Por: Guillermo Fernández Ampié
La intervención del embajador del Estado Plurinacional de Bolivia, Sacha Llorenti, el pasado viernes 7 de abril, durante la sesión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas celebrada ese día resultó una pieza magistral de historia y dignidad que debería divulgarse ampliamente. En ella, además rechazar y condenar la agresión militar estadounidense contra Siria, Llorenti desnudó la falsedad e hipocresía intrínseca en la retórica de Estados Unidos cuando se dice preocupado por los derechos humanos, la democracia o el bienestar de los ciudadanos de cualquier país cuyo gobierno no es de su agrado.
Como lo expresó el propio embajador, sus palabras no fueron retórica. Se refirieron a hechos históricos concretos, seriamente documentados, algunos incluso acaecidos recientemente. No se trató de propaganda “bolivariana” ni “comunista”, ni siquiera “anti-norteamericana”. El diplomático simplemente se refirió a la verdad que está tras las intervenciones militares y políticas estadounidenses en el mundo, cuyo fin último y real ha sido la de satisfacer las ambiciones de los propietarios y accionistas de la industria militar y del gran capital occidental, sin importar las cantidad de muertos, viudas y huérfanos que queden en el camino.
Llorenti demostró como la sede de ese organismo de Naciones Unidas se ha convertido en uno de los estrados preferidos por los representantes estadounidenses para predicar mentiras y justificar cualquier atrocidad, sin mostrar el menor rubor, contra cualquier país o gobierno que no sea del agrado de quienes gobiernan el país del norte.
Así recordó cuando el general Colin Powell, en su calidad de Secretario de Estado del gobierno de George W. Bush, exhibió una fotografía como supuesta prueba de que el gobierno de Irak, encabezado por Saddam Hussein, poseía armas de destrucción masiva. Con ello pretendió convencer al mundo de la “necesidad” de atacar e invadir ese país del Medio Oriente, decisión que los gobernantes estadounidenses ya habían tomado. Las víctimas fatales ocasionadas por esos falsos alegatos ya superan el millón y siguen incrementándose, mientras el ex secretario estadounidense goza de un plácido retiro familiar.
El embajador boliviano bien habría podido recordar otras afirmaciones realizadas en años más recientes, cuando la representante del gobierno de Barack Obama, Susan Rice, sin mostrar ninguna prueba, acusó a los jefes del ejército libio leales al gobierno de Muhamar Gadafi de distribuir pastillas viagra entre sus tropas para que cometieran violaciones sexuales. Llorenti también pudo evocar que hace tres décadas la representante del gobierno estadounidense encabezado por Ronald Reagan, Jeane Kirkpatrick, acusó al gobierno dirigido por los sandinistas en Nicaragua, de haber encerrado en campos de concentración a 250 mil indígenas mískitos. La falsedad fue multiplicada incansablemente por las cadenas transnacionales de noticias y los llamados medios de comunicación democráticos e independientes, aunque se caía por su propio peso. Para desmentirla bastaba tan solo con verificar el número correcto de mískitos que habitaban la costa Caribe nicaragüense, que entonces se estimaban entre 80 mil y 120 mil.
Lo cierto es que para citar mentiras de la diplomacia y los medios de comunicación estadounidenses sobra de dónde escoger; pues la calumnia, las verdades a medias y las mentiras han sido rasgos comunes de la diplomacia y la política exterior estadounidense.
Igualmente de relevante fue que el diplomático boliviano, al citar textualmente la Carta de Naciones Unidas, también demostró que el verdadero violador al derecho internacional es el gobierno estadounidense, algo que tampoco es nuevo. De hecho, Estados Unidos ya en una ocasión fue condenado por la Corte Internacional de Justicia de La Haya por violar el derecho internacional. Así lo dejó claro el fallo que emitió ese alto tribunal el 27 de junio de 1986, como producto de la demanda incoada en 1984 por Nicaragua contra Estados Unidos, debido a las acciones militares y para militares que financiaba y ejecutaba por el gobierno de Reagan para derrocar al gobierno nicaragüense.
Al hablar con tanta verdad y con tal contundencia, en esos momentos Llorenti no solo representó a Bolivia. También habló por todos los pueblos que han sido objeto de las agresiones imperiales de los estadounidenses.
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