Por: Juan Manuel Karg
Las elecciones a gobernadores en Venezuela fueron un verdadero cimbronazo para las fuerzas de las derecha regional, que esperaban que se refrendaran los resultados de las legislativas 2015, donde la MUD triunfó de forma contundente. Nada de eso sucedió: el chavismo ganó 18 gobernaciones de las 23 en juego, sacando el 54% a nivel nacional. La MUD apenas se impuso en 5, ganando la mayoría de ellas Acción Democrática, del veterano cacique Ramos Allup. Las fuerzas más radicales de la derecha, quienes encabezaron las violentas protestas meses atrás, se quedaron con las manos vacías.
“¿Cómo se explica que en la crisis económica, social y política en Venezuela el oficialismo haya ganado la mayoría de las gobernaciones?” se preguntó en Twitter la presentadora de CNN, Patricia Janiot, adversa al chavismo desde los tiempos del propio Chávez. Esa es la pregunta que revolotea en la derecha regional: ¿cómo puede “esta gente”, para ellos siempre inferior en cuanto a capacidades, seguir ganando elecciones, incluso frente a la guerra económica que ha provocado desabastecimiento y una enorme inflación?. Posiblemente haya que buscar explicaciones en el quiebre político que significó la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente: millones salieron a votar para decirle no a las guarimbas, violentas movilizaciones de calle que dejaron un centenar de muertos, varios de ellos incinerados por el “pecado” de ser pobres y chavistas. Desde ese domingo electoral, la violencia disminuyó notablemente, y la MUD aceptó la convocatoria a elecciones regionales -diálogo mediante- realizando unas elecciones primarias con magra participación, donde Allup comenzó a ganar la interna de la derecha.
Pero además Janiot, al igual que centenares de comunicadores a lo largo y ancho del continente, olvida un dato adicional: el chavismo es una fuerza política que ha constituído un verdadero nuevo paradigma en la política venezolana. Esto también puede explicar, en parte, que pueda ganar una elección nacional en el marco de una embestida internacional sin precedentes, con una inflación galopante, desabastecimiento inducido, y con buena parte de los medios de comunicación -internos y externos- en contra. El chavismo no solo ha sobrevivido al fallecimiento de su propio líder, sino que cuando parecía agonizante pateó el tablero, aprovechando los groseros errores de una oposición verdaderamente amateur. Y de esa forma construye esta victoria, que descoloca a aquellos que vaticinaban el derrumbe del gobierno de Maduro hace apenas diez semanas.
Uno de los datos más interesantes de la elección tiene que ver con la aparición en escena de una nueva generación del PSUV. La llegada de Héctor Rodríguez a la gobernación de Miranda oxigena al propio chavismo, demostrando que es un proyecto político a largo plazo, que puede modificar su propio discurso intentando interpelar nuevamente a sectores medios urbanos. Dentro de la oposición hay grandes derrotados: los ex gobernadores Capriles y Falcón, y el trío Guevara, López y Tintori, quienes foguearon la calle meses atrás. Pero también un gran ganador: el experimentado cacique Ramos Allup, que con 4 gobernaciones para Acción Democrática se constituyente en un claro precandidato presidencial para el 2018, posiblemente disputando la interna con Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional. La floja hipótesis de fraude queda desbaratada por el propio Capriles, que al momento de escribir estas líneas aún no ha emitido posicionamiento público.
La elección del pasado domingo demuestra, entonces, varias cosas. En primer lugar que no es verdad aquella hipótesis de la derecha venezolana sobre que “el 80% quiere a Maduro fuera del poder”. No por casualidad el gobierno adelantó de diciembre a octubre estas regionales: tenía conocimiento de un voto condena a aquellos que desestabilizaron el país por meses, de ahí que sus principales slogans tuvieran que ver con la paz y la democracia. Además evidencia que los votos a la oposición fueron a sus sectores menos radicalizados, tendencia que tuvo lugar tanto en las primarias como en las generales. Esto debería favorecer el diálogo, aislando a los sectores radicalizados, que fueron castigados por el voto popular. Parece abrirse, por tanto, un nuevo momento político en Venezuela, con un gobierno consolidado desde lo institucional, pero que aún seguirá afrontando grandes dificultades en lo económico, y una oposición que deberá rearmarse si pretende disputar la elección presidencial que tendrá lugar el año próximo.
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