Por: Federico Larsen
En las elecciones del domingo pasado, ninguna fuerza logró la mayoría absoluta. Los italianos castigaron a los partidos tradicionales y miran con preocupación las negociaciones para formar gobierno, que culminarán el 23 de marzo cuando comiencen los cabildeos para elegir primer ministro.
El Movimiento 5 Estrellas (M5S) arrasó. La Liga destronó al partido de Silvio Berlusconi en la alianza de centro-derecha. El oficialista Partido Democrático se derrumbó por debajo del 20% y entró en crisis. Mal debut para la izquierda de Liberi e Uguali que entra al parlamento por muy poco. Esas son, en síntesis, las principales conclusiones que dejaron las elecciones del pasado domingo en Italia.
Un panorama que, como se esperaba en la previa, deja un parlamento bloqueado, sin ninguna fuerza en condición de llegar a la mayoría absoluta por sí sola para poder formar un nuevo gobierno. El encargado de destrabar esta situación será, en los próximos días, el presidente de la república Sergio Mattarella, quien deberá reunirse con todas las fuerzas políticas y sondear su disponibilidad a establecer acuerdos que permitan dar vida a un nuevo Ejecutivo. “Ahora espero que los partidos demuestren responsabilidad, y prioricen el interés nacional”, advirtió en la previa de las consultas que empezarán tras la conformación oficial del parlamento, el próximo 23 de marzo.
Matteo Salvini, líder del ultraderechista y xenófobo partido La Liga, fue el más votado dentro de la coalición de centro-derecha y le ganó la conducción al octogenario Berlusconi. “No haremos pactos orgánicos con ningún partido”, aseguró Salvini en los últimos días acerca de la formación de un gobierno conservador. También descartó la posibilidad de un “gobierno técnico” para el país. Salvini, además, aseguró que en caso de que no se pueda formar un nuevo Ejecutivo prefiere “volver a las urnas”.
La estrategia sería entonces apuntar a una de las históricas características de la política italiana: el transfuguismo. En los últimos cinco años hubo unos 500 cambios de grupo legislativo dentro del parlamento italiano, de diputados y senadores elegidos por un partido y que luego cambiaron de bandera, algunos hasta diez veces. Si bien se trata de una práctica conocida, parece realmente difícil que el centro-derecha convenza a los 70 legisladores que le faltan para que voten a favor de un gobierno guiado por Salvini.
El otro candidato a convertirse en primer ministro es el jefe político del M5S Luigi di Maio. En este caso, además de los problemas aritméticos, el partido fundado por el cómico Beppe Grillo debe enfrentar algunos de coherencia. El movimiento nació justamente en rechazo a todos los partidos políticos habidos y por haber y sus cabildeos y lobbys para sostenerse en el poder. Ahora que tienen la posibilidad de gobernar el sistema, las reglas los obligan a negociar con aquellos que insultaron y agraviaron durante la campaña electoral. Di Maio, para sortear el obstáculo puso condiciones a cualquier pacto: todos los ministros deben ser del 5 estrellas, él convertirse en primer ministro, y el programa de gobierno ser el suyo. Una oferta a todas luces inaceptable, si no fuera que la alternativa sería un gobierno de derecha, con racistas –y nuevamente Berlusconi– en el mando.
Es por eso que en las filas del oficialista Partido Democrático se desató un debate furioso. Matteo Renzi presentó su renuncia pospuesta como secretario del partido, que será efectiva sólo una vez terminada la fase de constitución del nuevo gobierno. De esta manera quiere asegurarse que su línea sea la que prevalezca: ningún acuerdo con nadie y que el PD pase a la oposición. Una actitud que provocó la indignación general dentro del partido. Primero por la arrogancia de Renzi, claro culpable del desastre electoral del centro-izquierda. Y luego porque la posibilidad de una alianza con el M5S, por más que disguste, comienza a ser más digerible. Dirigentes y referentes del progresismo italiano, como el director del prestigioso diario La Repubblica, ya se pronunciaron en este sentido, provocando un terremoto que aún está en curso.
Descartadas por ahora las opciones de un gobierno anti-europeo con M5S y Liga juntos, y la reedición del pacto de 2013 entre Renzi y Berlusconi –las dos fuerzas tradicionales, juntas, no llegan por primera vez en 30 años, a sumar ni la mitad de los escaños necesarios para gobernar–, Italia se encamina hacia un largo período de negociación y acuerdos. Y si no se llega, a las urnas de vuelta. Una pesadilla para muchos ciudadanos. El momento de emerger para muchos políticos.
El sistema político italiano
En Italia, para que un gobierno pueda comenzar su tarea, debe reunir el apoyo de la mayoría absoluta del parlamento, es decir 315 diputados y 158 senadores. En las elecciones del domingo surgieron dos grandes bloques parlamentarios –el M5S con 223 diputados y 112 senadores, la coalición de centro-derecha (La Liga, Forza Italia y Fratelli d’Italia) con 263 diputados y 138 senadores–, que buscarán acercarse a las otras minorías, el Partido Democrático que logró sólo 86 diputados y 43 senadores, y Liberi e Uguali, con 14 diputados y cuatro senadores.
A estos hay que sumar los 12 legisladores elegidos en el extranjero, entre los cuales se encontrarán aquellos que resultaron electos en América del Sur: los neo-diputados Mario Alejandro Borghese del MAIE, Eugenio Sangregorio de USEI, Fausto Guilherme Longo del PD y Luis Roberto Di San Martino Lorenzato Di Ivrea de La Liga en la coalición de centro-derecha; y los senadores Ricardo Merlo del MAIE y Adriano Cario de USEI.
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