En efecto, la reunión tuvo entre sus principales acuerdos el protocolo destinado a salvaguardar las conquistas democráticas de la zona y hacer frente de manera unida a los intentos de subvertir, mediante golpes de estado y otras acciones ilegales, la creciente voluntad popular expresada en las urnas.
Precisamente semejante paso establece abismales distancias con decisiones similares adoptadas en otras épocas y escenarios para nada independientes, como la Organización de Estados Americanos (OEA).
De hecho, la OEA tiene entre sus disposiciones la titulada Carta Democrática, establecida décadas atrás a instancias de Washington en el intento de desligitimizar toda acción revolucionaria encaminada a la toma del poder y que para nada ha sido instrumentada en nuestros días, cuando gobiernos de raiz popular han padecido -y padecen- la hostilidad de Washington y los oligarcas nacionales.
Tal vez el ejemplo más brutal en ese sentido resulte la burla contra dicho instrumento por los golpistas hondureños, que con el innegable favor oficial de la Casa Blanca, desbancaron al gobierno del presidente Manuel Zelaya e instituyeron el actual régimen abiertamente represivo y entreguista.
También se recuerda la inacción de la entidad hemisférica frente a la fallida asonada contra el presidente Hugo Chávez en 2002 y a los intentos desestabilizadores que ha enfrentado el gobierno popular en Bolivia, así como su tibieza ante el abortado cuartelazo en Ecuador, acontecido hace apenas unas semanas.
De manera que el protocolo de UNASUR viene a concretar la política solidaria y combativa ya mostrada por esa nueva entidad, al establecer el más rígido aislamiento y las duras sanciones hacia aquellos enemigos externos e internos que se entreguen a la subversión y violación de la voluntad mayoritaria en nuestros predios.
La entidad regional también resultó esta vez el podio adecuado para zanjar el conflicto entre Ecuador y Colombia, surgido en 2008 a raiz del ilegal ataque del ejército de ese segundo país contra territorio ecuatoriano para aniquilar a combatientes de las FARC en un área selvática fronteriza.
Asimismo, fue general el interés en concertar posiciones sobre temas relevantes como el cambio climático, la integración económica y el derecho a la autodeterminación de cada Estado, premisa capaz de garantizar la paz y el progreso comunes mediante el más absoluto respeto a la diversidad.
Pero más allá de los positivos puntos logrados en esta reunión de Guyana, vale colocar en planos cimeros el hecho de que sean los propios pueblos del área, libres de injerencias y presiones ajenas, quienes asuman la solución de sus problemas y construyan sus propias vías de entendimiento y unidad.
Porque en tiempos tan duros a escala internacional, nadie individualmente ni sometido al tutelaje logrará capear el temporal, mucho menos cuando los que desean eternizar las asimetrías sobre las cuales basan su poder, se constituyen en bloques de creciente y muy peligrosa agresividad.
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