Por: Thierry Meyssan
Caen las máscaras al cabo de 5 años de guerra en Siria. La publicación del texto del acuerdo ruso-estadounidense revela las intenciones secretas de los Dos Grandes: Washington quiere cortar la «Ruta de la Seda», Moscú aspira a acabar con los yihadistas. El fracaso de este acuerdo y los debates del Consejo de Seguridad de la ONU demuestran además el carácter surrealista de la retórica del presidente Obama: en 5 años, Barack Obama no logró conformar nada que se pareciera a un grupo de oposición «moderada» y no estuvo por tanto en condiciones de alinear a sus famosos «moderados», contrariamente a lo que tendría que haber hecho para cumplir con los términos del acuerdo. En otras palabras, Estados Unidos no está en condiciones de cumplir el acuerdo que firmó.
El fracaso del acuerdo ruso estadounidense del 9 de septiembre de 2016 y los subsiguientes debates registrados en el Consejo de Seguridad de la ONU permiten confirmar varias hipótesis.
El objetivo estratégico actual de Estados Unidos en Siria es, en efecto, cortar la «ruta de la seda». Al prepararla durante años y poner en el poder al presidente Xi Jinping en mayo de 2013, China adoptó la restauración de ese histórico eje de comunicación como su principal objetivo. Sin embargo, al haberse convertido China en el principal productor mundial, Xi Jinping planeó ampliar la «Ruta de la Seda» de la Antigüedad agregándole una «nueva ruta de la seda», pasando por Siberia y Europa Oriental hasta llegar a la Unión Europea.
Lógicamente, Estados Unidos organiza actualmente dos guerras a través de intermediarios: una en el Levante y otra en Ucrania. Al crear el caos en Siria y en el Donbass, el objetivo no es cumplir las cínicas teorías de Leo Strauss sino sólo cortar los dos trayectos de la ruta de la seda.
De manera nada sorprendente, el presidente ucraniano Petro Porochenko viajó a Nueva York para participar en el Consejo de Seguridad de la ONU y respaldar a la delegación de Estados Unidos que acusó a Rusia de haber bombardeado un convoy humanitario sirio.
Por otra parte, el acuerdo ruso-estadounidense estipulaba que Estados Unidos separaría a los grupos armados «moderados» de los «extremistas», ya que esos «moderados» participarían –junto a los Dos Grandes y el Ejército Árabe Sirio– en la neutralización de los «extremistas», y que finalmente se crearía un gobierno de unión nacional en Damasco, bajo la presidencia de Bachar al-Assad. Ese gobierno de unión nacional integraría a representantes de los «moderados» que hubiesen participado en la batalla final contra los «extremistas».
Pero nada se hizo en ese sentido. El compromiso del secretario de Estado John Kerry no pasó de ser un piadoso deseo. Washington no encontró los combatientes que necesitaba para que hicieran el papel de «moderados». Porque el hecho es que todos sus «moderados» en realidad son «extremistas». Así que no tuvo más salida que aprovechar el incidente –o probablemente organizarlo– del convoy humanitario quemado para escapar a sus contradiciones. La retórica del presidente Obama –quien dice respaldar a sirios que luchan por la democracia contra un régimen que los reprime– no corresponde a la realidad. En 2013, el presidente ruso Vladimir Putin tenía toda la razón del mundo al observar con ironía que los occidentales consideraban «moderados» a los caníbales del Ejército Sirio Libre que se filmaban comiéndose el hígado de sus enemigos.
Para terminar, el contenido del acuerdo ruso-estadounidense pone de manifiesto el hecho que el objetivo de Rusia es liquidar en Siria a los yihadistas que se preparan para atacarla en el Cáucaso. La solución negociada resultaba ideal para Moscú: ponía fin a los sufrimientos de su aliado sirio, abría una vía de comunicación para su aliado chino y le garantizaba poder acabar con el yihadismo internacional. Pero, Moscú acaba de comprobar que, desde los tiempos de la primera guerra de Afganistán, el yihadismo fue un arma estadounidense que ahora se vuelve contra su amo y que Washington no piensa abandonarla.
Por supuesto, los nuevos yihadistas no tienen conciencia de ello, pero es imposible que los que vienen luchando, con ayuda estadounidense, desde hace 38 años no sepan que sólo son una fuerza de tareas del Pentágono.
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