Por: Anselmo Esprella
“Si yo les decía a ustedes hace un año lo que iba a hacer y todo esto que está sucediendo, seguramente iban a votar mayoritariamente por encerrarme en el manicomio”; Toda victoria neoliberal necesita un discurso con que camuflar las intenciones, y el presidente Mauricio Macri lo sabe. Por eso mintió y lo seguirá haciendo.
Cada día desde bien temprano, un ejército medieval sin armadura ni espada, encara una antigua disputa y sale a conquistar audiencias, territorios y entendimientos. Es la batalla por quién instala en el adversario de clase su verdad, de lo que sucede en esta vida y en la otra. Es la batalla de las ideas, la batalla cultural.
Sus armas no matan, convencen. Las oligarquías del continente y del mundo, invierten miles de millones de dólares en fabricar una realidad que no existe y presentarla como verdad universal, única y absoluta, de la cual habla la biblia.
Los jefes de prensa, se han convertido en maestros de la resignificación de las palabras, en generales de operaciones de prensa, para exhibir u ocultar, según convenga a los intereses económicos y políticos del medio: estrategas de posverdades.
Primero las palabras, después el plomo y viceversa. Mucho antes de iniciar la invasión a Irak (20 de marzo de 2003), EEUU, tenía preparado el nombre que le pondría a sus acciones: “Operación por la Libertad iraquí” bautizó a la invasión. Luego la rebautizó con el nombre de “Operación Nuevo Amanecer”. Entre las dos operaciones, una que debía liberar a Irak y la otra que anunciaba un amanecer radiante y feliz, los norteamericanos, enviaron “al muere” a un millón y medio de personas y como quien no quiere la cosa, es decir “sin querer queriendo”, se quedaron con el petróleo, aunque en realidad ese no era su objetivo, ellos solo querían liberar a Irak.
Voluntad de Dios. La iglesia católica, bendijo cada una de las carabelas que zarparon desde los puertos de Europa. Los conquistadores tenían la misión divina, de llevará a los nativos la buena nueva de la llegada del reino de los cielos. “Traían la palabra de Dios al nuevo mundo”, pero por si acaso, también traían armas, por si los originarios se resistiesen a aceptar a Jesús en su corazón, y no quisieran entregar los recursos naturales: En ese afán, solo en Potosí, enviaron al purgatorio a 8 millones de almas.
Desde todas las esferas de la vida, el Poder, intenta someter subjetividades individuales y colectivas, eliminar proyectos comunes, desfigurar nuestra imagen en el espejo, desear ser otro, otra. Alguien poderoso y hermoso, todo lo contrario a aquel sujeto que me mira desde el espejo. El 24 de mayo del año 2008, azuzados por los medios de comunicación, los vecinos de la Capital de Bolivia, sacaron del baúl sus títulos de tataranietos de españoles y se largaron a cazar indígenas, al grito de “indios de mierda”, los llevaron a rastras hasta la plaza principal, para castigarlos con 100 latigazos y escarmentar a esta “raza maldita” que no entiende “que Sucre se respeta”. Lo inaudito y terrible, es que los cazadores y los cazados, son idénticos, por lo que resulta imposible determinar quien es indio y quién no.
Desde antaño, los dueños de las cosas, descubrieron que la verdad eterna y su dominio sobre la naturaleza, las fieras, los hombres y las mujeres, estaba escondida en el discurso del párroco y quizá por eso la capital de Bolivia, Sucre, tiene más iglesias que plazas.
El neoliberalismo boliviano, rápidamente aprendió de sus pares, a camuflar sus intenciones. Desde los noventa a nuestros días, produjo una verdadera revolución de los significantes y se acomodó feliz a las nuevas corrientes de la época.
Rebautizó el despido laboral, llamándolo “Relocalización”. A la privatización de las empresas del Estado, las nombró “capitalización”. Los medios de comunicación, asistieron entusiastas al rebautizo del mundo y se adaptaron a no llamar las cosas por su nombre.
La palabra guaraní “iyambae”, se convirtió en el símbolo de identidad de grupos de paramilitares que patrullaban las calles de Santa Cruz, escupiendo y golpeando a personas de extracción indígena. Iyambae, significa hombre libre y fue adoptada como palabra de lucha, precisamente por quienes despojaron de sus tierras al pueblo guaraní y lo sometieron a la esclavitud.
La alcaldía de la ciudad de La Paz, transita el mismo camino. Sus cuñas de radio y sus spots de televisión, repiten hasta el cansancio la palabra aimara “ñeque” que denota fuerza y rebeldía. A los buses de servicio público, los bautizaron con el nombre de “Pumakatari”. Y no cabría sorprenderse ya que Bolivia, es un país con una amplia y diversa composición indígena, sin embargo, a la alcaldía de La Paz, la gobierna un partido que fue cómplice del saqueo de 212 empresas del pueblo.
Los terratenientes, depredadores naturales de la tierra, se volvieron ambientalistas e incorporaron a su discurso “el cuidado de la Madre Tierra y de todos los seres vivos”. Tanto han depurado el mensaje y la manera de trasmitirlo que, en lo que dura un pestañeo, como un bólido pasan de un radical discurso de izquierda, a maneras y actitudes fascistas.
Durante 500 años, acuñaron a latigazos el sentido común colonial que sobrevive hasta nuestros días, la idea de que el hombre indígena era poseedor de todas las taras de un ser inferior: “holgazán, promiscuo, borracho” y como además la iglesia católica declaraba públicamente que “no tenían alma”. Por lo que carece de importancia que el presidente Evo, “llueve o truene” llegue a palacio de gobierno a las cinco de la mañana, ni que el partido de gobierno, haya sacado a más de 3.000.000 de personas del infierno neoliberal y que hoy sean clase media.
Es indio. Punto.
Fin del debate.
Comentario