Por: Thierry Meyssan
El discurso de Donald Trump a los dirigentes del mundo musulmán marca un cambio radical de la política militar estadounidense. Ahora el enemigo no es la República Árabe Siria sino el yihadismo, precisamente el movimiento que sirve de herramienta estratégica al Reino Unido, Arabia Saudita y Turquía.
Durante su campaña electoral, Donald Trump había declarado simultáneamente que no aspiraba a derrocar regímenes y que quería acabar con el terrorismo islámico. Desde su elección, sus adversarios han venido tratando de imponerle la continuación de la política que ellos habían iniciado, consistente en utilizar la Hermandad Musulmana para acabar con la República Árabe Siria.
Se ha recurrido a todos los medios para destruir el equipo que el candidato Trump había conformado, principalmente provocando la renuncia del general Michael Flynn, a quien Trump había escogido como consejero de seguridad nacional. Ya en 2012, el general Flynn se había opuesto al proyecto del entonces presidente Barack Obama, destinado a crear el Emirato Islámico [Daesh], y constantemente señalaba a la Hermandad Musulmana como la matriz del terrorismo islamista.
Se ha recurrido también a todos los argumentos para presentar al nuevo presidente de Estados Unidos como un islamófobo. Para ello se le criticó duramente por haber promulgado un decreto que prohibía la entrada a Estados Unidos a los nacionales de 6 países musulmanes. Magistrados demócratas utilizaron sus funciones de forma arbitraria para justificar esa acusación contra el presidente Trump. Lo que en realidad hizo este último fue suspender la entrada al país de personas cuya identidad era imposible de verificar para las autoridades estadounidenses por depender para ello de 6 Estados en guerra o seriamente afectados por ella.
El problema que enfrenta Donald Trump no está determinado por la supervivencia de la República Árabe Siria sino por la pérdida que supondría para varios aliados de Washington el posible fin de la estrategia terrorista. Es un secreto a voces que en todas las conferencias internacionales todos los Estados se pronuncian públicamente contra el terrorismo islamista, mientras que en privado varios de esos mismos Estados han venido organizándolo desde hace 66 años.
En ese caso se halla, en primer lugar, el Reino Unido, creador –en 1951– de la cofradía designada como Hermandad Musulmana, construida sobre las ruinas de una organización homónima que había sido disuelta 2 años antes y cuyos ex dirigentes se hallaban casi todos en la cárcel. El segundo país que se halla en esa situación es Arabia Saudita, que –a pedido de Londres y de Washington– creó la Liga Islámica Mundial para respaldar simultáneamente la Hermandad Musulmana y la Orden de los Naqshbandis. Esta Liga Islámica Mundial, cuyo presupuesto es superior al del ministerio de Defensa de Arabia Saudita, es el órgano que alimenta con dinero y armas todo el conjunto del sistema yihadista a nivel mundial. Y finalmente, se halla también en ese caso Turquía, que actualmente garantiza la dirección de las operaciones de ese sistema.
Al dedicar el discurso que pronunció en Riad a aclarar las ambigüedades creadas alrededor de su actitud hacia el islam y a reafirmar su intención de acabar con la herramienta de los servicios secretos anglosajones, Donald Trump impone su voluntad a los alrededor de 50 Estados que se reunieron para escucharlo. Para evitar malentendidos, su secretario de Defensa, el general James Mattis, había explicado 2 días antes su estrategia en el plano militar: cercar a los grupos yihadistas y exterminarlos, sin dejarles posibilidad de escapar.
Por el momento se ignora cuál será la reacción de Londres. Con respecto a Riad, Donald Trump puso especial cuidado en exonerar a los Saud de sus crímenes anteriores. Arabia Saudita no fue señalada como culpable… pero Irán sí es designado como chivo expiatorio, lo cual resulta evidentemente absurdo cuando sabemos que la Hermandad Musulmana y los Naqshbandis son sunnitas mientras que Irán es un país chiita.
Sin embargo, la carga anti-iraní del discurso de Trump carece de importancia… Teherán sabe perfectamente a qué atenerse. Sin dejar de escupir a su paso desde hace 16 años, Washington ha venido destruyendo uno a uno todos los enemigos de Teherán: los talibanes, Saddam Hussein y, dentro de poco, Daesh.
Lo que está en juego ahora, como ya anunciamos hace 8 meses, es el fin de las primaveras árabes y el regreso a la paz regional.
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