Por: Sadri Khari
Los días 17 y 18 de noviembre tenían lugar las primeras audiencias públicas de las víctimas de los crímenes cometidos por el Estado tunecino entre 1955 y 2013.
Hubiera querido encontrar una escapatoria. Hacer una broma despiadada. Dura. Mordaz. Tener el valor para ironizar. Reír por no llorar, pero reír al fin y al cabo. Burlarme de la gente que utiliza cada dos por tres la palabra «desgarrador». Tanto para hablar de un niño que está llorando por haber perdido su pelota como para comentar el testimonio de un mártir de la violencia policial. Creía que podía reírme de todo. Incluso de lo peor. Estaba profundamente equivocado. He llegado a mi límite.
Hubiera querido ofrecer un análisis de lo que ha ocurrido, hablar de la constitución de la Instancia Verdad y Dignidad (IVD)1, de las ambigüedades del proceso denominado como justicia transicional, de sus pormenores y circunstancias, de sus límites pasados, presentes y futuros; desmenuzar los discursos, las posturas, las maniobras, criticar a unos, denunciar a otros y absolver a unos pocos elegidos, arrinconados, incómodamente para ellos, entre unos y otros. Creía que podía objetivarlo todo. Incluso lo peor. Pues bien, sencillamente, estaba equivocado una vez más.
Escuché los testimonios de las víctimas del Estado que cobran sentidos distintos cuando son colectivos o, por el contrario, individuales. Sus padecimientos no son indecibles, sino incomentables (¡Dios mío, protege sus testimonios de los estudiosos!). Sólo tengo ganas de decirles: sois mis hermanos, sois mis hermanas…
Todos ya habíamos leído, visto u oído testimonios aún más terribles. Hemos dicho “es horrible” y hemos regresado a nuestras vidas. Todos sabíamos que “nuestro” Estado no era inocente. Conocíamos la pesadilla que le esperaba a cualquiera que tuviera la desgracia de ser su víctima, ya fuera por razones políticas o por delitos de derecho común. Nos resignábamos. Indiferentes. O acostumbrados. Sin embargo, desde el inicio de las audiciones públicas de la IVD estamos como aturdidos. Sihem Ben Sedrine [la presidenta de la IVD] ha ganado la apuesta, y mejor así. Los testimonios que hemos escuchado nos han sumergido en un estado de estupor doloroso y positivo. Hemos descubierto con pavor lo que ya sabíamos. Y digo positivo porque la emoción que nos ha invadido no se compone solamente de piedad o compasión. Se mezcla con la ira y la indignación. Y a veces con un sano desprecio hacia los funcionarios de la dictadura.
Cuando vemos en la televisión escenas de masacres, o escuchamos testimonios en los que las víctimas relatan sus sufrimientos, torturas o humillaciones, padecemos habitualmente una suerte de asco que sofoca progresivamente un sentimiento de resignación impotente. El estupor que ahora sentimos es distinto. Está repleto de rechazo, de política. Nos vincula de nuevo con el sentimiento colectivo que animaba la revolución. Las víctimas han declarado; con frecuencia han descrito detalladamente y han revivido ante nosotros el mal que les hicieron. Tanto las palabras que pronunciaron como las lágrimas que derramaron han sido al mismo tiempo el relato de sus penas y el juicio de todo un sistema. No se trata del juicio de la violencia en sí ni el de la inhumanidad o el de cualquier otro concepto metafísico cadavérico, sino el de un régimen político muy concreto. No hemos escuchado la historia de los dramas personales, sino la historia invisible del Estado tunecino; de ese Estado que todavía pervive bajo nuevas formas. Las víctimas de la injusticia no nos han hablado de un pasado que sería bueno conservar en la memoria, sino de un presente del que sólo son las víctimas del ayer y de un cercano anteayer.
Hay quienes hacen un llamamiento a la clemencia, pero ¿cómo perdonar a un culpable mientras continúa como si nada con su obra maléfica? Tanto desde una perspectiva humana, moral o política, el “perdón” es actualmente un sinsentido. Desde el punto de vista de una política traída por el soplo de la revolución y no por el aliento nauseabundo de los hombres del antiguo régimen, la “reconciliación” es una aberración. Todo esto es lo que hemos oído durante las audiciones públicas organizadas por la IVD, y éste no es el menor de sus méritos. ¡Que se arrepientan los que han rechazado, boicoteado o saboteado la IVD!
1 La Instancia Verdad y Dignidad (IVD) nace el 15 de diciembre de 2013 con el fin de llevar a cabo un proceso de justicia transicional y juzgar los crímenes cometidos por el Estado tunecino desde el 1 de diciembre de 1955 hasta el 31 de diciembre de 2013. Las audiencias públicas de la IVD tuvieron lugar los pasados días 17 y 18 de noviembre. [N.d.T.]
* Sadri Khiari es miembro fundador del Consejo Nacional para las Libertades en Túnez (CNLT) y de ATTAC Túnez. Cofundador en Francia del Partido de los Indígenas de la República (PIR). Sadri es también autor de numerosos artículos y obras sobre Túnez. El último libro de Sadri Khiari es Malcolm X. Estratega de la dignidad negra,publicado en 2015 en la editorial Artefakte.
* Traducido para Diagonal por Rosa Carazo y Francisco Fernández Caparrós.
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