En el edificio de la vicepresidencia del Estado plurinacional, en el centro de La Paz, discurre una reunión de asambleístas del Movimiento al Socialismo (MAS). Los sombreros negros de copa, las polleras –faldas tradicionales– de las mujeres del Altiplano y los mantos con tejidos andinos hablan de tiempos muy diferentes. Hace unos años el mismo espacio estaba copado por diputados blancos, hombres de corbata y con estudios en EE UU, en un país donde el 67% de las personas se considera indígena.
Nos recibe Juan Carlos Pinto, coordinador general del Proceso de la Enciclopedia Documental del Proceso Constituyente y asesor en vicepresidencia. “Estamos en una etapa de la revolución democrática y cultural. Algo que en Europa ha pasado hace 200 años nosotros lo estamos viviendo ahora con el acceso de la mayoría de la población a los puestos del Estado”, explica Pinto. “De alguna manera estamos cambiando de contenido el Estado, estamos transformándolo. No ha dejado de ser un Estado liberal en su forma de organización, pero está salpicado de pueblo, y eso es una medida auténticamente liberal, la posibilidad de que todos tengan derecho a ser parte”.
Durante las últimas dos décadas, el Estado había sido conducido, según describe Julieta Paredes, por “masterados, doctorados, especializados, que habían estudiado en Harvard, en Lovaina… y ¿qué han hecho del país? Se lo han entregado a los depredadores. ¿Qué logros ha tenido la política neoliberal de esos yuppies de traje? ¿Qué cosa han hecho? ¡Nada! Durante todo el primer período nuestras hermanas y hermanos, muchos de ellos campesinos, han tomado el Gobierno, y ahí empezaron a aprender, al hacerlo, porque esto también es nuestro”.
Presiones de la derecha
La Asamblea Constituyente (2006- 2008), una eterna demanda para la refundación del país, fue un punto culminante de la participación popular. Pero ese “momento fundamental”, en palabras del sociólogo aymara Pablo Mamani, “también representó el inicio de la frustración”. Las presiones de la derecha obligaron a cambiar la sede de la Asamblea Constituyente de Sucre a Oruro. En 2008, estas presiones llevaron al Gobierno del MAS a aceptar un acuerdo y pactar en el Congreso la modificación de 144 artículos de los 400 que habían sido aprobados por los representantes elegidos por los bolivianos para esta misión.
La frustración fue creciendo en adelante, a pesar de coincidir con el histórico momento en que había sido derrotada la derecha, élite que había monopolizado el poder durante los tres siglos de conquista y los 184 años de República. Para Raúl Zibechi, analista y editor de la revista uruguaya Brecha, la clave se dio en las jornadas de agosto y septiembre de 2008, donde “las fuerzas populares bolivianas” consiguieron “una contundente derrota de la derecha oligárquica de Santa Cruz”.
La derecha arrinconada en su propio bastión tuvo que admitir su derrota. Las elecciones generales de diciembre de 2009 lo confirmaron: Evo ganó con un 64% de los votos. “Derrotamos en términos simbólicos a la derecha, pero también los derrotamos en el sentido de que no tenga poder político, que no tenga representación simbólica pública, aunque sigue teniendo el poder económico, la tierra, los medios de comunicación, todos esos elementos fundamentales”, dice Mamani.
Pero los festejos de esta victoria no duraron mucho, porque pronto empezó a verse que “la derecha estaba dentro del Gobierno”, según apunta Marco Gandarillas, director del Centro de Documentación e Información de Bolivia (CEDIB). “No fue tan de repente. Desde que asumió, Evo tuvo la idea de que había que saber de Estado. Decían que tuvieron que recurrir a los que saben, ser incluyentes, y por incluyentes querían decir que a los viejos políticos les dejemos una silla al lado. Es así como gente del MNR, MIR o ADN [partidos que gobernaron durante la etapa neoliberal] o del MSM [una escisión del MAS] se colaron en el Gobierno”.
Gobernando con el enemigo
Gandarillas pone como ejemplo al actual ministro de Economía, Luis Arce Catacora, un “fondomonetarista” que trabajó con Gonzalo Sánchez de Lozada y fue miembro del partido neoliberal MNR. Algunos de los más férreos opositores al Gobierno en los primeros años se han ido acercando al MAS. El caso más sonado fue el pacto, antes de las últimas elecciones entre el Gobierno, y sectores de la Unión Juvenil Cruceñista, grupo que había liderado numerosos ataques racistas en los años anteriores.
Para Juan Carlos Pinto, existe un sector “más liberal” dentro del Estado, que apuesta por demostrar que Bolivia consigue “grandes cifras económicas”, ahorro del Estado o superávit fiscal. Esta corriente fue determinante en la promulgación del decreto 748, por el que subían los hidrocarburos. “El sector económico presentó como catastrófico el hecho de no tomar este tipo de decisiones. Y no se hizo una adecuada evaluación política. Fue un mal cálculo. Porque el estómago pesa más que cualquier cosa”, apunta.
Desde la derrota de la derecha el panorama político se ha complicado para el Gobierno. “Ahora vivimos un nuevo escenario histórico, en el que la derecha es una parte de la crítica, pero desde dentro de nuestra cancha sale otra crítica, otras voces, otros hombres y mujeres diciendo ‘hermano, estás fallando: esto, esto y lo otro está mal’. En ese escenario el Gobierno de Evo Morales ya no sabe moverse”, puntualiza Pablo Mamani.
“A todos los califican de derechistas, de enemigos, de neoliberales. Esta lectura ya no sirve. El Gobierno sigue leyendo este momento de la historia igual que en los momentos de la guerra contra la derecha”, dice.
Debate sobre Evo Morales
Desde el inicio del segundo mandato, los principales conflictos no fueron, como en el primer período, con las élites del Oriente, sino con sectores de los movimientos sociales. El alejamiento de los principios originarios del proceso y “la contradicción entre lo que dice y hace el Gobierno”, según Silvia Rivera, ha colocado al Gobierno en el peor momento de sus cinco años. El futuro de Evo Morales y de todo proceso es objeto de debate continuo en todas las esferas.
“Evo tiene una gran ventaja: no tiene una alternativa política que pueda poner en riesgo su mandato ni, de momento, su reelección”, dice Soliz Rada.
Para Pablo Mamani, el Gobierno de Morales ya cumplió su rol histórico. “Ahora necesitamos otro momento y otros actores. Todavía no sabemos dónde está eso, pero ese momento será el de condensación de esta larga lucha, de las frustraciones y de los logros de hoy”, dice. Lo que nadie pone en duda es que Bolivia ya no es la misma.
Para Mamani hay razones para ser optimista: este proceso situará a la sociedad boliviana en un punto histórico muy diferente “desde donde poder mirar el mundo, el poder, la política, la economía… Yo creo que lo que la gente está pensando, lo que la gente está diciendo, lo que está soñando va mucho más allá del Gobierno de Evo Morales, al mismo tiempo que está agradecida a muchas cosas que hizo”.
Para Silvia Rivera, la principal aportación del proceso de cambio es que actúa como un “paraguas que protege de la lluvia ácida neoliberal”, permitiendo que surjan todo tipo de iniciativas, actividades y colectivos autogestionados, que generan un nuevo sentido del poder que hay en manos de la población, que permite protestar y hasta tumbar una medida como el ‘gasolinazo’. “Es el poder de la sociedad sobre el Estado”, concluye Rivera.
http://www.diagonalperiodico.net/Bolivia-entre-la-euforia-y-la.html
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