Transitamos tiempos difíciles en el mundo contemporáneo. Se calcula que la mitad de los habitantes del planeta vive por debajo de la línea de pobreza. Recientemente, el Banco Mundial publicó una serie de datos sobre la pobreza en el mundo, que confirma esta hipótesis. Define como pobres a quienes viven con un ingreso inferior a un dólar al día. Con este criterio, se estima en 3 mil millones el número de pobres, lo que representa casi la mitad de la población mundial. Actualmente, cada cinco segundos un niño muere de hambre o por motivos relacionados con la falta de alimentos.
Se calculaba a fines de 2007 -antes de la última crisis económica-, según el informe del Banco Mundial, que 186 millones de adultos y 88 millones de jóvenes, entre 15 y 24 años, eran desempleados. Lo que no impedía que 184 millones de niños, entre 5 y 17 años, formaran parte del mercado laboral. Dicha proyección con posterioridad a la debacle financiera y sus consecuencias recesivas se han incrementado en más del 20%.
En paralelo, y a pesar de las crisis recurrentes, la globalización capitalista muestra, para los que estamos incluidos, el seductor espejismo de la sociedad de consumo. En una suerte de paraíso en cuotas, aumentamos nuestros gastos fijos porque, como nos ordena el imaginario imperante en los tiempos que corren, “siempre hay algo nuevo que comprar”. A pesar de que últimamente en el Viejo Continente y en el gran país del norte la crisis y la recesión irrumpieron en la vida cotidiana de multitud de asalariados, que hoy viven un presente de estancamiento y un horizonte imprevisible.
Mientras tanto, según el informe de la Cepal, que tomó estado público durante la última reunión del Mercosur en la provincia de San Juan la semana pasada, diez países de Latinoamérica tendrán un crecimiento que va del 5 al 7,6% en 2010, dándose un hecho inédito en 500 años de historia. Por primera vez, a pesar de la crisis global, estos países han disminuido entre el 10 y el 15% los índices de pobreza en la última década. Estos datos contrastan con las denuncias de la jerarquía eclesiástica y del máximo representante de la Sociedad Rural, en una suerte de ataque de sensibilidad social, que en los últimos tiempos se ha tornado en epidemia en las corporaciones empresariales. A diferencia de su silencio cómplice en las décadas de neoliberalismo salvaje y destrucción del aparato productivo, con sus perversas consecuencias de desocupación masiva y pauperización creciente, nunca se les escuchó una mínima denuncia o una declaración condenatoria.
Así de esquizofrénico es el pensamiento de los poderosos de siempre, expresado con claridad en el matutino conservador La Nación, el lunes 2 de agosto. En una nota central de su portada el diario de los Mitre ponderó la creación de una nueva villa en la Capital Federal, que recibió la denominación Villa Hollywood o Villa Cartón. La hipersensibilidad de este medio se dio un día después de titular en tapa -el domingo 1 de agosto en consonancia con su colega copropietario de Papel Prensa, el diario Clarín- lo más destacado del discurso del arriero ideológico de la oposición conservadora Hugo Biolcati. Esta particular forma de ponderar la realidad marcó agenda y tuvo rebote mediático, tanto en el periodismo radial como en los medios audiovisuales del autodenominado periodismo independiente. La veintena de precarios ranchos de cartón, a orillas de las vías del ferrocarril fue el foco de atención de la prensa opositora para reforzar el discurso del mandamás de la corporación agropecuaria. La dolorosa existencia de esa decenas de familias eclipsó a los más de 10 mil ciudadanos en situación de calle que también sufren las inclemencias del crudo invierno bajo los puentes, las autopistas o en algún espacio que pueda improvisadamente servirles de precario refugio, ante el desalojo compulsivo y la falta de recursos para alquilar una modesta habitación en una pensión a no menos de 900 pesos mensuales. Tampoco se dijo en los medios conservadores que la mayoría de la gente que decidió construir su guarida existencial en ese contexto emigró de su anterior zona de residencia (el tercer cordón del conurbano bonaerense), tras la eliminación del denominado tren blanco que les permitía día a día, trabajosamente, acercarse a las zonas de recolección de cartones y productos desechados por los vecinos de barrios de clase media acomodada. Tampoco se informó sobre los múltiples inconvenientes que tienen los recicladores para ingresar a la Capital -por las políticas xenófobas del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires-, ni se habló de los desocupados estructurales que, por necesidad, en largas jornadas se ocupan de reciclar lo que la sociedad de consumo tira. No sólo “invierten” gran parte de sus vidas, más allá del frío intenso o del calor extremo, en un trabajo necesario socialmente, pero degradado y mal visto por la mirada prejuiciosa del imaginario pacato de “la gente linda”, inmersa en la cultura del consumismo.
Desafortunadamente para la “utopía libremercadista”, profesada por corporaciones como la Sociedad Rural, ocurre que el capitalismo tiende a la concentración y centralización del capital. Esto constituye una ley económica, con tanta fuerza social como fuerza natural tiene la ley de la gravedad: podrán emitirse todas las normas jurídicas que se quieran, pero en el país y en el mundo capitalista seguirán formándose oligopolios y monopolios, y los existentes se acrecentarán y traerán consigo toda la secuela de males y problemas, entre ellos, los generadores de pobreza.
No es posible encontrar soluciones para erradicar la pobreza estructural, en tanto y en cuanto se recete a los países más capitalismo, entendiendo por esto liberar la competencia y considerar como norte de la sociedad la lógica de la acumulación privada de riquezas y el sálvese quien pueda en lo social. Lo que la Historia ha demostrado en el siglo XX y en lo que va del siglo XXI es que ni en las etapas de mayor crecimiento económico se ha logrado extirpar la pobreza estructural. Hay quienes hoy se inclinan por establecer formas no capitalistas que permitan absorber la mano de obra excluida por el mercado capitalista de trabajo, y hacerlo mediante cooperativas de producción, servicios, educación, culturales o sanitarias en un sentido amplio. Esta idea ligada a la inversión social directa por parte de los Estados, en la consolidación de espacios por fuera de la lógica de la ganancia lisa y llana, permitiría transformar la trayectoria de vida de millones de pobres estructurales, que generación tras generación resuelven la sobrevivencia cotidiana con estrategias de las más diversas, en una suerte de círculo vicioso de marginación, superexplotación y degradación individual y colectiva. Lo cierto es que el discurso hipócrita de los representantes vernáculos del neoliberalismo y las corporaciones sobre la pobreza es una nueva táctica discursiva de los históricos perpetuadores del privilegio y la exclusión social, para arrebatar las históricas banderas de la emancipación. Tan sólo un nuevo globo sonda de la gramática mediática, como la engañosa y desgastada teoría del derrame de la década de 1990.
* Sociólogo y docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
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