Fuente: Periodico Diagonal
El autor analiza los motivos de la extrema-derechización de las políticas en Francia y en Europa, y la responsabilidad que en ella tiene la descomposición de las izquierdas.
La desconfianza hacia los refugiados –e incluso la estigmatización– por parte de los políticos profesionales, desde la extrema derecha a la izquierda social-liberal del Gobierno, se inscribe hoy en Europa en un marco global anterior con especificidades nacionales. Lo analicé en el caso de Francia en mi libro Les années 30 reviennent et la gauche est dans le brouillard (“Los años 30 regresan y la izquierda está en medio de la niebla”), pero eso podría extenderse a otros países europeos con particularidades debidas a los contextos nacionales.
Francia vive una extrema-derechización política en torno al polo “postfascista” encarnado por el Frente Nacional. Hablo de “postfascismo” porque tanto el contexto como las características de la extrema derecha han sufrido cambios (por ejemplo, en el caso francés, una republicanización de los temas del Frente Nacional, una desmilitarización del funcionamiento, etc.), aunque adscribiéndose siempre a un nacionalismo xenófobo y autoritario. Extrema-derechización, es decir, que tanto la derecha como la izquierda se ven atraídas por los temas de la extrema derecha, como la hostilidad hacia la inmigración en general y hacia la reciente ola de migrantes en particular, islamofobia, endurecimiento de las políticas securitarias, fantasía esencialista y nacionalista de un “pueblo” culturalmente homogéneo, etc. La derecha, más cercana, se ve más atraída, y la izquierda algo menos pero cada vez más.
Acompañando esta extrema-derechización política, se ha constituido un caldo de cultivo ideológico neoconservador, a la vez xenófobo, sexista, homófobo y nacionalista,con dos polos en Francia: un polo islamófobo y negrófobo encarnado por el periodista de éxito Eric Zemmour, que viene de una derecha que se radicaliza, y un polo antisemita con un ensayista que tiene cierto eco en internet, Alain Soral, figura que ha pasado por el Partido Comunista y el Frente Nacional, que se dirige especialmente a un público de “musulmanes patriotas” sobre una base “antisionista” claramente antisemita.
Este caldo de cultivo neoconservador se alimenta de bricolajes ideológicos que asocian temas de extrema derecha, de derecha, de izquierda y de izquierda radical. Puede incluso tener eco en sectores de la izquierda radical francesa, para algunos una pendiente nacionalista (presentada como la única solución frente a la dominación del neoliberalismo en las instituciones europeas), para otros la visión esencialista del “pueblo”, para otros incluso la tolerancia a la islamofobia a partir de usos integristas del bonito ideal de laicidad. En cuanto a la izquierda de gobierno, desde principios de los años 80 ya no se puede hablar de social-democracia, en el sentido de un compromiso social y de un Estado social negociados en el seno del capitalismo en beneficio de los asalariados, sino de una conversión a una forma de neoliberalismo llamado social-liberalismo, que es una evolución general de la social-democracia en Europa y más allá.
En un primer momento, este social-liberalismo buscó compensar los retrocesos sociales mediante algunas reformas sociales (derechos de las mujeres, matrimonio para todos, etc.) que son el resultado del cruce de los efectos de las luchas emancipadoras de los años 70 y de un objetivo de seducción electoralista de las capas medias asalariadas que les eran más sensibles. Pero los estragos sociales de las políticas neoliberales, la deslegitimación de los regímenes representativos profesionalizados indebidamente llamados “democracias”, los desplazamientos ideológicos en relación a cierto agotamiento de la vivacidad contestataria de los años 70, las sacudidas sufridas por el capitalismo y las dificultades encontradas por el movimiento altermundialista y las izquierdas radicales han contribuido a la consolidación de la atracción política por la extrema derecha.
El social-liberalismo se ha vuelto securitario, y es poroso tanto a los temas autoritarios y xenófobos como a la nostalgia de la nación, al menos en los discursos, siendo la globalización capitalista el eje en los hechos. El proyecto de constitucionalización del estado de emergencia y de la retirada de la nacionalidad, así como las políticas restrictivas hacia los migrantes, son las manifestaciones más visibles en Francia. Se ha instalado la creencia política según la cual habría que hacer concesiones a una demanda securitaria de orden y a la diabolización del islam para reconquistar una legitimidad “popular”.
En el seno de la población, los atentados de enero y de noviembre de 2015 han creado ciertamente un clima favorable a lo securitario, pero en lo que respecta a la xenofobia, las cosas aparecen como más ambivalentes y contradictorias. Las grandes manifestaciones de enero de 2015, al igual que muchas reacciones espontáneas hacia los atentados de noviembre, también expresaron valores multiculturales y plurirreligiosos. La extrema-derechización es entonces, por el momento, un fenómeno más político que algo anclado en la sociedad francesa. Los éxitos políticos e ideológicos de esta extrema-derechización están relacionados con la descomposición ética, intelectual y política de las izquierdas.
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