Es pues una ilusión creer que con el instrumento del Estado podemos desplegar una política anticapitalista; las reformas estatales han resultado ser formas de soluciones a la crisis del capitalismo.
Círculo Epistemológico-Comuna
Hablemos del fetichismo del Estado así como hablamos del fetichismo de la mercancía. Si el fetichismo de la mercancía se puede entender como ese imaginario que reduce las relaciones sociales como si fuesen relaciones entre cosas, esto es el fenómeno de la cosificación, que también se conoce como reificación, se puede hablar del fetichismo del Estado como el imaginario que reduce las relaciones de poder como si fuesen la relación entre el Estado y la sociedad civil, el Estado como representante de la voluntad general, que expresa el bien común, y la sociedad civil como ámbito de la pluralidad de intereses particulares. El Estado es una relación, como lo es el capital; el capital es una relación de explotación; en cambio, el Estado es una relación de poder, una relación de dominación.
El Estado es el sujeto general, el burgués general, que gestiona la explotación de la fuerza de trabajo por parte del capital, que agencia la acumulación de capital y administra la crisis del capitalismo; el Estado es el capital en su dimensión política. En cambio, el capital expresa una relación de dominación, la relación de explotación, como si fuese meramente económica, es decir, como si fuese natural. Estado y capital forman un sistema, cada cual es una de las caras de la misma medalla. No se trata de repetir la metáfora de la determinación de la estructura sobre la superestructura, tampoco de resolver el problema de una relación compleja en términos de la sobredeterminación, por este camino concebir la autonomía relativa del Estado.
Se trata, de manera diferente, de comprender tanto al capital como al Estado como ámbitos de relaciones; las relaciones no son las mismas, tampoco los ámbitos en cuestión se yuxtaponen, se cruzan, se mezclan, ¿se codeterminan? Ambos tienen historias distintas, podríamos decir genealogías diferentes, incluso pretenden ser dominantes, la preponderancia de lo económico sobre lo político o, en su caso, la preponderancia de lo político sobre lo económico. Sin embargo, estas relaciones, entre Estado y capital, no hay que leerlas atemporalmente, al contrario, tienen que ser contextuadas constantemente; se trata de distintos contextos y, por lo tanto, de diferente valoración y significación de las relaciones.
Se trata también de formas de Estado distintas en los distintos contextos, así como distintas formas de capital, en los diferentes ciclos del capitalismo. Todo esto tiene que ser evaluado, tomado en cuenta, al momento de analizar estas relaciones. También tenemos que considerar la geopolítica y la geografía de su realización; una cosa es que se considere esta relación en el sur del sistema-mundo capitalista, otra cosa es que se la considere cuando ocurre en el norte de la economía-mundo capitalista, diferente significación y connotación tienen si acontece en el centro o en la periferia del sistema-mundo capitalista. Se trata de la historia de una problemática que llamamos cuestión estatal, pero también del tratamiento de la problemática en la historia de su discusión.
¿Adónde apuntamos con todo esto? A establecer una hipótesis política: No se puede escapar del capital, de la órbita de relaciones capitalistas, del ciclo de producción-reproducción del capital, si no escapamos a su vez del Estado, de la órbita de las relaciones de dominación, del ciclo de producción-reproducción del Estado. Es pues una ilusión creer que con el instrumento del Estado podemos desplegar una política anticapitalista; las reformas estatales han resultado ser formas de soluciones a la crisis del capitalismo. Ahora bien, ¿una revolución puede abolir, de la noche a la mañana, el Estado? Ésta es la cuestión. Depende cómo consideremos las experiencias de la Comuna de París y de los autogobiernos comunitarios o comunales. Lo cierto es que no duró mucho o, en su caso, fueron experiencias locales. Lo que duró un tiempo considerable es la experiencia dramática de la dictadura del proletariado o del Estado en transición de su desaparición, que paradójicamente instituyó un Estado más absorbente. Parece que el problema se da en esa transición que llamamos la desaparición del Estado o la abolición del Estado.
¿Cómo transitar la transición de una manera transformadora? ¿O es que no se puede escapar del Estado, es una maquinaria que coexiste con las sociedades humanas? Si fuese así, tendríamos que concebir al Estado de otra manera, también como una maquinaria ancestral que se explica por la sobrecodificación, el monopolio, la mediación, la burocratización temprana, la ceremonialidad del poder, por su lugar de interjección de flujos, la retención de los mismos en forma de stock, por los espacios estriados y sobre todo por su cartografía exorbitante. Esta configuración del Estado es pensada desde la exterioridad nómada, desde el espacio liso de las líneas de fuga, desde el espesor de los campos de intensidad, desde la multiplicidad del entramado de las dinámicas moleculares.
El Estado como aparato burocrático y mito paranoico coexiste con las máquinas de guerra, invención de las sociedades nómadas, que no conciben fronteras, ni cartografías, ni espacios estriados. Entonces, Estado y nomadismo coexisten, se superponen; el Estado corta, detiene y codifica los flujos y las líneas de fuga, las intensidades; en tanto que los procesos y recorridos nómada, las líneas de fuga, desordenan, inventan, abren boquetes, desplazan, desterritorializan las territorialidades estatales, aunque las mismas desterritorializaciones vuelvan a ser reterritorializadas en otro plano, ideológico, político o religioso. Esta concepción del Estado es genealógica, lo figura y refigura en su propia transformación, en su propia mutación, en su mismo temblor, sometido constantemente a la posibilidad y al acontecimiento mismo del ataque nómada, a la ocupación nómada. No hay nada que pueda resguardarlo, ni su ejército, ni su disciplina militar; el Estado, sus ciudades, pueden caer cualquier rato, ser sitiadas o tomadas, incluso cruzadas por movilizaciones múltiples.
Desde esta perspectiva, de lo que se trata de entender no es cuándo muere el Estado, cuándo desaparece, cuándo va a ser sustituido por las asociaciones autogestionarias y los autogobiernos, sino de entender que las resistencias al Estado son permanentes, la guerra contra los aparatos que marcan, que retienen, que monopolizan, que codifican, que cortan, que estocan, contra los procedimientos que norman y reglamentan, es constante. Puede ocurrir incluso que los nómadas lleguen a tomar la metrópoli, la sede del los poderes, el centro de la dominación, empero una vez hecho esto la abandonen, como cuando ocurrió con la toma de la Ciudad de México por parte de las milicias de Emiliano Zapata y Pancho Villa. También puede ocurrir que terminen custodiando el Palacio de Gobierno y ni se den cuenta de que la arquitectura del gobierno ya es suya, dejando que gobiernen otros, como cuando aconteció después de la insurrección de abril de 1952 en La Paz.
Las milicias mineras custodiaban el Palacio Quemado, el ejército estaba destrozado, eran entonces el único poder armado, junto a las milicias campesinas y otras milicias plebeyas. ¿De qué depende que esta toma virtual, incluso real, termine siendo efectiva? ¿Del derrumbe del fetichismo del Estado? ¿Es un problema imaginario? ¿Es la costumbre, los límites de la rebelión y, por lo tanto, solidez todavía de la disciplina, la docilidad y subordinación? Obviamente, no vamos a introducir aquí una hipótesis política como la del partido de vanguardia, cosa que se ha escuchado decir que faltaba, pues ésta no es una respuesta después la experiencia soviética y de la revolución China, donde se tomó efectivamente el poder pero para perderlo en manos de la burocracia. Los soviets, los consejos, los obreros, campesinos y soldados perdieron el control del poder y la conducción transfiriéndolo al partido, a los burócratas, a la nomenclatura. ¿Por qué se restaura el Estado y no más bien las asociaciones de productores? Éste es un tema que no es fácil resolver. Hay que analizarlo a la luz de esa relación problemática entre instituciones y prácticas, sobre todo prácticas no institucionalizadas, prácticas desbordantes de lo institucional.
Volviendo a la relación entre el ámbito de relaciones del capital y el ámbito de relaciones del Estado, podemos decir que ambos son campos de lucha; uno, el del capital, responde a la lucha de clases, principalmente entre proletariado y burguesía, que puede también entenderse entre los sujetos de la proletarización y los sujetos de la acumulación de capital; el segundo ámbito responde a una lucha más compleja, donde entran identidades, movimientos, naciones, sujetos, además de clases y alianzas de clase.
Se puede decir, con cierta aproximación, que el ámbito de relaciones del Estado supone la lucha por la hegemonía. ¿Cuál es la relación entre ambos ámbitos? Estamos muy lejos de repetir la metáfora arquitectónica de la estructura y superestructura, de la determinación de la estructura sobre la superestructura, incluso si se la toma en última instancia; de repetir también la misma metáfora relativizada planteando la autonomía relativa del Estado.
Ambos ámbitos se cruzan, se refuerzan, se mezclan, se articulan conformando composiciones complejas que se realizan en agenciamientos concretos e integrados. Lo que interesa es entender la concomitancia y complementariedad de ambos ámbitos de relaciones en el sentido de las dominaciones y en el sentido de la explotación, en el sentido de la hegemonía y de la productividad, en el caso que nos ocupa, de la relación entre Estado y capital, interesa comprender la conexión entre institución imaginaria del Estado y la valorización del valor, es decir, la acumulación de capital.
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