Por: Anselmo Esprella
“No soy un animal, saqué el pie de la trampa”. El 9 de junio de 1537, la Iglesia Católica, descubre que es la tierra la que gira en torno al sol y no al revés, que los indios tienen alma y sentimientos, pero nadie les cree. Mucho menos los conquistadores y republicanos, que prefieren mirar para otro lado y continuar construyendo el desvergonzado sistema de exclusiones que sobrevive hasta nuestros días.
EI artículo 14, de la primera Constitución que tuvo Bolivia, señalaba que para ser ciudadano era necesario, “Saber leer y escribir… y tener algún empleo”1. La mayoría de quienes habitaban la inmensa extensión de aquella patria reciente, no sabían ni tenían. Si los elementos esenciales y constitutivos de un Estado, son el territorio y la población, Bolivia nace como un país desierto. Una gigantesca geografía de 2,3 millones de kilómetros cuadrados de montaña, selva y costa, nace sin habitantes, sin ciudadanos.
A lo largo de la historia nacional, el ámbito en que se construye ciudadanía, constituirá una práctica reservada a las élites.
En ninguno de los 157 artículos de aquella Primera Constitución, figuraba la palabra mujer ni la palabra indio o indígena; seres invisibles y escurridizos, que no tenían derecho a respirar ni a desahogarse, sin permiso.
Junto a la Primera Constitución, nacen también las naciones clandestinas. La nación oficial nunca habla de ellas, pero existen. En este frustrado nacer de Bolivia, el indígena será el único sector que contribuirá a las arcas. Sector contribuyente, pero no perteneciente.
EI 26 de octubre de 1839, durante el gobierno del General José Miguel de Velasco, el Congreso sanciona una ley que refuerza la exclusión a las naciones y pueblos: “Solo los ciudadanos que sepan leer y escribir y tengan un capital de 400 pesos, gozan del derecho al sufragio”2. Las elites se atribuyen el privilegio de la democracia, derecho universal negado a los pueblos.
El 20 de marzo de 1866, el General Mariano Melgarejo, emite un decreto que instruye el remate de las tierras de las comunidades indígenas. (Su presidencia, representó de muchas formas la llegada al poder, de la elite minero terrateniente, acaudalados militantes del Partido Rojo, donde participaba toda la oligarquía boliviana. Después, las castas abominarán su nombre, pero el miembro “más distinguido” de aquel partido fue: Mariano Melgarejo). El decreto establecía que toda propiedad comunitaria, es del Estado y demanda que quienes viven en ellas, compren títulos de propiedad individual, cuyos precios oscilan entre 80 y 100 pesos. Los juristas de Melgarejo, saben que el pueblo es analfabeto, por eso “…no se hizo conocer el decreto a la indiada, resultó ésta infringiendo la norma, a cuya causa hubo de perder las tierras. El gobierno las vendió a sus acaudalados adictos”3: El Estado republicano, reconoce a los indígenas como ciudadanos, si éstos, venden sus tierras.
En octubre de 1934, en plena Guerra del Chaco, los Jilakatas de las provincias próximas al Lago Titicaca, llegan a un acuerdo con los militares que patrullan las comunidades buscando adolescentes para arrastrarlos a la guerra. Les dicen, si vamos a enviar a nuestros jóvenes al matadero, que sirva para que los niños campesinos aprendan letras. El gobierno se comprometió a construir escuelas rurales en las comunidades. Salieron entonces de la montaña, unos chiquillos de ojos espantados, se despidieron de sus padres sin palabras ni lágrimas y marcharon al Chaco. La mayoría no regresó jamás. A los que por un descuido del destino pudieron volver de la condenación eterna, la comunidad los llamará “machaq ciudadano”, “Ciudadano Nuevo” que tuvo que ir al infierno, morir varias veces, para merecer esa categoría.
El 10 de mayo de 1945, al concluir el Primer Congreso Indigenal, las naciones y pueblos, marchan por la ciudad desierta gritando vivas a un país que por primera vez, les permite caminar por las aceras, como cualquier hijo de vecino. Un año después, los dueños de las cosas, colgarán de un farol al presidente Villarroel, facilitador de aquella herejía de igualdad y todo volverá a la normalidad: las personas por la acera, los animales por la calzada.
El 9 de abril de 1952, el pueblo, harto de ser el que siempre muere, en esta gran guerra de posiciones, contra un Estado asesino serial, en solo tres días acaba con el ejército republicano. Este hecho permite al pueblo conquistar ciudadanía política, por lo que el 21 de julio de 1952, se promulga el Decreto de Voto Universal, hombres y mujeres, cualquiera sea su grado de instrucción y condición social; podrán sufragar. Pero un partido oportunista se apropiará de la sangre derramada, de las banderas y del gobierno. A “los revolucionarios” de papel, les durará la euforia nacionalista, exactamente 4 años, después volverán a entregar a EEUU las minas y el petróleo, recuperados por el pueblo.
Pero transcurrirán todavía, otros 50 años, para que el pueblo rompa la maldición y vote por sí mismo. “Anoche te esperé, 500 años pasaron, ya es hora de que salga el sol”, decía un graffiti en la ciudad de La Paz, en pleno neoliberalismo y cuando ya comenzaba a divisarse en el horizonte, la silueta de un pequeño partido de campesinos, perseguido por la policía, el ejército y la DEA.
Amontonaron las calles de cadáveres, entonces en plena noche, salió el sol y fue 18 de diciembre del año 2005.
Como era de esperarse, el gobierno de Evo, no tuvo ni tendrá ni un solo día de tregua. Lo sabíamos. Ellos nunca votaron por nosotros ni lo harán. Nunca les interesó el país ni la democracia.
Casta que escribía poesía, mientras enviaban al pueblo, al matadero. Por eso perdieron tres guerras, por eso le robaron sus empresas al país más pobre del continente y continuaron como si nada, masticando chicle y gobernando un país al que temen, en la misma proporción que desprecian.
Hace 200 años que la Bolivia de la resaca, viene diciendo que no se puede. Con sus mejillas coloradas, sus manos sin oficio y su corazón huérfano de pasiones, tanto que por desidia y cobardía, fueron incapaces de oponerse militarmente a este gobierno, entonces contrataron mercenarios croatas, húngaros, argentinos, uruguayos y brasileños, para que conquisten la independencia de la Media Luna y luego se la entreguen a ellos, que aguardaban desparramados en la hamaca.
En Bolivia, dicen que los perros de la oligarquía, igual que sus dueños, ladran de echados.
El pueblo no renunciará al pan ni a lo conquistado, tampoco al derecho, a tener derechos.
Notas:
1.- http://www.lexivox.org/norms/BO-CPE-18261119-1.xhtml
2.- HERBERT S. Klein, “Historia de Bolivia” librería editorial JUVENTUD. P. 156
3.- MONTENEGRO Carlos, “Nacionalismo y Coloniaje” editorial LOS AMIGOS DEL LIBRO. P. 148
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