Durante los últimos meses, la India ha cambiado bruscamente de actitud sobre varios temas, como si el primer ministro Narendra Modi tratara de sabotear su acercamiento a China y Pakistán y estuviese creando conflictos artificiales. William Engdhal estima que ese repentino cambio de postura está inspirado por Washington y Tel Aviv.
Es muy preocupante ver una nación como la India, uno de los países con más potencial del mundo, autodestruirse sistemáticamente. Provocar una nueva guerra con China por unas cuantas parcelas de tierra en las lejanas alturas del Himalaya, donde las fronteras de la región autónoma china del Tíbet convergen con las de la India y con el reino de Bután, es sólo el más reciente ejemplo de ello. La pregunta que se plantea a partir de ahí es saber quién o qué gran objetivo se esconde tras esas políticas internas y externas de la India de Narendra Modi. ¿Será que Modi ha cambiado de bando? Y, de ser así, ¿para alinearse bajo qué bandera?
¿Armonía euroasiática?
Sólo un año antes, todo parecía, sino tranquilo, al menos en vías de una evolución pacífica con los vecinos asiáticos de Modi, incluso en relación con China y, aunque con cierta reserva, en cuanto a Pakistán.
El año pasado, en efecto, la India fue oficialmente aceptada, al mismo tiempo que Pakistán, como miembro de la cada vez más importante Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), en la que China es miembro fundador, junto a Rusia. Ese hecho fortaleció las esperanzas de que el formato común de la OCS permitiera una solución pacífica de las vivas tensiones fronterizas creadas en 1947 por la división británica de la India en un Pakistán mayoritariamente musulmán y una India fundamentalmente hindú, división que dejó numerosas áreas de fricción, incluyendo Cachemira, que el vizconde Mountbatten mantuvo astutamente como futuros posibles puntos de explosión.
La India y China son miembros del BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), grupo de países que acaba de crear en Shanghai un nuevo banco de desarrollo, cuyo presidente es indio. La India es también miembro del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, con sede en China. Y, hasta el momento en que el primer ministro Narendra Modi anunció la negativa de la India a participar en la conferencia China One Belt, One Road (sobre la Ruta de la Seda), realizada el 14 de mayo en Pekín, ese país estuvo participando en el vasto proyecto euroasiático de infraestructura.
El boicot indio contra la Ruta de la Seda y el «Corredor de la Libertad» de Japón
Pero las cosas cambiaron muy rápidamente. Modi anunció su negativa a participar en la conferencia sobre la Ruta de la Seda esgrimiendo como motivo las inversiones chinas en el Corredor Económico China-Pakistán (China-Pakistan Economic Corridor, CPEC): una acción de desarrollo de infraestructura portuaria, ferroviaria y de autopistas entre China y Pakistán, cifrada en 62 000 millones de dólares, que, como parte de la Ruta de la Seda, atraviesa la parte de Cachemira que Pakistán ocupa.
Posteriormente, con sorprendente precipitación, la India reveló un estudio para la creación de un nuevo «Corredor de crecimiento Asia-África» (Asia-Africa Growth Corridor, AAGC) en una reunión del Banco Africano de Desarrollo realizada en el Estado indio de Guyarat, en el marco de un proyecto conjunto presentado con el primer ministro de Japón, Shinzo Abe. Este AAGC indo-japonés es parte de lo que se ha dado en llamar el «Corredor Indo-Pacífico de la Libertad» (Indo-Pacific Freedom Corridor, IPFC), que la India y Japón están abriendo para contrarrestar la Ruta de la Seda, con dinero japonés y aprovechando la presencia india ya establecida en África [1].
Bajo el primer ministro Abe, Japón se ha implicado en una agenda anti-china cada vez más agresiva que incluye la disputa alrededor de las islas Diaoyutai –las que Japón denomina «islas Senkaku»–, en el este del Mar de China. Japón optó además por la instalación de sistemas estadounidenses de defensa misilística y es considerado, bajo la administración de Abe, como el más fuerte aliado militar de Estados Unidos en Asia. Cuando Abe se reunió con Trump en febrero, el presidente de Estados Unidos reafirmó los términos del tratado de defensa mutua entre ambos países y dejó claro que ese acuerdo incluye las islas en disputa, a pesar de tratarse de pequeños territorios estériles.
Modi en Washington y Tel Aviv
Semanas después, el 27 de junio, el primer ministro de la India se reunió en Washington con el presidente de Estados Unidos. El día anterior, el Departamento de Estado había convenientemente incluido a Mohammad Yusuf Shah y su grupo islamista separatista de Cachemira Hizb-ul-Muyahidines –con base en Pakistán– en la lista oficial de «terroristas mundiales especialmente designados» (Specially Designated Global Terrorist, SDGT). Esa decisión abre la puerta, entre otras cosas, a la adopción de sanciones estadounidenses contra Pakistán [2].
Como resultado de las conversaciones entre Modi y Trump, Estados Unidos aprobó la venta –por más de 3 000 millones de dólares– de 22 drones Guardian, considerados como un elemento que puede modificar la situación a favor de la India. Entre otros factores a tener en cuenta se cuentan la creciente cooperación militar y el hecho que la India aceptó comprar gas licuado estadounidense. Modi parecía tan satisfecho de estas conversaciones en Washington que incluso invitó a la hija del presidente de Estados Unidos, Ivanka Trump, a presidir la delegación de ese país a la Cumbre Global del Empresariado (Global Entrepreneurship Summit, GES), prevista para este año en la India [3].
Ya con la aureola de su claro éxito político en Washington, el primer ministro indio voló a Israel, el 7 de julio, para tener allí una reunión sin precedente entre un jefe de gobierno indio y su homólogo israelí. Los medios indios saludaron las conversaciones entre Narendra Modi y Benyamin Netanyahu como una importante evolución en la política exterior de la India.
Es en este punto que las cosas se tornan seriamente interesantes. Ha existido una colaboración secreta que incluye los buenos oficios del servicio de inteligencia de Israel, el Mossad, a favor de la agencia de inteligencia de la India, la Research and Analysis Wing (R&AW). En 2008, el embajador de Israel en la India, Mark Sofer, reveló por ejemplo que durante la guerra de Kargil, en 1999, la inteligencia israelí entregó al ejército indio imágenes satelitales vitales para Pakistán, que permitieron a la India bombardear con precisión las posiciones de las tropas pakistaníes que ocupaban varios puntos en el Estado indio de Jammu y Cachemira [4].
El extraño papel de Ajit Doval
La visita de Modi a Tel Aviv, en julio de 2017, estaba en preparación desde hacía meses. Ya en febrero Modi había enviado su consejero de seguridad nacional, Ajit Doval, a Tel Aviv para discutir detalles de ese viaje. Doval se reunió entonces con Yosef Cohen, actual jefe del Mossad, para hablar, entre otras cosas, de las alegaciones sobre un respaldo de China y Pakistán, así como de otros Estados, a los talibanes en Afganistán, cerca de la frontera afgano-pakistaní.
Doval no es un sentimental. Es el autor de la doctrina que lleva su nombre, que ha dado lugar a un reciente movimiento de la política india de seguridad en relación con Pakistán de lo que Doval llama «defensiva» a «defensiva ofensiva». Doval está al parecer tras los ataques llamados quirúrgicos registrados en Pakistán en septiembre de 2016 y el levantamiento de militantes pro-indios en la Cachemira pakistaní.
Según la descripción que de ella hacía recientemente un blog indio, la «Doctrina Doval», formulada en sus discursos de 2014 y 2015, después de su nominación como consejero de Modi para la seguridad nacional, apunta esencialmente hacia China y Pakistán y se compone de 3 elementos: «Irrelevancia de la moral y del extremismo libre de cálculo o calibración y confianza en lo militar».
Es evidente que Doval no parece interesarse mucho por las soluciones diplomáticas [5].
Sea lo que sea que se haya decidido en privado entre Modi y Washington en el mes de junio, o con Tel Aviv a principios de julio, fue precisamente en ese lapso de tiempo que estalló la llamada disputa de Doklan debido a la decisión india de enviar tropas para utilizar la fuerza contra las construcciones chinas en la zona sensible entre China, Bután y la India, en la meseta tibetana.
Por su parte, China cita una carta que el ex primer ministro indio Jawaharlal Nehru dirigió en 1959 a su homólogo chino Chou En-Lai, en la que se concluye:
«Esta convención de 1890 define también la frontera entre [el Estado indio de] Sikkim y el Tíbet y la frontera se estableció [físicamente] después, en 1895. No existe entonces ninguna disputa en cuanto a la demarcación que se hizo entre Sikkim y el Tíbet.»
China cita también como referencia una carta del 10 de mayo de 2016, junto a la convención de 1890 y el intercambio epistolar de los años 1959 y 1960, según los cuales:
«Las dos partes concuerdan en cuanto al alineamiento de la frontera en Sikkim.»
Como factor final, China proclama públicamente que notificó a la India la construcción de la carretera que hoy se está concretando, notificación que demuestra su buena voluntad [6].
A estas alturas, la verdadera cuestión no es tanto si los argumentos chinos son o no válidos a la luz del derecho internacional sino que todo lo que rodea este reciente incidente de Doklam entre China y la India sugiere la presencia de la mano peluda de Washington y de Tel Aviv como cómplices del gobierno de Modi con el fin de utilizar esta confrontación para sabotear los progresos del enorme proyecto chino de desarrollo de la «Ruta de la Seda», tratando de desatar une nueva guerra a través de intermediarios bajo la instigación de Estados Unidos.
La creciente disputa sobre Doklam nunca debió llegar a una escalada militar. Esa fue una decisión deliberada del gobierno de Modi y lleva claramente la huella de Ajit Doval, el consejero de seguridad nacional de Modi y ex jefe de la inteligencia india.
¿Será que Narendra Modi ha cambiado de bando, después de haber sido un verdadero partidario de una solución pacífica de los litigios fronterizos entre la India y Pakistán, y también entre la India y China, en un espíritu de buena voluntad y de colaboración en el seno de la OCS? ¿O estaba actuando como un Jano [el mitológico dios de las dos caras], en función de sus alianzas, desde el inicio de su mandato como primer ministro, en 2014, como caballo de Troya de Gran Bretaña, Estados Unidos e Israel para sabotear la promoción por parte de China de la nueva Ruta de la Seda euroasiática?
Aún es desconocida la respuesta, al menos para este autor. Pero una fuente india bien informada y estrechamente vinculada a las fuerzas militares indias me hizo saber en una reciente correspondencia que poco después de la elección de Trump, en noviembre de 2016, un consejero de inteligencia del círculo de Trump declaró sin cortapisas que no habría guerra entre Estados Unidos y China sino más bien una guerra entre la India y China en la región del Himalaya. Eso fue en noviembre, cuando la calma reinaba en Doklam.
[1] “In Welcoming Shinzo Abe, Trump Affirms U.S. Commitment to Defending Japan”, Julie Hirschfeld y Peter Baker, The New York Times, 10 de febrero de 2017.
[2] “Sanctioning Syed Salahuddin: Too Little, Too Late”, Sudha Ramachandran, Terrorism Monitor Volume 15, Issue 15, Jamestown Foundation, 28 de julio de 2017.
[3] “Top 10 takeaways from Modi’s U.S. visit”, The Hindu, 27 de junio de 2017.
[4] Deadly Impasse: Kashmir and Inda-Pakistani Relations at the Dawn of a New Century, Sumit Ganguly, Cambridge University Press, 2016.
[5] “What is the Doval doctrine?”, Ankith Bp, Quora, 19 de septiembre de 2016.
[6] “New Aftergrowth in India, China Doklam Dispute”, Sputnik, 3 de agosto de 2017.
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