Muy buenos días a todos ustedes, un saludo fraterno a todos los conferencistas invitados, profesores y agradecer la generosa invitación que me ha hecho el profesor Razmig Keucheyan para poder venir a dialogar sobre el pensamiento de Nicos Poulantzas.
La obra intelectual de Poulantzas está marcada por, lo que podríamos denominar, una trágica paradoja, él fue un marxista que pensó su época desde la perspectiva de la revolución en un momento en el que los procesos revolucionarios se clausuraban o habían derivado de una restauración anómala de un capitalismo estatalizado. Fue un marxista heterodoxo brillante y audaz en sus aportes sobre el camino al socialismo en un tiempo en el que el horizonte socialista se derrumbaba como símbolo y perspectiva movilizadora de los pueblos.
Hoy quisiera detenerme en dos conceptos claves e interconectados del marxismo de Poulantzas, que nos permiten pensar y actuar en el presente: el Estado como relación social y la vía democrática al socialismo.
Abordaremos el primer punto: el Estado como relación social. No cabe duda que uno de los principales aportes de Poulantazs es su propuesta de estudiar el Estado como una “condensación material de relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clases”; claro, ¿no es acaso el poder ejecutivo y legislativo elegido con los votos de la mayoría de la población de las clases dominantes y de las clases dominadas? Y, aunque, por lo general, los sectores populares eligen por sufragio a representantes de las élites dominantes. ¿Acaso no hay compromisos adquiridos por los elegidos respecto a sus electores? ¿No hay acaso tolerancias morales aceptadas por los votantes que tienen límites y cuyas transgresiones generan migraciones hacia otros candidatos o hacia movilizaciones sociales?
Los sectores populares no viven, perpetuamente, engañados por el efecto de la ilusión ideológica organizada por las clases dominantes, ni el peso de la tradición de la dominación es tan fuerte en los cuerpos de las clases populares que ellas solo pueden reproducir voluntariamente e inconscientemente su dominación? No, ni las clases populares son tontas ni la realidad es únicamente una ilusión ni la tradición es omnipresente, en medio de engaños de imposturas, de herencias de dominación asumidas, la gente del pueblo también opta, elige, aprende, conoce, decide y, por ello, elige a unos gobernantes y a otros no, reafirma su confianza o revoca sus esperanzas y así en esta mezcla de dominación heredada y de acción decidida, los sectores populares constituyen los poderes públicos, forman parte de la trama histórica de las relaciones de fuerzas de los poderes públicos y cuando sienten que son burlados se indignan, se asocian con otros indignados, si ve oportunidad de eficacia se moviliza.
Estas movilizaciones, muchas veces, se disuelven; otras veces se expanden, generan adhesiones, se irradian a los medios de comunicación, generan opinión pública, sentido común, en momentos, logran materializarse en acuerdos, leyes, presupuestos, inversiones reglamentos; es decir, se vuelven materia de Estado.
Pero esto es justamente el Estado, ya sea como continuo proceso de monopolización de coerción, de monopolización de tributos, de monopolización de los bienes comunes, de monopolización de la Ley y de los universales dominantes o como institución de derechos a la educación, a la salud, a la seguridad, al trabajo y a la identidad.
El Estado es un flujo, una trama fluida de relaciones, de luchas de conquistas, de asedios, de seducciones, de símbolos, de discursos que disputan bienes, recursos y que disputan la gestión monopólica de esos recursos.
El Estado es, pues, un conglomerado de instituciones paradojales o paradójicas, es materia y es idea, es monopolio y es universal. Es materia cuando se presenta como institución, como leyes, como procedimientos, como tribunales, como cárceles y/o como ministerios. Pero es idea cuando se presenta como saberes, procedimientos, esquemas de percepción del mundo y tolerancias de la autoridad. Es materia y es idea: 50 % materia, 50 % idea, pero también es monopolio y es universalismo.
El Estado es monopolio de la coerción, de los tributos, de las certificaciones educativas, de las narrativas nacionales, de las ideas dominantes; pero también es universalización de derechos, de pertenencia a una identidad, de esquemas morales sobre el mundo y para el mundo. Y, en esta paradójica mágica solo puede funcionar con la acción de toda la sociedad, con la participación de todas las clases sociales y para la propia acción y, generalmente, inacción de las clases sociales.
En esta conversión continua del Estado como condensación de los bienes, de los derechos, de las instituciones universales que atraviesan a toda sociedad, pero que a la vez es monopolizada, concentrada por pocos, sino no sería Estado, radica la clave del misterio del fetichismo de la dominación.
Al final, el Estado, sus aparatos, sus centros de emisión discursiva, de educación, de persuasión y coerción están bajo el mando de un conglomerado reducido de la sociedad, por eso es un monopolio; pero solo puede actuar ese monopolio si a la vez interactúa como adhesión, como fusión, como colaboración con los poseedores de otros monopolios del dinero, de los medios de producción y, ante todo, con la inmensa mayoría de la población que no posee monopolio alguno, pero que debe sentirse beneficiada, protegida, guiada por esos detentadores del monopolio estatal.
Cuando Poulantzas nos explica que el Estado es una relación entre clases poseedoras y una relación con las clases populares, no solo está criticando la lectura del Estado como cosa, como aparato externo a la sociedad, que dio lugar a las fallidas estrategias elitistas o reformistas de destrucción del Estado o de ocupación del Estado que supusieron, en ambos casos, la consagración de nuevas élites dominantes ya sea por la vía armada o la vía electoral.
Poulantzas, también, nos está invitando a reflexionar al Estado como un aparato de dominación, no como punto de partida para explicar las cosas y establecer estrategias revolucionarias.
Poulantzas nos invita a ver al Estado como punto de llegada, de complejos procesos y luchas sociales que dan lugar, precisamente, a la dominación. El investigador no puede tomar a la dominación como punto de partida para explicar la sociedad, es, por el contrario, un proceso la dominación, un devenir, un continuo artificio social lleno de posibilidades, a veces, de incertidumbres tácticas, de espacios huecos que son precisamente los espacios que habilitan la posibilidad de la emancipación o la resistencia.
Si el Estado es una máquina monolítica al servicio de una clase y, encima, garante de la dominación, entonces, no hay espacio para la liberación posible a partir de los propios dominados; la emancipación solo puede venir, en este caso, de la mano de una vanguardia consciente, de los iluminados, de los especialistas que estarían al margen de la dominación que aplasta los cerebros de las clases populares.
Llegado aquí, la sustitución de clases y la emancipación de las clases populares solo pueden venir desde afuera, no por obra de las propias clases populares, pero esto fue justamente el discurso y el camino del marxismo dominante del siglo XX y de las llamadas revoluciones socialistas y ese, precisamente, es el horizonte derrotado por la victoria neoliberal mundial de fines del siglo XX. Pensar el marxismo vivo para el siglo XXI, pensar el socialismo en nuestros tiempos requiere superar esta trampa instrumentalista del Estado y esto es justamente el aporte de Nicos Poulantzas.
Si la dominación no es un punto de partida para explicar el mundo, sino un proceso que se está haciendo a diario, que tiene que actualizarse, verificarse a diario, significa que no es un destino fatal, que no es ineluctable; es en los huecos de la dominación, en su cotidiana incertidumbre de realización que la posibilidad de la emancipación se encuentra, se anida, surge y es así que en medio de la pasividad, de la tolerancia consuetudinaria de las clases menesterosas de pronto algo salta, de pronto una memoria de organización se gatilla, las tolerancias morales hacia los gobernantes estallan, los viejos discursos de orden ya no convocan y nuevos idearios, nuevas ideas, anteriormente marginales, comienzan a seducir y convocan a, cada vez, más personas; la dominación se quiebra desde dentro mismo del proceso de dominación.
El Estado como monopolio de decisiones universalizantes se ve interrumpido desde adentro e irrumpen voluntades colectivas que proyectan a otros representantes, que se reapropian de la capacidad de movilización y decisión. En el horizonte comienzan a despuntar nuevas creencias movilizadoras que alimentan el entusiasmo social, al principio, en pequeños sectores, luego, en regiones, luego, tal vez, a nivel nacional y cuando este despertar social no solo se condensa en nuevas personalidades elegidas, sino que revoca a las viejas élites representantes y desborda la representación electoral con nuevas formas de participación, de movilización extraparlamentaria, plebeyas y, encima, busca sustituir los esquemas mentales profundos con los que la gente organiza moral y lógicamente su vida cotidiana, entonces, estamos ante procesos revolucionarios.
La lectura relacional del Estado propuesta por Poulantzas, a la vez, permite, también, una crítica a lo que podríamos denominar la propuesta abdicante respecto al poder de Estado; débil en tiempos de Poulantzas, pero, hoy, de moda en ciertos sectores de izquierda desesperanzada.
Quienes proponen cambiar el mundo sin tomar el poder, suponen que las luchas populares, los saberes colectivos, los esquemas de organización del mundo y las propias identidades sociales, nacionales o comunitarias están al margen del Estado; cuando en realidad se trata de organizaciones de saberes e identidades, en unos casos, constituidos frente al Estado, pero reafirmadas y legitimadas precisamente por su eficacia ante el Estado y en el Estado, y cuyos logros están inscritos como derechos de ciudadanía en el propio armazón material del Estado o, en otros casos, se trata de saberes o identidades promovidas desde el Estado, pero cuya eficacia radica en su capacidad de articular expectativas en sus necesidades colectivas y que al hacerlo se vuelven hábito o memoria práctica de los propios sectores populares; pero, además, esta posición abdicacionista hacia el Estado, deja libre las manos de los sectores dominantes para que continúen administrando, discrecionalmente, las condiciones materiales de la dominación estatal.
El repliegue a la autonomía local, olvida que los sectores subalternos no son autónomos respecto al Estado: pagan impuestos, usan dinero, consumen servicios, van a la escuela, usan los tribunales y demás; pero, además, al proclamar la lucha fuera del Estado, dejan a los que controlan el Estado el monopolio absoluto del Estado y de las relaciones de dominación.
Se trata, esta otra, ciertamente, de una posición elitista y, a la larga, conservadora, que se margina de las propias luchas sociales populares que inevitablemente pasan por el Estado, son Estado.
Permítanme mirar, con estos ojos relacionales, algo de los últimos acontecimientos en Francia, el orden estatal es, también, un orden de educación, de saberes funcionales, es un orden de territorialización de los ciudadanos y un orden de producción de expectativas lógicas y morales sobre el propio orden del mundo, de la familia, de los individuos; no es una producción cerrada automática, dijimos que tiene vacios, incertidumbres y es ahí que en estos espacios de incertidumbre que entran en juego otras propuestas de producción de sentido, otros horizontes posibles, otras expectativas movilizadoras, individuales, grupales o sociales, estas pueden ser de carácter político revolucionario, conservador, religiosas, identitarias, comunitarias, entre otras.
Es claro que el Estado es el monopolio de las ideas fuerza que orienta una sociedad, pero si estas expectativas estatales no se corresponden con la realidad experimentada por grupos sociales se forma una masa crítica de disponibilidad hacia nuevas creencias portadoras de esperanza y de certidumbre; y, estas disponibilidades a nuevas creencias crecerán más a medida que el Estado separa el orden real del orden esperado, cuando esta separación entre lo real con lo ideal se agranda y abarca más sectores: a jóvenes, a obreros, a migrantes, a estudiantes se abre un espacio de una amplía predisposición a la revocatoria de creencias.
Dependerá de la correlación de fuerzas entre los otros emisores discursivos alternativos para que asistamos a un crecimiento de identidades políticas de derecha, de identidades políticas de izquierda, de identidades locales, comunitaria o religiosas.
Por otro lado, el poder de Estado puede ser, también, constructor de identidades sociales. El Estado también puede ser constructor de fracciones de clase movilizada. El Estado también puede ser constructor de movilizaciones ciudadanas entorno a miedos o defensas colectivas, en momentos puede tener un papel altamente influyente en la promoción de identidades, pero nunca lo hará sobre la nada; es decir, ninguna identidad social puede ser inventada por el Estado. Lo que hace el Estado es reforzar, promocionar, visibilizar, empoderar agregaciones latentes, expectativas potenciales y esconder, devaluar, invisibilizar otras tantas identidades anteriormente existentes, pero, está claro que el Estado no hará nada que de alguna manera u otra que, a la larga, reafirme su propia reproducción y sus propios monopolios.
Finalmente, quisiera revisar, rápidamente, un segundo concepto clave en el último libro de Nico Poulantzas, su último capítulo titulado La vía democrática al socialismo. Si el Estado moderno es una relación social que atraviesa a toda la sociedad, a todos sus componentes, a sus ideas, a su historia y a sus esperanzas; entonces, el socialismo, entendido como transformación estructural de las relaciones de fuerzas en el Estado, necesariamente tiene que atravesar al propio Estado.
Poulantzas menciona siete características de esta vía democrática al socialismo: en primer lugar, él menciona que es un largo proceso; en segundo lugar, menciona que se trata de luchas populares que despliegan su intensidad en las propias contradicciones del Estado, modificando las relaciones de fuerza en el seno mismo del Estado; en tercer lugar, las luchas transforman la materialidad del Estado; en cuarto lugar, estas luchas reivindican y profundizan el pluralismo político ideológico; en quinto lugar, profundizan las libertades políticas, el sufragio universal de la democracia representativa; en sexto lugar, desarrollan nuevas formas de democracia directa y de focos autogestionarios; y, en séptimo lugar, todo eso acontece en la perspectiva de la extinción del Estado.
Cuando Poulantzas habla de la vía democrática al socialismo como un largo proceso, se refiere a que no es un golpe de mano, que el socialismo no es un asalto al Estado, no es una victoria electoral armada ni un decreto; es una transformación de la correlación de fuerzas que se materializa en distintos modos institucionales del Estado, pero, que también se realizan estas modificaciones en el conjunto de ideas fuerza de expectativas, de esquemas morales con el que la gente organiza su vida: la dimensión ideal del Estado, diría yo.
De hecho, quizás, esta dimensión ideal del Estado, a veces soslayada por Poulantzas, sea la más importante de transformar, pues, aún lo más material del Estado, los aparatos de coerción solo son eficaces si preservan la legitimidad de su monopolio; es decir, si existe una creencia compartida socialmente sobre su pertinencia y necesidad práctica.
Proceso significa, entonces, que es un despliegue de muchas transformaciones en las correlaciones de fuerzas, en la totalidad de los espacios de la estructura estatal, aunque sus resultados difieran en el tiempo. Ciertamente, no se trata de una acumulación de cambios graduales al interior del Estado, tal como propugna el viejo reformismo.
Por la experiencia boliviana, proceso significa un despliegue simultáneo de intensas luchas sociales en cada uno de los espacios de las estructuras estatales donde se dan profundas transformaciones en las correlaciones de fuerza entre los sectores sociales con capacidad de decisión y en la propia composición material de esas estructuras estatales, esto es válido tanto para los sistemas de representación electoral, victorias electorales, para la administración de los bienes comunes, políticas económicas como para la hegemonía política: orden simbólico del mundo.
La hegemonía es la irradiación creciente de una esperanza movilizadora entorno a una manera social de administrar los bienes comunes, pero también es una modificación de los esquemas morales y lógicos con la que las personas organizan su presencia en el mundo y, en ello tiene razón Gramsci, cuando dice que hay que irradiar, que hay que seducir; pero también tiene razón Lenin, cuando dice que hay que derrotar.
Se ha dicho que existen dos versiones de hegemonía política: convencer, Gramsci; derrotar, Lenin. Nuestra experiencia señala que la hegemonía es la combinación de ambas, primero irradiar, convencer entorno a un principio de esperanza movilizadora, Gramsci; pero en un momento, que podemos llamar el momento robesperiano, hay que derrotar la estructura discursiva y organizativa de los sectores dominantes, eso es Lenin; y, nuevamente hay que articular, hay que convencer, pero ya en tanto sectores derrotados, a las fuerzas oponentes, otra vez Gramsci. La fórmula, entonces, es: convencer, derrotar, integrar; esa sería la fórmula de la hegemonía política.
A riesgo de esquematizar la idea de proceso, podemos distinguir los nudos principales y los nudos decisivos de un tránsito democrático al socialismo. Los nudos principales serían: el gobierno, el parlamento y los medios de comunicación. Los nudos decisivos serían: la participación social en la gestión de los bienes comunes, la experiencia organizativa autónoma de los sectores subalternos, el uso de los recursos públicos, las ideas fuerza u horizontes de época con las que las personas se movilizan. Y, a estos dos nudos incorporaríamos los nudos estructurales que serían las formas de propiedad y gestión sobre las principales fuentes de generación de riqueza y los esquemas morales y los esquemas lógicos con los que las personas conocen y actúan en el mundo.
Tenemos, entonces, nudos principales, nudos decisivos y nudos estructurales. Cuando solo se dan los cambios en los nudos principales, estamos ante renovaciones en los sistemas políticos; cuando se dan cambios en los nudos principales y en los nudos decisivos estamos ante revoluciones democráticas políticas; y, cuando se dan cambios en los nudos principales, en los nudos decisivos y en los nudos estructurales estaríamos ante revoluciones sociales.
Retomando la propuesta de Poulantzas, de la vía democrática al socialismo, ella supone dos cosas más: primero, la defensa y ampliación del pluralismo político de la democracia representativa, hoy esto es una obviedad, hace 30 años, esto en la izquierda y en el marxismo era una herejía porque esto era asociada a la democracia burguesa; en segundo lugar, la ampliación de los espacios de movilización directa y es que las libertades políticas y la democracia representativa es, con mucho, resultado de las propias luchas populares, son su derecho de ciudadanía y forman parte de su acervo, de su memoria, de su experiencia política de las propias masas populares.
Es en la selección de las libertades políticas que también lo popular se constituye como sujeto político, pero también está claro que lo popular rebasa meramente representativo, está claro que la irradiación democrática de la sociedad crea o hereda espacios de participación directa, de democracia comunitaria, experiencia asambleística territorial, experiencia sindical, entre otras, que también son parte del pluralismo democrático de la sociedad. Esta dualidad democrática representativa y participativa es para Poulantzas la clave para el entendimiento de la vía democrática al socialismo; de hecho, el socialismo, en esta perspectiva, no está asociado a estatizaciones ni a partido único, al contrario, es ampliación irrestricta de los espacios deliberativos y ejecutivos de la sociedad en la gestión de los asuntos públicos y, a la larga, en la producción y gestión de la riqueza social.
Este tema de las formas de propiedad de los recursos económicos en el socialismo y de la complejidad y dificultad en la construcción de experiencias organizativas para implementar formas de propiedad social, formas de gestión social de la producción que vayan más allá de la propiedad estatal y privada es un tema central, que considero que Poulantzas dejó pendiente en su audaz reflexión sobre la vía democrática al socialismo.
Volviendo a la trágica paradoja con la que caracterizamos el tiempo de la obra de Poulantzas, quizás también en esto radique, en la trágica paradoja, la virtud de su pensamiento, supo mirar más allá de la derrota temporal que se avecinaba, supo proponer los puntos nodales del resurgimiento de un pensamiento socialista, solo que para ello tuvieron que pasar más de 30 años, pero de esta manera los socialistas y marxistas de hoy tenemos, aún, mucho que aprender de Poulantzas para entender el presente y para transformar el presente.
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