Algunos periodistas repiten como loros que en las guerras la primera víctima es la verdad. Revelan el ombliguismo de pensar que las vidas son subsidiarias a sus artículos. Peor aun, revelan que no saben siquiera que las empresas periodísticas -como las armamentistas- tienen alma o intereses. Lo que se vive entre los accionistas privados de Papel Prensa y la sociedad argentina no tiene nada que ver con una guerra y las mentiras publicadas ayer por Clarín y La Nación, son la continuidad de una manera de hacer comunicación mercantil.
El anuncio de la Presidenta del martes 24 fue un hecho trascendental. Porque en menos de un año su gobierno arremetió contra dos mitos del poder de Clarín: el monopolio del papel de diario -en sociedad con La Nación- y la posición dominante en la concentración de medios audiovisuales. El debate que culminó con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual permitió inaugurar una nueva etapa, aún incipiente, de pluralidad de voces en el espectro. El Ejecutivo había tomado el guante de un reclamo que había comenzado con la recuperación de la democracia. En pocas palabras, Cristina Kirchner expresó a quienes querían terminar con una vieja normativa que perpetuaba privilegios. Ningún otro político supo o quiso ocupar ese incómodo lugar.
Curiosamente, Héctor Magnetto y los directivos de Clarín y La Nación esperaban una intervención del Ejecutivo, una especie de arrebato autoritario en Papel Prensa. Se encontraron con un libreto completamente diferente: todo lo investigado, a la Justicia y, en paralelo, un proyecto del Ejecutivo que declare de interés público la producción de papel de diario que contemple los recursos suficientes como para evitar la importación de bobinas y que garantice el acceso a precios igualitarios por parte de los editores. Además, una comisión bicameral para controlar a Papel Prensa y a otras eventuales empresas que se dediquen al sector.
La respuesta. Isidoro Graiver, hermano de David Graiver, publicó una solicitada tan impactante como intrascendente. Impactante porque afirma: “Realizamos las ventas de bienes de nuestros activos en las mejores condiciones que pudimos obtener, sin amenazas ni extorsiones y en libertad”. El pequeño problema es que Isidoro Graiver no era accionista de Papel Prensa. Es decir, el “realizamos” es una mentira. Osvaldo Papaleo, hermano de Lidia, viuda de David Graiver (hermano de Isidoro) aclaró que en 1975 Isidoro se había retirado del clan de empresas familiares y había cobrado u$s2 millones de manos de David. Lo que dejó asentado Isidoro Graiver en una escribanía es que “teníamos en la familia cierta precariedad formal”. Pero en el párrafo anterior aclara que las acciones Clase A estaban en manos de Rafael Ianover y Galería Da Vinci -una empresa de David-, mientras que las acciones Clase C y E estaban en la “sucesión Graiver” (es decir, su viuda, Lidia, y su hija, María Sol).
En ningún momento aclara por qué dice “realizamos las ventas de bienes de nuestros activos”. Es decir, ¿se refiere al total de empresas del grupo? Si es así, es evidente que es puro humo, ya que no está en debate “el grupo Graiver” sino el arrebato de las acciones de Papel Prensa específicamente a Lidia Papaleo y a Rafael Ianover, quienes han declarado tanto en sede judicial como en la Comisión Papel Prensa – La verdad, que fueron obligados a firmar el traspaso en condiciones completamente irregulares, bajo presión, y que después fueron detenidos ilegalmente, torturados y sometidos a consejo de guerra. Clarín sostiene que Isidoro fue “el negociador con Fapel” (la empresa que compró en noviembre de 1976 conformada por Clarín, La Razón y La Nación).
Curioso negociador aquel que no puede acreditar la titularidad de acciones de Papel Prensa.
Clarín también dice que “la hija” de David (María Sol) “desmiente la versión del Gobierno”. A diferencia de la solicitada de Isidoro -que también fue publicada por La Nación-, la supuesta declaración de María Sol no fue tomada por el diario de los Mitre. Porque en esa declaración -ante el escribano Lucas Baglioni- lo único que puede consignar Clarín es que ella no tiene ni tuvo nada que reclamar contra Fapel y sus accionistas. Sería una pieza de humor si no se tratara de un hecho trágico: ella tenía 2 años cuando sucedió esto. Lo que está en juego es algo más sutil y más grave: Lidia Papaleo sufrió los peores vejámenes y estuvo presa cinco años. Su hija, por extensión, fue una víctima de la bestialidad dictatorial.
Hay que destacar que, salvo la editorial firmada por Ricardo Kirschbaum en página 2, Clarín de ayer recién tiene notas firmadas por sus periodistas a partir de la página 10. Todo indica que la redacción trabaja de incógnito y son los abogados de Magnetto quienes redactan los artículos. Los argumentos -verdaderos o falsos- están pensados para llegar a la instancia judicial y para, al mismo tiempo, evitar que los lectores tomen dimensión de la gravedad de lo que está en juego.
La responsabilidad. Hay un cambio cultural en la Argentina del último año. El Ejecutivo se puso al frente de un cambio en un área del poder económico concentrado que es clave: el de los medios de comunicación. Es muy difícil para quien escribe estas líneas ponderar todo lo que significa este cambio. A los políticos y a los periodistas nos motiva particularmente este debate. Hasta hace poco se creía que al resto de la sociedad le podía resultar intrascendente. Más de dos millones de televidentes siguieron el discurso presidencial sólo en Capital y Gran Buenos Aires. El promedio del rating cayó, según consignó La Nación, pero eso es un dato para los que comercializan espacios de publicidad.
Para quienes observan consumos culturales el dato es que dos millones de personas tomaron en cuenta lo que contó la Presidenta. Y no fueron unos minutos de un anuncio leve. Fue la descripción de una historia que fue ocultada por la gran prensa. Hasta el 23 de agosto este tema era retaceado por la gran prensa. A partir del martes, esto entró en “la agenda” de los grandes medios.
Una gran oportunidad se abre para las otras voces de la comunicación. Más que nunca hay que mostrar disposición a investigar y a citar fuentes, a abrir el debate y a opinar responsablemente. La historia de la familia Graiver tiene, como toda historia familiar, temas íntimos y otros que son de dimensión pública. Se trata de hacer memoria para que se haga justicia. Al menos para buena parte de la sociedad, para los que fueron humillados y sometidos por la dictadura y también para todos aquellos que quieren reglas democráticas para el futuro.
La democracia es un ejercicio. Para un fin donde se pretende reparar un daño a las víctimas y terminar con un monopolio no sólo corresponde ser respetuoso de las instituciones. También hay que poner la autoridad política que el pueblo depositó en la Presidenta. A no confundirse, los poderes permanentes son los de la Constitución y no los de las corporaciones privadas como algunos creen.
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