Por: Alfredo Jalife-Rahme
Para el profesor Alfredo Jalife-Rahme, considerado el principal especialista latinoamericano en geopolítica, la simultaneidad entre la salida del Reino Unido de la Unión Europea y la entrada de la India y Pakistán en la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) marca el viraje que está viviendo el mundo. La desglobalización está en marcha.
- La Organización de Cooperación de Shanghai representa ahora dos terceras partes de la población mundial, además de contar entre sus miembros la primera economía mundial (China) y la primera potencia militar en materia de guerra convencional (Rusia).
La caída del muro de Berlín en 1989 impuso la unipolaridad geoestratégica de Estados Unidos y la tóxica globalización financierista, que sembró una descomunal desigualdad local/regional/global, aparejada de un enorme desempleo y una austeridad asfixiante.
El Brexit, medio siglo después del desregulado y pernicioso thatcherismo y a 27 años de la caída del muro de Berlín, marca el inicio del doloroso trayecto de la desglobalización [1] que implica cambios geoestratégicos que acentúan la tendencia dinámica de la multipolaridad.
El Brexit constituye la placa tectónica geoestratégica en movimiento que traerá consecuencias profundas para el nuevo orden global que defino como tripolar entre Estados Unidos, Rusia y China.
En una visión de corto y mediano plazos, el Brexit equivale a la caída del muro de Berlín.
En una visión de largo plazo, al estilo de Fernand Braudel, el Brexit equivale a un “anti-Waterloo”: revierte el trayecto ascendente de Gran Bretaña desde su decisivo triunfo militar de hace 201 años en la antigua Bélgica, sede hoy de la dislocada Unión Europea.
Para el editorial del diario chino Global Times, «el futuro paisaje de la política global es probable que conlleve a cambios mayores, similares a los atestiguados en la historia geológica con la ruptura del antiguo supercontinente Gondwana hace 180 millones de años» (sic) [2].
Las fichas geoestratégicas dispersas de la Unión Europea serán repartidas entre Estados Unidos y Rusia (con China en el asiento de atrás).
En los asertos selectivos de las tres superpotencias quizá se resuma el núcleo del nuevo orden global como consecuencia del Brexit: Estados Unidos afirma que ganó Rusia; China asevera que ganó el dólar y perdió el euro y Rusia asegura que ganó China.
En forma “premonitoria”, tres días antes del Brexit, el maligno megaespeculador George Soros –quien contribuyó a la demolición de la Unión Europea y del euro usando a los migrantes y los «capitales golondrinas»– vislumbraba ya a Rusia como la «potencia global emergente», al unísono del «desvanecimiento de la Unión Europea» [3].
El primer ministro de Hungría, Victor Orban, había ya responsabilizado a Soros de propiciar la crisis migratoria del Medio Oriente para hundir a Europa [4].
No fue gratuito que Soros haya sido de los principales ganadores del tsunami financiero causado por el Brexit al haber apostado al desplome de las acciones bursátiles y al alza del oro [5].
Ahora Soros apuesta por aniquilar el principal banco alemán/europeo, Deutsche Bank, y así beneficiar a los “banksters” de Wall Street y la City [6].
Mi artículo del año pasado resultó premonitorio:
«Gran Bretaña abandona a Estados Unidos por China: alianza geofinanciera con “holandización”, cuando la complementariedad de las máximas reservas de divisas de China con el know-how financierista de la City (Londres) construye el andamiaje multipolar para el nuevo orden geofinanciero del siglo XXI» [7].
No muy alejado de mi abordaje, Thierry Meyssan, director deRed Voltaire, arguye que el Brexit, apoyado por la reina Isabel II de Inglaterra, y la reorientación de Gran Bretaña hacia el yuan chino, equivale a la caída del muro de Berlín y representa la «redistribución de cartas de la geopolítica mundial» [8].
En mi artículo anterior [9] argumenté sobre la «coincidencia geoestratégica de destino: el mismo día que la Unión Europea iniciaba su implosión, el Grupo de Shanghai (OSC) celebraba su 16ª Cumbre en Tashkent (Uzbekistán), donde se reunieron el zar Vladimir Putin y el mandarín chino Xi, y aprobaron el protocolo de ingreso de dos grandes pesos pesados nucleares [10]: India y Pakistán [11]. ¡Fin de una era!»
En realidad, se trató de dos coincidencias de destino geoestratégico, porque, al día siguiente del Brexit y despúes de haber concurrido a la cumbre 16 del Grupo de Shanghai en Tashkent, Putin realizó una visita de 2 días en China, donde profundizó sus lazos estratégicos con Xi.
Las dos coincidencias geoestratégicas en Eurasia –de Tashkent a Pekín– fueron escamoteadas por los desinformativos mass media del angustiado “Occidente”.
Con su legendario sarcasmo, el zar Putin, 7 días antes del Brexit, aceptó –en la reunión financiera de San Petersburgo– que «probablemente Estados Unidos sigue siendo la única superpotencia mundial» (doble sic), mientras se alistaba «para trabajar con quien sea que gane este año la presidencia en Washington», aunque «no quiere que los estadounidenses le digan cómo tiene que vivir» [12].
El mismo día del Brexit ingresaron al Grupo de Shanghai dos potencias nucleares del subcontinente indio: la India, dotada de 110 a 120 ojivas nucleares [13], y Pakistán, de 110 a 130 ojivas [14].
El Daily Times aduce que «el ingreso de Pakistán a la OSC es muy significativo en el escenario geopolítico cambiante» [15].
Con menor entusiasmo que Pakistán, The Hindu exulta que «la India y Pakistán serán miembros plenos de la OSC» [16]. Se infiere que China apadrina a Pakistán y Rusia a la India.
No todo es color rosa en el Grupo de Shanghai, ya que, según Yang Jin, de la Academia de Ciencias Sociales de China, la «crisis financiera global, los precios alicaídos de las materias primas de primera necesidad (staple commodities) y el deterioro por las sanciones económicas aplicadas a Rusia han ejercido efectos negativos en la estabilidad y la economía de los miembros de la OSC», cuando las «grandes potencias (léase: Estados Unidos y su “plan Brzezinski”) han intervenido profundamente en los asuntos regionales y perturbado los intereses conjuntos de los miembros de la OSC», lo cual «ha dificultado su cooperación circular» y que, además del binomio de las superpotencias China y Rusia, ostenta la membresía de cuatro países centroasiáticos –Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán– con un «numero de disputas sobre territorio, recursos acuíferos y etnicidad» [17].
¿Cuál será el ímpetu que dará la incorporación de dos potencias nucleares como la India y Pakistán al Grupo de Shanghai, que no ha tenido el desarrollo esperado después de 16 cumbres?
El grave problema del despliegue de la OSC es que tiene que definir su objetivo primordial, cuando padece el dilema de formar un grupo de «seguridad militar euroasiático» para contrarrestar a la OTAN y/o integrar un vulgar bloque mercantilista.
La mayor coincidencia geoestratégica resultó el transcendental acercamiento entre el oso ruso y el dragón chino.
The People’s Daily afirma el «compromiso de una asociación implacable (sic) entre China y Rusia» [18], mientras Cao Siqi comenta que «China y Rusia fortalecen la estabilidad global» y «han alcanzado un consenso contra la hegemonía de Estados Unidos» [19].
Un editorial del Global Times considera que la «presión de Estados Unidos estimula lazos más estrechos entre China y Rusia», cuando «Washington es incapaz de derrotar al dragón chino y al oso ruso al mismo tiempo» [20].
¡Murió la vieja era; viva la nueva era!
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