Fuente: El Salto
Trump cumplió su amenaza y ordenó un ataque contra supuestos objetivos vinculados al programa de armas químicas en Siria.
El presidente de EE UU, Donald Trump, cumplió su amenaza y ordenó un ataque contra supuestos objetivos vinculados al programa de armas químicas en Siria. La excusa para esta intervención militar es el ataque químico que tuvo lugar el 7 de abril contra la ciudad de Duma, en ese momento último bastión de Ghuta en manos de las milicias islamistas que se enfrentan al Ejército de Bashar al-Assad, y en el que murieron 50 civiles y más de 500 resultaron heridos. Donald Trump inmediatamente acusó a Siria y su mayor aliado, Rusia, del ataque, aunque estos niegan su responsabilidad en el mismo.
Para investigar el ataque se estaba desplazando al lugar un equipo de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), pero Estados Unidos y sus aliados hacía días que habían decidido llevar a cabo el bombardeo y así lo hicieron en la madrugada del viernes al sábado. Rusia afirma que el ataque químico fue un montaje para justificar el ataque.
El equipo internacional de la OPAQ llegó a la zona en la noche del sábado y expresó su voluntad de trasladarse a Duma cuando pudieran garantizarse las condiciones de seguridad. El mandato de la OPAQ le permite determinar si hubo ataque, pero no investigar quién es el responsable.
Según un informe del Pentágono, el ataque militar de los estadounidenses y sus aliados se concretó en el lanzamiento de más de cien misiles contra dos almacenes de armas y un centro de mando en Homs y un centro de investigación científica cerca de Damasco. Según el Gobierno sirio, la mayoría de los misiles fueron interceptados y no se produjeron víctimas. Además, horas después fuentes gubernamentales anunciaban que el último bastión de Ghuta en manos de milicias, Duma, había sido recuperada por el Ejército.
“Misión cumplida”, decía Donald Trump después de los bombardeos, para los que Estados Unidos, Reino Unido y Francia evitaron incluso someter a votación este ataque ante sus respectivos Parlamentos.
Tras el lanzamiento de misiles, se produjeron reacciones inmediatas, como la del líder de los laboristas británicos, Jeremy Corbyn, que denunció que la situación no se discutiera en el Parlamento y que pidió a la primera ministra, Theresa May, que publique “las bases legales y justificación” para ello. “Esta acción legalmente cuestionable puede provocar una escalada mayor en un conflicto ya devastador”, dijo Corbyn en un comunicado en el que afirma que “las bombas no salvarán vidas ni traerán la paz”.
Sí ha habido reacción expresa del presidente de Rusia, Vladimir Putin, que considera este ataque un “acto de agresión”. En el comunicado que el Kremlin difundió en su página web, acusa a Washington de agravar la crisis humanitaria en el país árabe y de saltarse las normas de derecho internacional y la carta de la ONU. “Se ha cometido un acto de agresión contra un estado soberano que está a la vanguardia de la lucha contra el terrorismo”, aseguró Putin.
Por su parte el secretario general de la ONU, António Guterres, hizo un llamamiento tras el ataque para que los miembros del Consejo de Seguridad “eviten cualquier acto que pueda provocar una escalada y empeorar el sufrimiento del pueblo sirio”. Poco después, el Consejo de Seguridad de la ONU ha rechazado una resolución presentada por Rusia para condenar el ataque, en el que calificaba la operación militar como una violación del derecho internacional y de la Carta de Naciones Unidas, y pedía a EEUU, Francia y Reino Unido que eviten en el futuro el uso de la fuerza contra el régimen de Assad.
Estos últimos días diversas voces críticas han querido recordar que ni Trump ni Putin han mostrado nunca el menor reparo por la masacre de más de 400.000 civiles a lo largo de siete años de guerra en Siria. Los civiles sirios se hallan sometidos desde el inicio de la guerra a los constantes ataques terrestres y bombardeos del Ejército del Gobierno de Assad y su mayor aliado, Rusia, además de a los ataques de las milicias, apoyadas entre otros por Arabia Saudí.
Siria se ha convertido en los últimos años en el mayor tablero de la nueva guerra fría ruso-estadounidense, con la participación de diversas potencias regionales que pugnan por el control de la zona —Arabia Saudí, Irán, Turquía— y con un pueblo atrapado, masacrado y en cuyo nombre todas las potencias y actores dicen luchar.
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