Dentro de pocos días, el sábado 11 de diciembre, se habrá despejado una buena parte del escenario electoral: hasta esa fecha será posible inscribir las alianzas políticas y electorales que habrán de competir en los comicios del 10 de abril próximo.
Y eso es importante porque si algo caracteriza la coyuntura actual, es la dispersión de fuerzas y la atomización de movimientos que cada día entienden que solos, no habrán de ir a ninguna parte.
Requieren acuerdos elementales que les permitan a unos y otros no sólo ampliar su radio de acción, sino también embellecer su imagen. Y es que ahora también la reacción busca perpetuar su dominio a cualquier precio.
La división de las fuerzas que actúan en el país afecta por igual a la izquierda, a la derecha o al centro. Pareciera que una poderosa carga explosiva hubiera caído sobre nuestro suelo y hubiese hecho añicos cualquier posibilidad de concertación política.
Curiosamente, sin embargo, todos los que tienen realmente en sus manos la posibilidad de avanzar en el camino de la unidad, la proclaman como su más caro objetivo. Pero los pasos que dan, conforma pasan horas y días, los alejan de él como si fuera un engendro al que hay que temer.
En ese marco se superponen las candidaturas. Y cada quien busca representar un espacio aunque es consciente que no podrá lograr nada en las condiciones en las que camina hoy.
La legislación electoral favorece las tendencias centrífugas: Nadie espera ganar el 10 de abril, pero todos creen poder reunir el número de votos suficiente para disputar una segunda vuelta que les permita alzarse con la victoria en la primera semana de junio. Esa es una de las razones de la dispersión.
La otra hay que encontrarla en motivaciones más recónditas: nadie quiere fortalecer a otro porque aspira a ser él, y nadie más que él quien se alce una victoria como si fuera ésta el resultado de un mágico cubileteo. A trasluz, se divisan también bajas pasiones: envidias, rencores, celos de aldea.
Todo eso, suma. Y confunde a un electorado que no sabe aun por quien ha de votar. Las encuestas de opinión aseguran hoy que más del 50% de los peruanos todavía no han definido su opción.
Hace algunos meses el escenario asomaba mucho más definido: la derecha había arribado a una suerte de acuerdo de consenso: marcharía para asegurar el municipio de Lima para Lourdes Flores, de Unidad Nacional, y la Jefactura del Estado para Luis Castañeda Lossio, de Solidaridad.
Pero las cosas no salieron como estaban previstas: Lourdes Flores fue vencida en la contienda de octubre pasado y la dama ahora está convencida que una parte de la culpa de su derrota, la tiene Castañeda.
El ex burgomaestre de Lima, en efecto, se mostró como suele decirse “retrechero” para apoyar la candidatura edil de Lourdes. Hizo declaraciones ambiguas y amorfas; aunque en última instancia, precisó su opción. Eso ocurrió muy tarde: ya los dados estaban tirados sobre la mesa.
Hay quienes aseguran que la venganza es un plato frío. Y Lourdes Flores dejó que pasaran algunas semanas, y finalmente alcanzó un desquite temerario: levantó la candidatura de Pedro Pablo Kuczynski tejiendo una alianza ciertamente enrevesada: un Pastor Protestante, un alcalde de oscuros antecedentes, un “converso” procedente de la Izquierda. Y ella misma. Todos, bajo el membrete de un candidato que tiene la pechera sucia.
PPK, en efecto, es un ciudadano norteamericano que siendo alto funcionario del Estado en una ocasión fugó del país en la maletera de un coche para no dar cara a la justicia, requerido como estaba por acciones en provecho de empresas yanquis y en detrimento de la soberanía nacional. Pero esa fue sólo una de las suyas. Tiene muchas más
PPK forma parte de ese estrecho segmento de funcionarios favoritos del Imperio que caen en extremo empalagosos a las grandes mayorías entre otras razones porque piensan en inglés. Sus discursos son lentos, porque ellos mismos deben traducirlos al castellano antes de pronunciarlos. Sánchez de Lozada, el boliviano, fue un exponente. El otro, ex Kuczynski.
No irá lejos, sin embargo, porque no tienen imagen, fuerza, ni ideas. Tampoco estructura nacional que lo ampare. Es la suma de algunos liliputienses de la política criolla que se juntan porque no quieren que sea Castañeda el que los represente. La traviesa mano de Lulú, se divisa, por cierto.
De todos modos, asestará un golpe serio al mudo de la “Solidaridad”, que también quedará en el camino. No resistirá ese embate, pero tampoco el que se le viene, cuando Susana Villarán, desde el municipio capitalino, ejecute las auditorías que ha prometido, y salten los latrocinios de Comunicore, y otros.
Mercedes Araoz, oficialmente “independiente” pero seriamente comprometida con el Presidente García, busca ganar para si el mismo electorado. Y tendría que hacerlo porque el APRA como tal, no le garantiza sino un ínfimo respaldo.
García piensa que él puede “jugarse” como el Presidente Lula en los pasados comicios brasileños. Su obcecación no le permite percibir que el mandatario brasileño contaba con casi un 80% de aceptación ciudadana, en tanto que él apenas si bordea los 30 puntos.
Aun así, incuba la ilusión de “endosar” esos 30, a su “Mechita”; para que pase a la segunda vuelta, a ver qué ocurre.
Keiko Fujimori es otra historia. Representa a segmentos de la ultraderecha, pero es más que eso: es la Mafia corrupta y asesina del pasado reciente. Y aspira a volver con una infinita sed de venganza. Su elección -si ocurriera- sería el peor baldón para los peruanos de toda condición y la amenaza más grande para todos los que se enfrentaron y denunciaron las truhanerías del chinito de la yuca.
Ella afronta problemas en su propio entorno, porque como se sabe, también en las Mafias hay ambiciones, y faltan los escrúpulos. Por eso, su imagen se ha debilitado, pero puede crecer otra vez. No aspira a ganar, sino a pasar a la segunda vuelta. Y su sueño, sería enfrentar allí a Ollanta Humala, porque podría vencerlo. El APRA y la derecha, tapándose la nariz ante el olor a mugre y con las botas puestas para no percibir la sangre que pisen, cerrarían filas tras su imagen sin pensarlo dos veces.
En ese fangoso escenario asoma la figura de Alejandro Toledo. Hoy, sube en las encuestas porque la gente lo ve como menos pernicioso. No es asesino, ni ladrón. Es, apenas, bohemio y frívolo, aunque tiene en su pasivo la condición de “amigo de Bush” y apasionado hombre de los yanquis. En la perspectiva, se apuntala con fuerza, y podría ganar -si pasara a la segunda vuelta- porque en definitiva, tiene menos resistencia que los otros.
Para definir su candidato la derecha no podrá convocar un evento unitario que ponga fin a sus diferencias. Tendrá que recurrir a una cita extrema entre escobas y sombreros. En ella, tal vez el Tío Sam decida, como ya ocurriera en el pasado.
Lo malo es que, mientras eso es así en esa orilla; en la otra, en la izquierda; aún las aguas bajan turbias. (fin)
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