En un muy destacado artículo de opinión publicado el sábado por el periódico The Washington Post, Elliot Abrams, quien se desempeñó como máximo asesor del ex presidente George W. Bush (2001-2009) en temas de Medio Oriente, llamó a la administración de Obama a tomar una serie de medidas diplomáticas y económicas similares a las empleadas contra Libia.
Según Abrams, Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) también deberían intervenir militarmente en Siria para debilitar a Assad y fortalecer a la oposición.
Ese mismo día, el periódico The Wall Street Journal instó en su editorial al gobierno de Obama a respaldar a la oposición siria “en cuantas formas sea posible”.
“Es imposible saber quién sucederá a Assad si cae su régimen de la minoría alauí, pero es difícil imaginar otro peor a los intereses de Estados Unidos”, sostuvo el diario.
Su cada vez más neoconservadora contraparte en The Washington Post –que la semana pasada calificó a Assad de “matón irremediable”– instó al gobierno estadounidense a apoyar “en forma decisiva a aquellos en Siria que buscan un cambio genuino”.
Y el martes, Tim Pawlenty, posible candidato a presidente en las próximas elecciones de 2012 por parte del opositor Partido Republicano, apoyó plenamente las recomendaciones de Abrams y llamó a Assad “asesino”.
Esta campaña por intervenir Siria –en momentos que Washington está profundamente involucrado en la guerra civil de Libia mientras sigue de cerca la situación de los regímenes amigos en Bahrein y Yemen– fue lanzada cuando quedó claro en las últimas semanas que Assad afrontaba lo que la mayoría de los observadores aquí creen es la más grave crisis de su gobierno en 11 años.
Más de 60 personas han muerto en combates entre manifestantes y policías en todo el país desde que estallaron las manifestaciones en la meridional localidad de Deraa hace dos semanas.
La esperanza de que Assad, quien desmanteló su gabinete el martes, anuncie una serie de reformas incluyendo el fin de la ley de emergencia, que ya lleva 50 años en vigor, se vio diluida el miércoles cuando en un discurso ante el parlamento atribuyó la inestabilidad en su país a una “conspiración” internacional.
Aunque sugirió que introduciría importantes reformas, no especificó de qué clase ni cuándo.
“Habrá más manifestaciones” predijo Bassam Haddad, experto en Siria para la estadounidense Universidad George Mason, quien añadió que el régimen permanecía dividido entre reformistas y conservadores.
“Si Bashar se salva, creo que la respuesta (a nuevas protestas) será suave. Pero si el ala más dura se sale con la suya, habrá una represión que tendrá un efecto de bola de nieve y podría convertirse una pesadilla para el régimen”, sostuvo.
Eso sería probablemente bien recibido por los neoconservadores y “halcones” (ala más belicista) en Washington, algunos de los cuales ya sugirieron que una represión violenta les permitiría invocar como precedente la intervención en Libia y tomar una fuerte acción contra el régimen de Assad.
La administración de Obama, que intentó atraer a Damasco en una amplia estrategia para debilitar la influencia regional de Irán, considera a Assad un líder con inclinación reformista pero sin habilidad para afrontar a las fuerzas más conservadores en su Partido Baath y entre los militares.
El domingo, la secretaria de Estado (canciller) de Estados Unidos, Hillary Rodham Clinton, describió a Assad como un “líder diferente”, señalando que “muchos de los miembros del Congreso (legislativo estadounidense) que visitaron Siria en los últimos meses opinaron que era un reformista”.
Estas declaraciones molestaron a los neoconservadores, que desde hace tiempo han considerado a la dinastía Assad uno de los principales enemigos en Medio Oriente debido a sus vínculos con Teherán, su histórico apoyo al movimiento chiita libanés Hezbolá (Partido de Dios), al palestino Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) y, desde la invasión de Estados Unidos a Iraq, supuestamente también a los insurgentes sunitas en ese país.
De hecho, un memorando preparado en 1996 por neoconservadores estadounidenses (que luego ocuparon prominentes puestos en el gobierno de Bush) para el entonces nuevo primer ministro israelí Benjamin Netanyahu identificaba al derrocamiento del presidente iraquí Saddam Hussein (1979-2003) como un paso clave en una amplia estrategia para desestabilizar a Siria.
Durante la guerra de 2006 entre Israel y Hezbolá, Abrams habría instado al Ministerio de Defensa israelí a expandir su campaña de bombardeos incluyendo objetivos en Siria, algo que contó con el apoyo expreso de otros halcones fuera de la administración de Bush. Para su frustración, los israelíes rechazaron la sugerencia.
Los neoconservadores y sus aliados en el Congreso han luchado con uñas y dientes contra los esfuerzos de Obama para normalizar las relaciones con Damasco, rotas desde que la administración de Bush acusó al gobierno sirio de estar vinculado con el asesinato en 2005 del primer ministro libanés Rafik Hariri en Beirut.
Ahora claramente creen que la Primavera Árabe presenta una nueva oportunidad de un “cambio de régimen” en Damasco y que debe ser aprovechada sin demora.
* El blog de Jim Lobe sobre política exterior puede leerse en http://www.lobelog.com.
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