Los indígenas, como ha sucedido desde hace 518 años, están divididos en la lucha e, insisto, esta división es constitutiva de la cuestión nacional en lo que concierne a los pueblos originarios. A fin de cuentas, desde el primer momento los indígenas o fueron cooptados o considerados caníbales, de acuerdo al ensayista colombiano Carlos Jáuregui quien nos aclara en su bellísimo libro “Canibalia: canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y consumo en América Latina”, merecidamente premiado por Casa de las Américas de Cuba, (La Habana, Cuba, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2005).
La revolución bolivariana desatada en 1998 con la candidatura de Hugo Chávez a la presidencia de la República provocó que una Venezuela Profunda emergiera actualizando las luchas del indígena Cacique Guaicaipuro (1530-1568), del líder negro José Leonardo Chirino (1754-1796) y del criollo Simón Bolívar (1783-1830). La derecha venezolana, hasta hoy no perdona a Chávez por haber despertado estos demonios.
No fue un proceso aislado en “nuestra América”, sino que forma parte del protagonismo indígena que comienza a afirmarse de diferentes modos en la guerrilla guatemalteca a finales de los años 1970, en la guerrilla katarista en Bolivia, en la resistencia de los Miskitos en Nicaragua, en las Marchas por la Dignidad y por el Territorio realizadas en Bolivia y en Ecuador en 1990, en la resignificación de la fecha de 1992 reivindicando “otros 500”, en el Levantamiento Zapatista del 1º de Janeiro de 1994 contra la nova cara del globalitarismo (Milton Santos) y su NAFTA, en el destacadísimo papel desempeñado por los indígenas y los campesinos en la expulsión de la primera multinacional que intentaba privatizar el agua en Cochabamba en el año 2000. Sin duda, el momento máximo de esta lucha fue la elección y toma de posesión de Evo Morales Ayma en Bolivia en Enero de 2006. Hay un punto en común entre cada uno de estos casos: el indígena se está expresando como movimiento nacional y, con ello, instando a cada uno de nosotros a repensar la cuestión indígena no sólo como una cuestión específica de una minoría o cualquier otro nombre que se le quiera dar. De cierta forma, nos está convocando a retomar las reflexiones de José Carlos Mariátegui (1894-1930) en cuanto a la centralidad de la cuestión indígena, el carácter de la revolución socialista entre nosotros y la cuestión nacional.
Desde siempre, la cuestión indígena ha sido, sobre todo, una cuestión territorial y por tanto, parte del sistema mundo moderno-colonial y, por esta razón, es el meollo de la cuestión nacional. A fin de cuentas, el momento original del sistema mundo se produjo con la invasión territorial de Abya Yala, para los españoles Indias Occidentales y sólo mucho después América, especialmente por la insistencia de la elite criolla (Porto-Gonçalves, 2009). Pero un día, el territorio gritó por la boca de los criollos que necesitaban decirse de aquí, de América, en contra de los de allá, de Europa; afirmar un régimen político propio, republicano, o contra la monarquía arrogante del conquistador/colonizador, aunque algunos se enamoraron de esta idea como en México y, sobre todo, en Brasil.
José María Caycedo (1830-1889) en su poema Las Dos Américas (1854) dará vida a la premonición de Bolívar, para la época, ya no solamente como una comprensión geopolítica profunda del Libertador, sino materializada en la guerra imperialista de los capitalistas estadounidenses contra los pueblos indígenas y que culmina con la usurpación de territorios a México en 1845-48. No se puede ver la usurpación de los territorios de México sino como parte de la violencia de fondo de la usurpación de los territorios a los indígenas.
Bolívar sintió en la piel la presión de las oligarquías a sus esfuerzos por reconocer los derechos de los negros, él que tanto se beneficiara del apoyo de los haitianos que intentaban la doble independencia: de las elites de afuera y de las de adentro, sobre todo, en cuanto a la esclavitud. Francia ya había manifestado con su revolución de 1789 que la libertad, igualdad y fraternidad no eran válidas al sur del Trópico de Cáncer. La misma burguesía que era revolucionaria en Paris explotaba el trabajo esclavo en Haití y era contra-revolucionaria en el Caribe.
Aníbal Quijano nos llamó la atención al decir que, aquí en América el fin del colonialismo no significó el fin de la colonialidad. Continuamos aspirando a ser del primer mundo. El colonialismo, más que un sistema entre Europa y el resto del mundo, era un sistema interno a los distintos estados que desde entonces se forjaron por todos lados, tanto en Europa como aquí. La primera violencia que emanó con los nuevos estados fue teórica, esto es, llamar estado nacional a las nuevas formas geográficas de organización de las relaciones sociales y de poder. El estado que aquí nace con la independencia también se inspiró en los principios liberales fundados en la propiedad privada y, con ello, negó a los indígenas el derecho tradicional al uso comunal del territorio. Además, no tener propiedad privada era signo del atraso de estos pueblos. Que los liberales piensen así es natural, lo que no es lo mismo para un socialista, aunque así pensaran los sandinistas con relación a los Miskitos, o los revolucionarios bolivianos de 1952 cuando intentaron hacer la reforma agraria dividiendo los territorios comunales de los ayllus en propiedad privada campesina. Todo indica que la mayor parte de los marxistas ignora la correspondencia de Karl Marx (1818-1883) con Vera Zasulich (1849-1919) y su simpatía para con la híbrida propiedad familiar y comunal de los campesinos rusos – el mir.
En fin, la cuestión indígena es al mismo tiempo una cuestión nacional y como tal, una cuestión inmanente al sistema mundo moderno-colonial del que el estado (uni)nacional forma parte. Immanuel Wallerstein nos ha llamado insistentemente la atención hacia el papel que el sistema de estados ha cumplido en la conformación del sistema mundo moderno, al que algunos autores añaden, colonial. La cuestión indígena está por todos lados mundializada en la propia medida que el sistema de estados es parte del sistema mundo. Toda la cuestión pasa a ser el sistema mundo que queremos frente al mundo que allí está. Los zapatistas sugirieron “un mundo donde quepan muchos mundos”. Los neoliberales en todas partes intentan minar las conformaciones territoriales de poder que les obstaculizan sus objetivos. Para ello, atacan por todos los flancos al estado territorial (uni)nacional y echan mano de organizaciones no-gubernamentales a través de sus organismos (nada) multilaterales, como el Banco Mundial. Al mismo tiempo, la cuestión nacional que se forjó en contra de los pueblos originarios, los cimarrones (cumbes, quilombos) y campesinos – no en balde todas estas formaciones sociales están fuertemente territorializadas – es blandida contra el neoliberalismo ignorando la lucha histórica de los herederos de Guaicaipuro, de Chirinos y el mismo Bolívar. Al mismo tiempo que se abren ventanas con la crisis del imperio estadounidense y la emergencia de China como potencia mundial, algunos grupos/segmentos/clases sociales buscan afirmarse haciendo concesiones para la explotación minera y a los hacendados en territorios indígenas, ignorando las victorias obtenidas por los pueblos originarios en los foros internacionales, como la Convención 169 de la OIT de la cual Venezuela es signataria. Así, sea a través de ONGs, o sea a través de concesiones a empresas transnacionales, la cuestión de fondo permanece siendo la misma: la ocupación de los territorios de los pueblos originarios por terceros. Y, lo más grave es que, cuando observamos los documentos que circulan en la internet, sea la Hoja de Ruta o Carta de los Pueblos Indígenas a ser entregada al Presidente Chávez, sean las declaraciones de Carlos Somero porta-voz de la recién creada Asamblea Nacional de los Pueblos Indígenas Cacique Guaicaipuro, publicada en la Agencia Venezolana de Noticias el 5/11/2010, ambos documentos proponen exactamente lo mismo, aunque se acusen recíprocamente de ser manipuladas, sea por ONGs o por el gobierno por sus concesiones a las empresas transnacionales. Basta comparar lo que dice el documento Hoja de Ruta con las cuatro mesas de trabajo de la recién convocada Asamblea Nacional de Pueblos Indígenas Cacique Guaicaipuro, que debatieron temas como la demarcación de los territorios indígenas, la administración de justicia, la reforma de la Ley Orgánica de los Pueblos Indígenas y la creación de un organismo político nacional que reconozca la plurinacionalidad. No es necesario un gran esfuerzo analítico para ver que esta agenda de trabajo resultó de la reciente huelga de hambre de José Maria Korta y de la movilización que parece haber abierto canales de negociación con el gobierno.
Los indígenas, como todos sabemos, están lejos de constituir un todo uniforme, como toda y cualquier sociedad. La propia sociedad venezolana tiene una parcela significativa que es pro-estadounidense, como se puede ver en los medios anti-pueblo y en el propio color de la piel de la mayor parte de los que se ubican fuera de la revolución bolivariana. En el caso específico del reciente ascenso de los pueblos indígenas, en particular el caso de los Yukpas, llama la atención el silencio de estos mismos medios con relación a la lucha de estos pueblos por la demarcación de sus territorios. Ellos bien saben que la demarcación de los territorios indígenas implica la expulsión de terceros, para el caso hacendados y mineros. De allí su silencio.
Ahora bien, si tanto la Hoja de Ruta como las mesas de trabajo de la Asamblea Nacional de los Pueblos Indígenas Cacique Guaicaipuro tienen la misma agenda de trabajo, ¿qué es, en verdad, lo que mantiene a los indígenas divididos y acusándose recíprocamente de manipulados? ¿No son los mediadores? En fin, ¿será que estamos preparados, de verdad verdad, a aceptar que los indígenas deben gobernarse a sí mismos, aunque en los marcos del sistema de estados que se conformó contra ellos? Los indígenas jamás se propondrán el proyecto de forjar un estado nacional, aunque entre ellos también hayan medrado imperios como el Inca, en el que la hegemonía quechua se impuso a los aymaras y otros pueblos. Igual entre los Aztecas. De allí la importancia de retomar el pensamiento de Tupak Katari (1750-1781) y Bartolina Sisssa (1750 o 1753-1782), aymaras, que supieron aliarse a Tupak Amaru (1742-1781), quechua, en la lucha contra los españoles (1780-81), sabiendo que luego tendrían que ajustar cuentas. He allí que nos vemos en este cuadro histórico frente a los mismos desafíos: contra las ONGs y contra la concesión a empresas transnacionales de tierras y/o yacimientos mineros en territorios indígenas. Si queremos la verdadera soberanía respetemos los derechos de aquellos que siempre lucharán por liberar sus territorios de los invasores: los pueblos originarios. Parafraseando a Simón Rodríguez (1769-1854): ¡o inventamos un estado plurinacional que supere el colonialismo en sus diversas escalas, o erramos! Que el espíritu de Guaicaipuro, de Chirinos, de Katari, de Rodríguez y de Bolívar, Martí y Mariátegui estén con nosotros.
– Carlos Walter Porto-Gonçalves es Doctor del Programa de Posgrado en Geografia de la Universidad Federal Fluminense (Río de Janeiro, Brasil) y Premio Casa de las Américas (2008) de Cuba por su ensayo “La Globalización de la naturaleza y la naturaleza de la Globalización”. Publicó en Venezuela “Territorialidades y Lucha por el territorio en América Latina” (IVIC, Caracas, 2009) además de varios artículos.
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“El problema no es la desobediencia civil, sino la obediencia civil”.
Howard Zinn
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