El impacto de Wikileaks no está en el contenido de los documentos filtrados, sino en los desafíos que presenta para la diplomacia en general y para la imagen de Estados Unidos en particular, dice el investigador francés |
Wikileaks sigue haciendo correr tinta, mucha de la mala, poca de la buena. La mayoría de los analistas internacionales reconocen el valor histórico que tienen los documentos de Wikileaks pero observan también su escaso valor estratégico: gran parte de las informaciones eran conocidas. No obstante, políticos y analistas se asombraron con la virulenta reacción de Washington. Lo que estaba en juego de pronto no merecía tantas amenazas ni consideraciones graves, al estilo de las declaraciones de Hillary Clinton cuando dijo que las filtraciones ponían “en peligro” la seguridad de Estados Unidos y la de los aliados. Con todo, la gravedad se impone, por muchos motivos.
Barthélémy Courmont piensa que el caso Wikileaks marca el fin de una época. Courmont es uno de los analistas internacionales más brillantes de Francia. Investigador asociado en el Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas, IRIS, especialista inimitable de la política exterior de Estados Unidos y de los temas de seguridad ligados a Asia del Norte y del Este, analista sólido de las cuestiones nucleares y de las nuevas amenazas, Barthélémy Courmont es también autor de unos veinte libros de geopolítica. Su libro editado en español por Alianza, La guerra, una introducción (2010), constituye uno de los análisis más pertinentes sobre los resortes de los conflictos armados.
En esta entrevista con Página/12, Courmont analiza el impacto, la validez, el contenido y las implicaciones del cablegate en el conjunto de las relaciones internacionales.
–Usted señala que los documentos secretos difundidos en los últimos días no son sino un collage de chusmeríos. La mayoría de las cosas eran conocidas. Sin embargo, usted piensa que asistimos al fin de una época. ¿Por qué?
–Esa es la gran paradoja de este asunto: están por un lado las revelaciones, que no nos revelan nada extraordinario, y por el otro los cambios profundos que su difusión acarreará. En adelante será difícil para los diplomáticos de las grandes potencias comunicar entre ellos sin temor a que los hackers los estén espiando, con el riesgo de que sus observaciones sean expuestas al gran público. Toda la diplomacia puede verse trastornada para siempre. De la misma forma, las relaciones de confianza serán más difíciles de pactar y, en lo que atañe a este punto, es la credibilidad de Estados Unidos la que se vio fuertemente afectada.
–Estos documentos nos muestran cómo los diplomáticos norteamericanos ven las cosas pero muy poco sobre el fondo del asunto, o sea, sobre lo que la primera potencia mundial hace realmente.
–Absolutamente, eso ya es suficiente, en especial cuando vemos la condescendencia que manifiestan los diplomáticos norteamericanos frente a algunos países. En un sentido, lo que se ha revelado es la forma en que las grandes potencias practican la diplomacia y, en este caso concreto, cómo la prActica Estados Unidos.
–¿No le ha llamado la atención la ausencia de información sobre el conflicto israelí-palestino y acerca de los verdaderos temas de nuestra época?
–Realmente no. Los dossiers más sensibles no van y vienen como chismes. En los documentos de Wikileaks sólo se ven las opiniones sobre esos dossiers. Vemos a los diplomáticos hacer juicios sobre Irán o el papel de China en Corea del Norte, pero no vemos cuáles son las orientaciones estratégicas de los Estados Unidos sobre esos dossiers. Ello se explica porque los documentos que se pusieron en línea no están protegidos por el sello “secreto de defensa”. Por consiguiente, su confidencialidad no es tan fuerte como la de los documentos que revelan asuntos sensibles. Por otra parte, las informaciones que están ahora en línea son sólo documentos de diplomáticos. El Departamento de Defensa no está concernido, lo mismo que las agencias de seguridad como la CIA o el FBI.
–Usted se ha asombrado mucho con el hiato que hay entre el contenido de los documentos y la amplitud que adquirió el caso.
–La reacción norteamericana fue de una violencia pocas veces vista y contrasta con el contenido de los documentos, que no trastornan el tablero internacional. Al hablar de acto criminal que ponía en peligro a los Estados Unidos, la administración Obama va muy lejos porque esas acusaciones llevan a comparar a Wikileaks con un grupo terrorista o un Estado mal intencionado. Uno se pregunta en qué la seguridad de los Estados Unidos está amenazada por la divulgación de estos documentos. Las cosas serían distintas si se hubiese tratado de la localización de bases estratégicas, de planes de guerra y cosas de ese tipo. Pero no es el caso. Por otra parte, cuando Hillary Clinton se desplazó a Kazajstán, allí declaró que las fugas de Wikileaks no perjudicaban la política extranjera de los Estados Unidos. Esto indica hasta qué punto las primeras reacciones de Washington fueron excesivas, y ni hablar del gobierno italiano, que mencionó un “11 de septiembre de la diplomacia” arriesgándose a naufragar en el ridículo.
–Para usted, el interés del escándalo Wikileaks reside en la interpretación de los documentos. ¿Cuál es la buena interpretación estratégica, y cuál la mala interpretación?
–Eso es lo que se están planteando las autoridades norteamericanas, pero aún no fueron capaces de dar una respuesta válida. Tal vez sea ésa la razón por la cual Assange no ha sido aún arrestado y también la razón por la cual Hillary Clinton alterna sus reacciones. Si Washington elige arrestar a Julian Assange, criminalizar las actividades de Wikileaks y reforzar la seguridad de los documentos más o menos secretos, las fugas de este tipo ya no serán posibles. Pero en ese caso podremos interrogarnos sobre esos métodos, que serían indignos de una democracia que se presenta como un modelo y que, a menudo, exhibe la transparencia como argumento para democratizar los regímenes autoritarios. Esa respuesta equivaldría a aplicar los mismos métodos que China, país que recientemente detuvo a varias centenas de hackers quienes, en realidad, no eran más que internautas que buscaban comunicar verdaderas informaciones en línea. Si siguen este ejemplo, Estados Unidos se verá señalado y burlado. Los comentarios burlones de Vladimir Putin son un adelanto de todo esto. Pero, por otro lado, si Washington decide no actuar con el pretexto de que esas informaciones no son de alta confidencialidad y no plantean ningún verdadero peligro, se corre el riesgo de que este tipo de prácticas se repitan al infinito. Se puede llegar al punto de que ya nada será secreto en las prácticas políticas de las potencias democráticas. Eso es lo que desea Assange, quien asocia la falta de transparencia a la conspiración y a los regímenes autoritarios. Para él, la transparencia debe ser total, y si no hay transparencia eso significa que hay cosas que esconder. Sería difícil para los Estados Unidos optar por esa vía pues comporta riesgos reales, que no conciernen a los documentos divulgados por Wikileaks sino a planes de defensa, estrategias nucleares o documentos de los servicios secretos. Los dirigentes norteamericanos entendieron que un caso como el de Wikileaks no puede tratarse como una amenaza emanando de una potencia enemiga o de un grupo terrorista, y que de las respuestas que se den dependerá en gran parte la imagen de los Estados Unidos.
–Según usted, ¿estas fugas empañarán la confianza de los aliados en los Estados Unidos?
–Sí, y por dos razones distintas. La primera porque, en adelante, los aliados de Washington no sólo van a dudar comunicar a los diplomáticos norteamericanos temas sensibles o contar los juicios de otros diplomáticos, sino que también se van a mostrar escépticos frente a la actitud de sus interlocutores norteamericanos. Los aliados se van a interrogar también sobre lo que esos diplomáticos dirán a sus espaldas. La segunda razón radica en que los aliados de Estados Unidos van a dudar sobre la capacidad de Washington de proteger las informaciones. El hecho de que un joven soldado de 23 años haya llegado a transmitir semejante volumen de información a Wikileaks es una cachetada para Estados Unidos, tanto más cuanto que Washington fue incapaz de impedirlo pese a que Wikileaks existe desde 2006. Frente a riesgos asimétricos de este tipo, Washington muestra puntos débiles, y ello le causa un inmenso daño en la confianza que los aliados pueden manifestar.
–¿No le llamó la atención la preocupación del Departamento de Estado por la salud mental de la presidenta argentina?
–Sí, porque esas consideraciones parecen excesivas, o al menos desplazadas. ¿Acaso los ministros de Relaciones Exteriores de las grandes potencias se preocuparon por la salud mental de George Bush? Parece poco serio a primera vista. La cuestión es muy molesta para Hillary Clinton cuando se sabe cuáles eran (y tal vez lo sean aún) sus ambiciones políticas. Visto el recorrido de los esposos Kirchner, de pronto no es tan extraño. Todo el mundo sabe que la secretaria de Estado norteamericana se interesa de cerca en la presidenta argentina, pero uno puede asombrarse de que la salud mental de la Presidenta le haya preocupado tanto.
–Estos documentos nos muestran a un país obsesionado por su poder y por los medios de mantenerlo.
–No es una sorpresa, y tampoco es criticable. Es normal que la primera potencia busque conservar lo adquirido y que eso se vuelva una obsesión. Creo que es una de las características de las grandes potencias. Estados Unidos no son una excepción.
–Los directores de esos cinco diarios que divulgaron la información aseguran que las revelaciones tornan más transparente la democracia. ¿Está usted de acuerdo con esa idea?
–Estoy de acuerdo con esa idea, que también va en el sentido de lo que piensa Julian Assange. El es partidario de una transparencia total, y los cinco diarios lo siguieron en esa vía. Visiblemente, los dirigentes norteamericanos no piensan de la misma manera.
–¿No cree usted que este asunto ha hecho pasar las relaciones internacionales a la altura de revista de conventillo, de chismes de farándula?
–Sí, hay algo de eso en las “revelaciones” de Wikileaks. Los chismes del mundo diplomático no son apasionantes y los rumores de corredor no nos informan verdaderamente sobre las estrategias de las grandes potencias y la gestión de los dossiers. Saber lo que los dirigentes franceses o norteamericanos de segundo rango piensan sobre el régimen iraní tiene poco valor, al margen de comprender cómo una adición de pequeñas discusiones, de comentarios vivos y observaciones más o menos adecuadas tienen efecto sobre la política exterior de las naciones. Es una de las lecciones que hay que retener de todo esto.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-158075-2010-12-05.html
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