Por. Marcelo Justo
Con un año de elecciones clave en cuatro países centrales al proyecto paneuropeo (Holanda, Francia, Alemania e Italia), la salida de Gran Bretaña del bloque es un problema que desconoce fronteras.
La batalla del Brexit no conoce escenarios o fronteras. En Londres, Bruselas, Frankfurt o Davos la primera ministro Theresa May y los líderes europeos intercambian diariamente golpes, fintas, treguas y amenazas. El excéntrico canciller británico Boris Johnson no duda en comparar a la Unión Europea con un campo de concentración y el Financial Times titula, medio en broma y bastante en serio, “a case for not mentioning the war”.
Nadie piensa en una guerra, pero la belicosidad del lenguaje diplomático global reinante, que incluye entre sus solistas a Donald Trump y Vladimir Putin, inquieta a muchos europeos que no olvidan las dos grandes guerras del siglo XX y más de dos milenios de contiendas tribales, ancestral espíritu humano que parece haber asomado su cabeza desde el estallido financiero de 2008.
En este marco se inscribe el desacompasado diálogo europeo. En la cumbre de los ricos en Davos el jueves Theresa May buscó suavizar ante los inversores su anuncio de un “Hard Brexit” con promesas de amistad, unidad y plena apertura al mundo. Apenas terminó su discurso, Mark Rutte, primer ministro de Holanda, que enfrenta sus propias huestes ferozmente antieuropeas, le advirtió que al elegir el control de la inmigración del Brexit el Reino Unido “va a pagar un alto precio por dejar el mercado más grande del mundo”. No importa, le contestaron al unísono desde Londres varios ministros de May, con el de finanzas Philip Hammond a la cabeza: si la Unión Europea le cierra las puertas al Reino Unido, los británicos, cambiarán su “modelo económico” y bajarán a nada sus impuestos corporativos para birlarle al continente europeo la inversión extranjera, es decir, para ser más paraíso fiscal de lo que son hoy. Según Tax Justice Network, la City de Londres es uno de los principales paraísos fiscales del mundo: la amenaza británica es convertir a todo el Reino Unido en una gigantesca nación offshore si la Unión Europea no se atiene a las demandas de Theresa May.
El discurso pro-globalización de la primera ministra en Davos es parte de este ajedrez que usa objetivos estratégicos y modelos de país como peones a ser sacrificados en pos de una ventaja táctica. “Somos instintivamente una gran nación comercial. Queremos tener la libertad de llegar a acuerdos comerciales con viejos amigos y nuevos aliados en el mundo. Hemos iniciado conversaciones con Australia, Nueva Zelandia e India”, propuso May a los inversores. El ministro de finanzas alemán Wolfang Schbaule, terror de Grecia en 2015, le respondió desde Frankfurt con despectiva ironía. “Solo se puede tomar en serio esta pretensión de ser una potencia con vocación global si deja de amenazar con la eliminación salvaje de impuestos para atraer multinacionales”.
La cacofonía de 28 líderes europeos hablando al mismo tiempo es, por momentos, ensordecedora. El negociador europeo para el Brexit Guy Verhofstadt usa un tono sombrío para criticar la estrategia de May en el diario británico The Guardian diciendo que “es una ilusión sugerir que el Reino Unido puede abandonar la Unión Europea, pero conservar las mejores partes del proyecto europeo, por ejemplo, tener aranceles cero del mercado único europeo, sin aceptar las obligaciones que esto supone” El presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean Claude Juncker, ex comandante en jefe de una de las grandes estructuras offshore de la UE, predice que las negociaciones serán “muy, pero muy difíciles” porque los planes de May son “aislacionistas, extremistas e irrealizables”.
Los medios británicos y europeos se suman al coro de cada día. El martes Theresa May anuncia el Hard Brexit que querían los pro-brexit: control de la inmigración, salida del mercado único europeo y tratados comerciales con el resto del mundo, algo que saca al Reino Unido de la Unión Aduanera que exige una política arancelaria común. La mayoría de la prensa británica, abrumadoramente pro-brexit, celebra como si acabara de caer Berlín al fin de la Segunda Guerra Mundial. “Acero de la Nueva Dama de Hierro”, publica el ultraconservador Daily Mail con una caricatura de una desafiante May en la tapa y un subtítulo que advierte “si nos ofrecen un acuerdo negativo nos retiramos y se lo haremos pagar”. El Daily Express se pregunta en tono bélico, “who is next to leave the EU?” (¿Quién es el próximo en abandonar la Unión Europea?)
En el continente no se quedan atrás. El Die Welt Germano hablan de la “Little Britain” en alusión al famoso programa británico que parodia a la nación como una banda de isleños limitados, prejuiciosos y pajueranos. El Der Spiegel acusa a May de ser puro “I want, I want, I want” sin darse cuenta que toda negociación implica un toma y daca. Además le advierte que está “automutilándose”. En Italia, La Repubblica titula: “Brexit, el Reino Unido construye un muro”. No es la única alusión a una entente Trump-May. En Francia el Le Monde señala que el apoyo de Trump al Brexit “es recibido con júbilo por May que quiere cerrar filas con su aliado favorito”.
El martes May dijo exactamente lo contrario al afirmar –en contra de lo que había dicho un día antes Trump– que no quiere que el Brexit dispare la desintegración de la Unión Europea, pero en el ruido reinante la retórica diplomática queda ahogada por la desconfianza y el clamor nacionalista. A pesar de que la apuesta de May va por el lado del “Hard Brexit”, hubo un resignado alivio en muchos dirigentes europeos que saludaron el módico de certeza que ofrecía para enfocar las negociaciones después de meses de silencio y ambigüedad de los británicos. Pero la mínima buena voluntad existente se desmoronó con el torpe soplido del canciller Boris Johnson. “Si el presidente Hollande quiere administrar castigos corporales a quien elige escaparse, un poco a la manera de una película de la Segunda Guerra Mundial, no creo que avancemos mucho”, dijo Johnson.
El presidente Francois Hollande había dicho que abandonar la Unión Europea tendría un costo, pero en este áspero presente el oportunismo, la mala fe y, a veces, el malentendido ordenan los intercambios. El jueves el canciller francés Jean-Marc Ayrault le contesta a Johnson que “no se trata para nada de castigar al Reino Unido”. En Londres Downing Street tiene que asegurar que el canciller “no estaba diciendo de ninguna manera que los europeos eran nazis”.
En este clima político, diplomático y mediático, con un año de elecciones clave en cuatro países centrales al proyecto paneuropeo (Holanda en marzo, Francia en abril, Alemania en setiembre, Italia en cualquier momento) el problema no es solo “Little Britain” sino también “Little Europe”: cada uno defendiendo su terruño. Si el proyecto paneuropeo nació de poner el objetivo estratégico de paz y unidad por encima de los enfrentamientos tácticos y nacionales, el siglo XXI se inclina cada vez más en la dirección opuesta.
Entre los empresarios y la city cunde la alarma. El derrumbe económico británico que vaticinaban los que estaban a favor de permanecer en la UE no se produjo, pero los empresarios y la City recuerdan que las negociaciones no han comenzado porque el gobierno de May no activó el artículo 50 del Tratado Europeo. En otras palabras, el impacto es débil porque el Brexit todavía no empezó. Pero la élite industrial y financiera están poniendo en marcha sus planes de contingencia. Esta semana el HSBC y el UBS comenzaron a cumplir su promesa de mudar unos 2500 puestos de trabajo a París y el Goldman Sachs ha parado muchos proyectos de inversión que ponen fin a su expansión en la capital británica. París, Frankfurt y Nueva York están a la caza de este éxodo financiero. Por su parte, la multinacional Toyota, que emplea a tres mil británicos, señaló al Financial Times que está analizando su futuro. “Ahora que vemos la dirección que ha adoptado la primer ministro del Reino Unido, creo que es hora de considerar, junto con nuestros socios y proveedores, cómo puede sobrevivir nuestra compañía”, señaló el CEO Takeshi Uchiyamada.
Un comentarista británico, Simon Jenkins, ve todo como un peligroso partido de poker lleno de bluffs y trampas. Según Jenkins, Theresa May tuvo que mostrar esta primera carta nacionalista porque no tenía margen de maniobra, pero en definitiva irá del “Hard Brexit” hacia un “Soft Brexit” . “Habrá un acomodamiento. El dinero habla y se hará sentir. Pero la realidad es que el Brexit tendrá costos”, dice Jenkins. En un muy interesante artículo en El País el autor de “La España vacía”, Sergio del Molino, suena bastante más apocalíptico al comparar a la actual Unión Europea con el ImperioAustrohúngaro que se desmoronó con la Primera Guerra Mundial. “Salvando todas las distancias los europeos de hoy corremos el riesgo de ser los austríacos de ayer. Quizás algunos historiadores revisen dentro de 50 o 100 años aquella UE y concluyan que no estaba tan mal y que, como los austrohúngaros de 1919, fuimos tan idiotas como para enrocarnos en nuestras naciones provincianas para demoler desde ellas algo que podría haber funcionado y que, indudablemente, había hecho nuestro continente algo mejor y más vivible.”
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