Por: Lidia Brun
De entrada, el referéndum se celebra como una lucha por el proyecto hegemónico dentro de la derecha conservadora: el liderazgo del Brexit, encarnado por el populismo racista, y el del Bremain por el establishment austeritario británico y europeo.
A pesar del amplio despliegue mediático del establishment para convencer, fundamentalmente por la vía del miedo, de la permanencia en la UE, una ajustada mayoría de la población británica ha optado por abandonar el barco. Los resultados del referéndum sobre el Brexit arrojan incertidumbre política y económica tanto para la isla británica como para la Unión Europea. La escasa diferencia de votos entre partidarios de quedarse y de irse nos dibuja una sociedad muy polarizada y llama a un análisis cauteloso. A pesar de que sus consecuencias no podrán comprenderse hasta dentro de un tiempo, sí que se pueden desprender algunas lecciones, constatar algunas derrotas, y considerar escenarios posibles del rumbo de los acontecimientos, más allá de los tratamientos alarmistas y fatalistas.
La distribución del voto ha tenido dos factores explicativos esenciales: el territorial y el generacional. El Brexit ha recabado la mayoría de apoyos en las zonas trabajadoras en proceso de desindustrialización, de población blanca y envejecida. Es en estas áreas donde lleva años calando el discurso antiinmigración, como chivo expiatorio de la incapacidad de reproducir sus condiciones materiales y mantener sus expectativas de bienestar, abandonadas por una izquierda clasista desconectada de sus bases.Ante este electorado, que ya lleva tiempo sin nada que perder, y sin más aglutinador que el nacionalismo ante la pérdida de las articulaciones de clase, el discurso del miedo ha sido inútil. Aviso para navegantes: la clase trabajadora británica no es la única en estas condiciones.
Pero esta derrota de una UE deslegitimada y atrófica ha venido por parte de la derecha xenófoba, que ha conseguido situar a la gente trabajadora extranjera como la principal amenaza a la soberanía británica
Por otro lado, ahí donde los nacionalismos periféricos son fuertes, Irlanda y Escocia, y en su cosmopolita capital ‒que acaba de elegir a un alcalde musulmán‒ ha ganado claramente el Bremain. Irlanda y Escocia han pedido ya referéndums de independencia de Gran Bretaña para mantenerse en la UE, añadiendo tensiones territoriales internas a un Reino cuyo apelativo de Unido puede acabar siendo una broma de mal gusto.
De entrada, el referéndum se celebra como una lucha por el proyecto hegemónico dentro de la derecha conservadora ‒Tory‒, una apuesta arriesgada que Cameron ha acabado perdiendo.Una lucha entre la derecha, dentro de la derecha, en términos de derechas. El liderazgo del Brexit, encarnado por el populismo racista, y el del Bremain por el establishment austeritario tanto británico como europeo, responsable del sufrimiento acumulado desde la crisis.
Es, al fin y al cabo, la enésima vez en que las frustraciones de una sociedad injusta y desigual se acaban canalizando vía el debate territorial, hacia una cuestión de dónde hay que poner la frontera, es decir, a quién se excluye del reparto de un bienestar erróneamente asumido como escaso. Por eso es un debate en el que desde el principio la izquierda no tiene una posición cómoda natural y debe elegir alinearse con el populismo xenófobo o con el establishment europeo. Tanto el partido laborista como el ecologista han hecho una campaña incómoda y teñida de inevitables contradicciones,intentando aportar razones para el Bremain y al mismo tiempo asumiendo la necesidad de reformar una UE disfuncional, a la que, por cierto, las élites británicas han contribuido en gran medida.
Quién ha perdido
En este escenario no sabemos demasiado bien quién ha ganado, pero sí sabemos quién ha perdido, más allá del resultado en particular. El primer derrotado es el proceso de construcción neoliberal de una UE desde la que, en su habitual tono antidemocrático, sólo han resonado amenazas. Poco que ver con la campaña de seducción y empatía que llevó a cabo Cameron con el referéndum en Escocia. Pero esta derrota de una UE deslegitimada y atrófica ha venido por parte de la derecha xenófoba, que ha conseguido situar a la gente trabajadora extranjera como la principal amenaza a la soberanía británica.
Pasara lo que pasara habían perdido también los trabajadores extranjeros en Gran Bretaña: porque Cameron pudo chantajear a la UE con sus derechos a cambio de apoyar el Bremain, y por la incertidumbre que se cierne ahora sobre sus condiciones laborales y permisos de residencia. Y como cada vez que una parte de la clase trabajadora pierde derechos, ha perdido también toda la clase trabajadora. Porque la existencia de trabajadores con condiciones peores pone presión sobre las condiciones laborales del resto. Una española que lleva 14 años trabajando en UK decia el otro día en la BBC: “I pay my taxes, unlike others [Cameron salió en los papeles de Panamá]. We are not the enemy“. Esa trabajadora reflejaba de manera muy clara la derrota de la izquierda en la lucha por el discurso: la incapacidad de situar el conflicto en términos verticales, de clase, frente a un planteamiento de pobres contra pobres.
Pierde también una visión de la soberanía en un sentido de gestión democrática y subsidiaria de los problemas colectivos frente a una visión conservadora de la soberanía, que en el Reino Unido se expresa como un nacionalismo de nostalgia imperial y una gestión racista de sus fronteras. Pierde la democracia, incapaz de canalizar los conflictos redistributivos por lógicas que no sean las territoriales. Y también por las reacciones de muchos de nuestros responsables políticos, cuyas palabras airadas muestran su escaso respeto a la democracia. El enfado en Bruselas con David Cameron, como si el conflicto no estuviera latente antes de que el referéndum lo manifestara, refleja la pérdida de norte de la Gran Coalición y de su proyecto de UE.
Escenarios
¿Y ahora qué? Más allá de los lamentos conviene situar algunos escenarios. En primer lugar, los británicos tendrán la oportunidad de comprobar, a manos del ala Toryhardcore, que las medidas de austeridad poco tenían que ver en el caso inglés, a diferencia del griego o el español, con una presión imperialista de los países acreedores con mayoría en el Consejo Europeo. Inglaterra podría adquirir un estatus similar al de Noruega, permaneciendo dentro del Espacio Económico Europeo (y por tanto esencialmente con la misma política comercial y de inversiones en su frontera con la UE). En todo caso, la intensidad de las relaciones productivas, comerciales y contractuales (es decir, la integración) entre las economías británica y europea es una realidad que el resultado del referéndum no cambia.
Sin embargo, la posibilidad de revertir la pertenencia a la Unión Europea sienta un precedente peligroso que no estaba contemplado. La construcción europea ya no sólo va a más, sino que también tiene marcha atrás, y esto puede ser el detonante ignífugode una ronda de referéndums de enmienda total a la UE por la vía nacionalista. Además, la vulnerabilidad económica y financiera en el continente es muy alta, y las presiones especulativas en las fronteras del continente están temporalmente apaciguadas sólo gracias al programa de expansión cuantitativa del Banco Central Europeo. La posibilidad de revertir la pertenencia a la UE añadirá presión y volatilidad a los próximos episodios de crisis en otros Estados miembro.
El Brexit pone de relieve que la UE post-2008 no es más que un enfermo artificialmente alimentado, con una resiliencia muy precaria a los shocks económicos. Por lo demás, algunos economistas coinciden en señalar que la volatilidad en las bolsas de estos días refleja más un reajuste de expectativas sobre el resultado del referéndum que la inauguración de una nueva ola de pesimismo en los mercados.
La reacción de la UE ante este reto va a determinar en gran medida el desenlace: puede llevar a cabo una campaña de aislamiento económico del Reino Unido, presionando a su sistema financiero como castigo ejemplarizante de cara a tentaciones similares en otros países, socavando aún más su legitimidad y fagocitando el sentimiento antieuropeo. Aunque por el peso económico del Reino Unido en la economía del continente no parece que ésa vaya a ser la vía.
Al contrario, la UE debería tomar nota del toque de atención y asumir un proceso de refundación en clave social y democrática, que parta de la solidaridad y el bienestar compartido como polos aglutinantes y de atracción, lejos de las amenazas, aprovechando que el lobby financiero de la City dejará de tener influencia en Bruselas. Cuál de las dos vías se tome dependerá en gran medida de si despierta una izquierda europea capaz de plantear una alternativa solvente tanto a las élites continentales como a los nuevos populismos nacionalistas y xenófobos, que convenza a las clases trabajadoras de que una Europa que les garantice bienestar es posible.
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