Por: Gonzalo Colque
Sin haber pasado por escrutinios sistemáticos y una validación empírica, el “Vivir Bien” capturó la atención de movimientos indigenistas, ambientalistas, ONG, académicos, políticos y hasta de funcionarios públicos encargados de formular políticas y planes de desarrollo. Ganó inmediata atención global al cuestionar la modernidad occidental, su expresión neoliberal y tecnocrática y, sobre todo, la incapacidad de la corriente dominante –el ‘desarrollo sostenible’– para superar la crisis ambiental ocasionada por el desarrollismo reinante. Es una de esas raras ocasiones en que las ideas producidas en América Latina ganan la atención del mundo desarrollado.
Más que una teoría o modelo “alternativo al desarrollo”, el Vivir Bien (Buen Vivir en Ecuador) está más cerca de ser un nuevo enfoque para la problematización de la interdependencia entre sociedad y (medio) ambiente. Es un marco general que ofrece una perspectiva renovada para reformular esa mirada antropocéntrica que antepone los intereses del hombre a la integridad ecológica. Sin embargo, esta propuesta no ha podido avanzar más allá de la crítica ante las formas más perversas del capitalismo. No se ha traducido en nuevos métodos, áreas de trabajo, estándares o prácticas ambientales. El apogeo apresurado del Vivir Bien no se pudo sostener por mucho tiempo debido a las evidentes limitaciones en su elaboración teórica y la cooptación política por parte del gobierno para la legitimación de las viejas prácticas extractivistas.
En este breve texto vamos a examinar el auge y la caída del Vivir Bien, prestando particular atención a los aportes producidos para desafiar la postura conservadora de los proponentes del ‘desarrollo sostenible’.
1. Llegada explosiva del Vivir Bien
El Vivir Bien emerge en un contexto y periodo particular en el que convergen movimientos indígenas originarios, campesinos, políticas neoliberales y crisis ambiental de alcance global. El ascenso de Evo Morales al gobierno en 2006 abrió un espacio público politizado y propicio para la discusión de cómo la población subalterna podría contribuir a la transición hacia la descolonización y el posneoliberalismo o, en su versión radical, hacia un nuevo paradigma alternativo al desarrollo, al capitalismo y a la modernidad occidental. En algunos círculos políticos e intelectuales hervía tal convicción, se creía que en Bolivia estábamos a punto de descubrir el ansiado camino alternativo para la humanidad. Una de las expresiones concretas de esta euforia es el ciclo de conferencias “Pensando el mundo desde Bolivia” impulsado por la Vicepresidencia. Se extendió por varios años con la llegada de intelectuales de izquierda de talla mundial para abrir espacios de reflexión sobre el devenir de la sociedad desde una “ubicación epistemológica” que “invierte la aplicación de modelos, políticas y prototipos de producción de conocimiento impuestos desde el exterior”i.
El proyecto de pensar el mundo requería de un sustento original, de un “saber indígena” cuya búsqueda habría de desembocar en la adopción política, legal y discursiva del Vivir Bien. Los orígenes de este término se remontan al menos hasta los años noventa cuando aparecieron los primeros esfuerzos sistemáticos de conceptualización de Suma Qamaña. Simón Yampara, uno de los pioneros aymaras en este campo, lo definía como “vivir bien en armonía con los otros miembros de la naturaleza y con uno mismo”ii. Sostuvo que la concepción de los pueblos amerindios no sólo estaría limitada al crecimiento material sino al bienestar con crecimiento biológico de los “mundos vegetal, animal, lítico y territorial”. En los años posteriores muchos otros popularizaron el Vivir Bien, especialmente durante la Asamblea Constituyente (2007-2009). David Choquehuanca fue el principal impulsor de su adopción dentro del gobierno. Una vez que las explicaciones castellanizadas cobraron fuerza, indígenas e indigenistas se lanzaron a la identificación de su equivalente en otros idiomas precoloniales. La nueva Constitución Política del Estado de 2009 recoge estos esfuerzos al reconocer como principios ético-morales el Suma Qamaña (vivir bien), Ñandereko (vida armoniosa), Teko Kavi (vida buena), Ivi Maraei (tierra sin mal) y Qhapaj Ñan (camino o vida noble)iii.
El Vivir Bien adquiere sentido porque el eje central de reflexión gira en torno a la interdependencia entre la sociedad y el entorno natural y la necesaria armonización bajo principios de reciprocidad iv . Esto implica una ruptura fundamental con la ideología occidental de dicotomía entre sociedad y naturaleza, donde esta última simplemente es suministradora de bienes materiales a la sociedad y está al servicio de los humanos. El Vivir Bien modifica esta tesis al sostener que la naturaleza no es simplemente algo que rodea a la sociedad sino que la humanidad es parte integral del entorno. Este es uno de los argumentos más fuertes en contra de la ‘economía verde’ o los ‘servicios ambientales’ creados para fijar precios y tranzar procesos y productos de la naturaleza, tales como la purificación del agua y aire, generación de nutrientes del suelo, polinización, provisión de insumos y otros. El Vivir Bien al reformular la relación entre los seres humanos y todos los seres vivientes y no vivientes se opone a la mercantilización de la naturaleza. La introducción del otro concepto andino, Pachamama o “Madre Tierra”, reforzó estos planteamientos.
A nivel global, la conferencia Río+20 sobre desarrollo sostenible ha sido el momento cumbre para el protagonismo boliviano con su propuesta de Vivir Bien y en armonía y equilibrio con la Madre Tierra. La propuesta boliviana de que se reconozca a la Madre Tierra como sujeto de derechos fue presentada en alianza con Ecuador y con apoyo de los países del ALBA y el Grupo 77+China. Sin embargo, la declaración final titulada “El futuro que queremos” no representa avance significativo alguno hacia una reforma o transformación paradigmática. La propuesta quedó relegada por los países que controlan estos espacios de poder global a la categoría de una anotación marginal aunque el gobierno boliviano tiene otra conclusión al señalar que “se ha logrado incluir los conceptos de “Madre Tierra” y “Derechos de la naturaleza” como expresiones que son usadas en varios países en el mundo para referirse a la naturaleza y sus derechos”v.
El Vivir Bien adquirió un innegable reconocimiento internacional por su carácter cuestionador y transformador, razón por la que no puede ser utilizado de forma consistente para justificar prácticas ambientales suaves. Pero en la esfera política la explotación instrumental de este enfoque ha sido cotidiana no solo para exhibir supuestas prácticas verdes sino para disfrazar políticas agresivas de sobreexplotación de recursos naturales. Un ejemplo es l a Ley 337 de 2013 que, invocando la implementación de la ley Marco de la Madre Tierra de 2012, legaliza la destrucción de bosques y la ampliación de la frontera agrícola para expandir el agronegocio. Otra muestra es el Decreto Supremo 2366 de 2015 que relativiza las medidas de protección de las áreas protegidas y allana el camino para actividades hidrocarburíferas en zonas de alta sensibilidad ecológica y hábitat de pueblos indígenas. Al igual que en otros casos, se alega que estas normas están destinadas a cumplir el mandato de defensa de la Madre Tierra.
2. El declive
Después de una inusitada preeminencia, el Vivir Bien ha comenzado a cosechar cuestionamientos desde distintos frentes. Las razones son varias pero identificables. Una muy evidente es que aunque promete una abierta ruptura con los esquemas eurocéntricos y coloniales, en realidad su última innovación conceptual sobre la Madre Tierra como sujeto de derecho, está asociada a la corriente internacional de ecología radical o profunda (Deep Ecology), esto es, a movimientos conservacionistas europeos para quienes los derechos de la naturaleza incluso se sobreponen a los intereses de los seres humanos. Algunos críticos de esta supuesta alianza “natural” de intereses entre indígenas y conservacionistas califican la misma como inestable y conflictiva “puesto que la suprema aspiración indígena suele ser el control del territorio, incluyendo la capacidad de decisión sobre el uso de todos sus recursos naturales, mientras que el objetivo de las organizaciones ambientalistas internacionales suele consistir en imponer […] un “conservacionismo de museo”, incompatible con las necesidades de subsistencia de la población local”vi. Esto implica que el Vivir Bien ha dejado de ser un movimiento descolonizador y expresión propia de los pueblos indígenas.
La segunda razón del declive es su creciente popularidad pero sin referencias de contextualización ni evidencias empíricas sobre su existencia histórica. El término Vivir Bien aparece siete escasas veces en la Constitución de 2009 –algo que contrasta con 27 referencias al ‘desarrollo sustentable’– mientras que las palabras Madre Tierra y Pachamama solo se mencionan en el preámbulo. Sin embargo, el reciente “Plan de desarrollo económico y social 2016-2020” nombra más de ochenta veces el término en cuestión y además contiene una sección de más de tres páginas para explicar de forma ampulosa el Vivir Bien como “horizonte civilizatorio y cultural alternativo al capitalismo y a la modernidad que nace en las cosmovisiones de las naciones y pueblos indígena originario campesinos, y las comunidades interculturales y afrobolivianas”vii. Estos textos oficiales y muchos otros trabajos de divulgación no solo popularizan más su uso sino acaban presentando una versión idealizada e imposible de rastrear en el tiempo y espacio. Alison Spedding hace notar que las exigencias de sustentos empíricos a menudo son rebatidas descalificando por su historia de vida y origen social a los que se hacen preguntas difíciles.viii En esta mirada, los ataques personales se emplazan en primer plano a modo de barreras que interceptan a quienes intenten acercarse al pasado histórico o al territorio remoto del Vivir Bien. La validez histórica de la noción de la Pachamama es menos dudosa pero su recreación a mayor escala es un imposible ante la creciente expansión de la economía globalizada y el rol subordinado de nuestra economía.
Por último, el Vivir Bien está sufriendo un desgaste acelerado al no haberse operativizado en nuevos estándares de desarrollo, políticas sectoriales y prácticas ambientales. El Plan de desarrollo económico y social 2016-2020 incluye un apartado completo sobre “soberanía ambiental y desarrollo integral” para implementar una “nueva visión ambiental” y de “gestión de los sistemas de vida de la Madre Tierra”. Pero los indicadores propuestos, algunos bastante ambiguos, más bien caen dentro de la línea conservadora del ‘desarrollo sostenible’, es decir, procurar hacer algo pero sin perturbar el statu quo del modelo de desarrollo dominante. El tono cuestionador con que el gobierno se presenta en escenarios internacionales no está acompañado por mejoras significativas, por ejemplo, en el índice de desempeño ambiental (EPI por su sigla en inglés). Según el último reporte (2016), Bolivia se ubica en el puesto 76 de 178 países y está por debajo de la media entre los países de la región. Es una posición que casi no varía a lo largo del tiempo porque si bien por un lado los indicadores sociales (acceso al agua, servicios de salud, saneamiento básico y otros) mejoraron de forma significativa, por otro lado los costos ambientales son cada vez más altos, siendo por tanto mediocre el desempeño boliviano en el cuidado de la vitalidad ambiental, de los ecosistemas y recursos productivos. Todo esto se traduce en una brecha cada vez más profunda entre el discurso y la práctica ambiental y acaba diluyendo cualquier contenido revolucionario.
3. Conclusión
Los aprietos en los que ha caído el Vivir Bien no son menores e influirán de forma decisiva en las futuras discusiones y prácticas ambientales. Es un retroceso en términos de discusión intelectual y política porque la propuesta de Vivir Bien emergió como una reacción legítima, necesaria y ‘desde abajo’ ante los estragos ambientales y sociales provocados por el paradigma de desarrollo sin fin. Al enfatizar en la necesidad de armonización de los intereses de la sociedad con los derechos de la Madre Tierra, esta propuesta se sumó a otras voces de otras partes del mundo y de esa manera contribuyó a rebatir la dicotomía occidental entre la sociedad y la naturaleza. Obtuvo una amplia repercusión internacional no solo en los ámbitos políticos sino también entre académicos, activistas y movimientos internacionales.
No sería erróneo concluir que los aportes intelectuales más recientes para el desarrollo conceptual del Vivir Bien han sido influenciados fuertemente por conservacionistas y ambientalistas radicales de países desarrollados, es decir de quienes incluso llegan a sostener que cualquier forma de explotación de recursos es incompatible con los derechos de la naturaleza. A medida que la discusión se tornó más abstracta, idealizada y nuevas terminologías fueron adoptadas, los indígenas, sus prácticas y su filosofía de reciprocidad y armonía pasaron a ser meras referencias y tradiciones del pasado útiles para concebir el Vivir Bien como paradigma de horizonte civilizatorio y alternativo al capitalismo. Uno de los problemas con estos giros recientes es la ausencia de un anclaje contextual, lo que conlleva un doble efecto: mientras el Vivir Bien adolece de utilidad práctica al no poder operativizarse a nivel de comunidades y municipios indígena originario campesinos, en la esfera política tiene un abundante uso retórico y decorativo.
Por último, la retórica política ha reemplazado la discusión de cuestiones propiamente ambientales. La apropiación discursiva de las preocupaciones de la gente por los problemas ecológicos es una de las expresiones políticas contemporáneas más llamativas. El gobierno de Evo Morales ha construido poder apelando a la población de origen indígena originario campesina, al electorado sensible al agravamiento de la crisis ambiental, a las personas con convicciones anticapitalistas, a quienes aspiran a fundar el posneoliberalismo y en general a grupos mayoritarios sin privilegios económicos y políticos. Dado que la apropiación discursiva del Vivir Bien es inofensiva para la economía rentista, el gobierno también ha tenido la habilidad de responder a las demandas de crecimiento económico. Entonces, en alguna medida estamos frente a un ‘populismo ambientalista’ que sustenta su llamado político en la denuncia constante de los males económicos y ambientales provocados tanto por los poderes externos como los nacionales. El mayor problema es que esta forma de cooptación del Vivir Bien inhibe cualquier discusión reflexiva y política a profundidad sobre el potencial transformador del Vivir Bien y sus posibles aplicaciones específicas.
Notas
iReferencias: Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia (2010:8): “Pensando el mundo desde Bolivia: I ciclo de seminarios internacionales.
ii Simón Yampara (:79): “ Viaje del Jaqi a la Qamaña : el hombre en el Vivir Bien”. En PADEP/GTZ (2001): Suma Qamaña: la comprensión indígena de la Vida Buena.
iii Constitución Política del Estado (2009): Artículo 8.I. También es llamativo que en Ecuador el término quechua (o kichwa) constitucionalizado es Sumak Kawsay. En el caso boliviano seríaQhapaj Ñan.
iv Vanhulst y Beling (2014): “Buen vivir: Emergent discourse within or beyond sustainable development?”. Ecological Economics 101 (2014) 54–63
v Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia (2012): “Bolivia en Río+20”. http://goo.gl/5Pskcu 01/06/2016.
vi Andreu Viola (2013:62): “Discursos “pachamamistas” versus políticas desarrollistas: el debate sobre el sumak kawsay en los Andes”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales. Nº 48, Quito, enero 2014, pp. 55-72.
vii Gobierno de Bolivia (2016: 3-6): “Plan de desarrollo económico y social 2016-2020: en el marco del desarrollo integral para vivir bien”. http://www.planificacion.gob.bo/pdes/25/05/2016.
viii Alison Spedding (2010): “‘Suma qamaña’ ¿kamsañ muni?, (¿Qué quiere decir ‘vivir bien’?)”. En revista Fe y Pueblo, ISEAT. http://goo.gl/C4Wx1U. 12/12/2015
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