Por: Hector Miguel Tovar V.
Como era de esperarse, la situación brasileña se complejiza más. Y aunque de ninguna forma es asunto de un solo personaje, es en su imagen que diversas contradicciones se sintetizan. En la recta final de la contienda electoral entre Dilma Rousseff y Marina Silva del pasado año, la figura de Luiz Inácio Lula da Silva era considerada como el elemento que definiría la inclinación final de la balanza. Y así fue. Ahora la situación presenta un cariz distinto y las cosas no pintan tan favorables para el expresidente
En lo que va del año se han destapado sucesos que colocan no sólo al Partido de los Trabajadores (PT) y a la presidenta Rousseff en una situación vulnerable de cara a la opinión pública, sino al mismo Lula. La imagen que tanto esfuerzo requirió para ser construida parece próxima a desmoronarse –entre una cantidad importante de ciudadanos– ante los alarmantes episodios de corrupción que la vienen a empañar.
Sin embargo, dichos episodios no son los únicos factores –quizá tampoco sean los decisivos– que agotan la explicación de la situación que impera en Brasil. Los elementos a considerar, para evaluar en su justa dimensión la coyuntura del gigante sudamericano, forman una suerte de amalgama en que se funden lo político, lo económico y lo social-cultural, es decir, lo social en un sentido amplio.
En una sociedad de arraigado e inocultable sesgo religioso como lo es Brasil, los personajes-ídolos juegan un papel de suma importancia a la hora de interpretar su evolución, siendo una suerte de reflejo y termómetro de los humores de la misma; razón por la que el estado que guarda su figura a los ojos de la opinión pública arroja luz sobre la cuestión.
De manera que los problemas económicos, sociales y políticos se han conjugado, dando como uno de sus tantos resultados la “desacralización” de la imagen de Lula. No es, pues, casual que el ícono del ascenso de una alternativa de izquierda esté siendo atacado; y es que la economía brasileña ha resentido el impacto del ambiente recesivo global.
Es por eso difícil eludir el impacto negativo que la desaceleración de la economía china ha tenido en la brasileña. Dicha reducción frena parte importante de la demanda de exportaciones cariocas, con efectos perjudiciales que se traducen en estancamiento y desempleo. En agosto pasado la desocupación alcanzó niveles históricos, de manera que sale a flote la continuidad de la dependencia estructural, de una economía sostenida de forma importante por el estímulo externo, que el fuerte peso de su producción primario-exportadora le imprime.
El aspecto social, indisolublemente ligado al económico, representa una vertiente delicada. El peligro que se cierne sobre la población que recientemente –en la última década– engrosó las filas de la clase media (baja), al suscitar la posibilidad de enarbolar un movimiento social que se sume a los problemas pendientes que el gobierno de Rousseff tiene que enfrentar, representa un elemento de importancia decisiva en el ámbito de la estabilidad.
Completando la tríada de ámbitos que han contribuido a ver cuestionado y repudiado el inicio del segundo mandato de Rousseff –a cuyo barco ya se sumó Lula–, tenemos que lo político, que es por excelencia la arena en la que las contradicciones de una sociedad se condensan, ha sido la gota que derramó el vaso. A los escándalos de corrupción, que azotan a la facción dirigente y a Lula, se suma la pesada losa de un congreso declaradamente en contra y los desencuentros con el partido aliado.
Es ampliamente conocida la llamada capacidad de adaptación de Luiz Inácio a las condiciones cambiantes, aunque ahora parecen especialmente espinosas. Por lo anterior, además de ser pertinente la cuestión de si saldrá o no avante de la tormenta mediática en que se ha visto envuelto, resulta de la mayor relevancia preguntar qué es lo que verdaderamente significa dicho personaje–ídolo en la coyuntura nacional e internacional actual–, para tener en mejor perspectiva las posibilidades que una figura de sus características aporta (o no) al mejoramiento de las condiciones de vida de nuestras sociedades latinoamericanas.
¿Será conveniente dejarlo todo en manos de estas figuras excepcionales? ¿O es hora de dejar a los ídolos en el altar, habida cuenta de su falibilidad, y construir alternativas que no sean sostenidas por columnas tan frágiles como las de esa innegable religiosidad? Sin duda que la respuesta no está en el más allá, sino en el ámbito terrenal.
– Héctor Miguel Tovar Valentines, es Economista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México
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