestra raza. Es un honor para mí estar en la puerta del mundo. Soy feliz”.
En la semana de Mayo, miles de hombres y mujeres de los pueblos originarios llegaron a Buenos Aires para reclamar un estado plurinacional, una patria que los reconozca. Se hicieron visibles en el centro porteño, después de ocho días de marcha desde todos los puntos del país, para confluir en la Plaza de Mayo, recordándoles a sus habitantes que Argentina está en América y que en sus tierras late la sangre cobriza de los pueblos negados.
Silenciosamente se sigue tejiendo esta Revolución y los debates se actualizan. Quizá este futuro sea más promisorio que aquél que intuía Castelli. Mientras tanto, Juan José nos interpela: “decidme vosotros, ¿qué queréis?”.
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