Por: Andrés Soliz Rada
La historia no es el relato neutro de acontecimientos pasados. El recordar determinados sucesos y dejar a otros en la penumbra, el destacar hechos considerados relevantes para unos y poco importantes para otros muestra que el historiador acumula elementos que justificarán sus posiciones presentes y su visión futura. En el caso boliviano, lo anterior tiene una claridad meridiana. Existe una historia criolla euro céntrica, representada por Alcides Arguedas, para quien lo indígena y lo mestizo son la lacra que impiden el progreso del país. La indigenista que plantea el retorno al Tawantinsuyo, olvidando que el pasado es irrepetible. La indomestiza que, al rescatar los valores de nuestras culturas milenarias, las proyecta con la energía de indígenas, mestizos y criollos, empeñados en construir un país digno en lo interno y con la visión de la Patria latinoamericana en lo externo.
Las tres corrientes interpretan de manera antagónica la Revolución del 16 de julio de 1809, piedra angular del proyecto nacional. Para Arguedas, la gesta paceña fue una asonada de la chusma, encabezada por un bastardo de la casta inferior (Pedro Domingo Murillo), para reiterar que el cholo es populachero, tornadizo e inestable, signo revelador de la “raza cruzada”. El indigenismo se empeña en descalificar a Murillo por haber integrado las tropas que treinta años antes, en 1781, defendieron a la ciudad de la Paz del cerco de Tupaj Katari, lo que habría creado un abismo perpetuo entre indios y mestizos.
Tal posición se debilitó con el hallazgo de Luís Oporto Ordoñez, quien escribió en la Revista “Migraña”, de la Vicepresidencia del Estado, que Bartolina Sisa, esposa de Katari, a quien llamaban la Virreina (su esposo se proclamó Virrey), era una mujer de pollera, es decir una chola, considerada, a lo largo de nuestra historia, la bisagra de la sociedad boliviana. Katari fue descuartizado, en tanto Bartolina Sisa y su secretario, el mestizo José Hinojosa, fueron ahorcados. La represión contra lo indomestizo funcionó de manera implacable.
La unidad indo mestiza también trató de ser construida a través de preclaros líderes indígenas. Tal el caso del caudillo aymara Juan Manuel Cáceres, escribano de la Junta Tuitiva, quien, luego de huir de la persecución de Goyeneche, encabezó un nuevo cerco a la ciudad de La Paz, en 1811, lo que inmovilizó a las tropas españolas que pretendían desplazarse al norte argentino, a fin de aniquilar la Revolución de mayo. Meses después, Cáceres fue apresado y conducido a Chuquisaca, donde debía ser ejecutado, pero fue liberado por Juan José Castelli, comandante del primer ejército libertario enviado por Buenos Aires. Más tarde, Cáceres coordinó acciones revolucionarias con Esteban Arce, Manuel Ascencio Padilla y Juana Azurduy de Padilla.
En el “Diario del Tambor Vargas”, el libro fundamental de nuestra formación republicana, en el que se narran las peripecias de la guerrilla de Ayopaya, queda claro que la subsistencia de los guerrilleros era impensable sin la alianza indomestiza y en la que los indígenas aportaron con apoyo logístico, soldados y comandantes. En el libro “Reescrituras de la Independencia”, coordinado por Rossana Barragán, se muestra la articulación del grito libertario en Santa Cruz, del 24-09-1810, con los de La Paz, Oruro y Potosí. El líder de la Revolución cruceña, Vicente Seoane, se refugió en Ayopaya, ante la persecución de los realistas. Padilla, por su parte, auspició un histórico encuentro entre el caudillo de los chiriguanos, el general Cumbay, con Manuel Belgrano, que también llegó al Alto Perú para luchar por la independencia de la Patria Grande.
Todos estos sucesos fueron enterrados en la Asamblea Constituyente de 1825, en la que alrededor del 98 % de los delegados representó a los dueños de tierras y de indios, que fundó la República oligárquica de 1825, que proscribió a los patriotas. De alguna manera, la historia de Bolivia es la historia de los proscritos, empeñados en expulsar a los oligarcas que se apropiaron de la guerra de la independencia. Esa lucha, en la fase republicana, fue nutrida por Santa Cruz y Belzu, en el Siglo XIX, y por Zárate Willaca, los combatientes del Chaco, Toro, Busch, Villarroel y los revolucionarios del 52, en el Siglo XX.
La autoconciencia de lo indomestizo se fue afirmando con las obras de teatro de Raúl Salmón y de políticos como Carlos Palenque hasta llegar a Evo Morales, en el que el 98 % de excluidos en 1825, se tornó mayoría en las elecciones presidenciales de 2005, lo que permitió consolidar el proyecto indomestizo que, con luces y sombras, vivimos al presente.
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