Por: Alfredo Rada Velez
Desde el año 2013 en los países de la región comenzó a sentirse el impacto de la crisis global del capitalismo -a través del deterioro en los términos del intercambio comercial mundial que se expresó con la caída de los precios del petróleo, los minerales y los bienes primarios alimenticios- con fuertes efectos en Argentina, Brasil y Venezuela, cuyas exportaciones soyeras, mineras y petroleras representan gran parte de sus ingresos fiscales.
Si a ello le agregamos la especulación financiera internacional que ha llevado al fortalecimiento del dólar con efectos erosivos en casi todos los países sudamericanos, que se vieron obligados por razones de competitividad comercial a devaluar sus respectivas monedas, se ha configurado un complejo panorama económico, en el que confrontan problemas de financiación las políticas sociales de carácter protectivo y redistributivo que impulsaron los gobiernos de Cristina Fernández, Djilma Roussef y Nicolás Maduro. En el caso venezolano, existe además como agravante el sabotaje interno que con el ocultamiento, desabastecimiento y especulación de productos efectúan los grupos económicos privados más poderosos.
Para no caer en el determinismo económico hay que puntualizar que, si bien es cierto que la derecha restauradora del neoliberalismo cabalga sobre el malestar social cuyo origen está en la economía, aprovecha también las fallas programáticas y las debilidades políticas de los propios gobiernos genéricamente denominados progresistas.
La ajustada victoria del empresario de ideas neoliberales Mauricio Macri en las presidenciales de Argentina, el sorprendente triunfo de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) en Venezuela y la apertura de un juicio político en el Congreso contra la presidenta Roussef en Brasil, son parte de una arremetida derechista en Sudamérica, que opera sobre la base de partidos políticos nacionales pero que coordinan a nivel regional, en una especie de “internacionalismo contrarrevolucionario”.
A partir de la experiencia boliviana de los años 1982 – 1985, a la que ahora se agrega lo ocurrido en Argentina y en Venezuela, se puede formular la siguiente hipótesis: tratándose de procesos políticos que ocurren dentro del campo democrático, no hay posibilidades de forjar alternativas revolucionarias de poder en confrontación y ruptura con aquéllos gobiernos que con respaldo popular emprenden reformas políticas, económicas y sociales. Se puede complementar la hipótesis: Cuando ocurre el desgaste de esos gobiernos que van perdiendo el apoyo popular que les dio origen, se terminan fortaleciendo las facciones más conservadoras que son las que finalmente pueden retornar al poder.
Recordemos lo que ocurrió durante el gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP) en los años ochenta. Hernán Siles Zuazo presidía un gobierno nacionalista y popular con limitados ribetes reformistas, al que se enfrentaron la Central Obrera Boliviana (COB) y el Partido Obrero Revolucionario (POR) bajo la premisa de la “superación revolucionaria del udepismo”. El resultado fue catastrófico: la UDP se hundió, la COB se deslegitimó y los partidos de derecha de ese momento, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y la Acción Democrática Nacionalista (ADN), terminaron ganando las elecciones de 1985 con lo que encabezados por Víctor Paz Estenssoro dieron inicio a la larga noche neoliberal.
En Argentina, la ultraizquierda que hace años se organizó en el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), desplegó varias estrategias de desgaste del kirchnerismo, acusándolo de ser “un otro gobierno burgués con tendencia a derechizarse”. Bajo esa aberrante lógica que no observa matices, el FIT que obtuvo 812.000 votos (poco más del 3%) en la primera vuelta en Argentina, para la segunda vuelta llamó a votar en blanco “no importando cuáles sean los candidatos”. Macri ganó esa segunda vuelta por una diferencia de 680.000 votos y ahora es presidente. Los aventureros del FIT tendrán que explicarle al pueblo por qué facilitaron con su abstención el retorno al gobierno de la burguesía neoliberal, que se apresta a tomar medidas de recorte de los subsidios, rebaja de los salarios y retroceso en los derechos laborales.
En Venezuela, la variopinta oposición contó al principio entre sus filas con organizaciones “revolucionarias” de nombres tan radicales como Bandera Roja o Movimiento al Socialismo, así como disidentes del chavismo. Pero con el apoyo económico y el aparato mediático de la burguesía, con el tiempo pasaron a prevalecer las corrientes de Leopoldo López y Henrique Capriles, admiradores del fascista colombiano Alvaro Uribe. Estos son los que han logrado mayoría calificada en la Asamblea Nacional de Venezuela y desde allí pretenden, a pedido de la burguesía venezolana, anular la “Ley Orgánica del Trabajo, los Trabajadores y las Trabajadoras” en la que están plasmadas las conquistas sociales logradas los últimos quince años.
Ojalá no se olvidaran estas lecciones de la historia y la política contemporáneas, pero como en Bolivia la memoria es frágil otra vez se escuchan frases como “la derecha está en el gobierno” u “otra izquierda es posible”. Afirmo aquí y ahora que esa verborragia es sólo un taparrabos de las corrientes políticas que, con su desmedido ataque al gobierno de Evo y a la Coordinadora Nacional por el Cambio, están tendiendo la alfombra para el retorno de los neoliberales. De todas las oposiciones la que más ha avanzado es el derechista Movimiento Demócrata Social (MDS) de Rubén Costas. Tiene personería jurídica nacional y aunque perdió la Gobernación del Beni ganó la alcaldía de Cochabamba, donde los disidentes del masismo Alex Contreras y Rebeca Delgado cohabitan de lo más cómodos con esa derecha. Costas también ha logrado acuerdos con el alcalde de La Paz, Luis Revilla, cuya agrupación ciudadana Sol.Bo –despojada ya del tenue discurso izquierdista del extinto Movimiento sin Miedo- terminará siendo funcional al conservadurismo.
En sintonía con Jorge Quiroga y el propio Rubén Costas –y con Manfred Reyes Villa y Carlos Sánchez Berzaín que desde Miami agregan lo suyo- la ultraizquierda hace campaña por el No para el referéndum próximo. Consultado por un periodista sobre esta coincidencia con los neoliberales, Miguel Lora, militante del POR, respondió: “nuestro no es diferente”. ¿Dónde exactamente radica la diferencia?, ¿en la “n” o en la “o”?
La amenaza de la restauración neoliberal obligará a las fuerzas populares, obreras e indígenas a cohesionarse para defender sus conquistas históricas. Y no debe ser en ruptura con el proceso de cambio sino a su interior, criticando todo lo que haya que criticar y planteando la necesidad de la profundización de las transformaciones. Es una estrategia que se la viene trabajando desde hace años, desde el reencuentro entre la COB y el Gobierno de Evo, que ha logrado el fortalecimiento de la Conalcam, y que nuevamente se pondrá a prueba en la campaña por el triunfo del SI en el referéndum de febrero de 2016.
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