Argentina se acuerda, afortunadamente, de loq ue pasó hace treinta y cuatro otoños pero, en general, sólo una vez al año. Argentina no agenda a los muertos y muertas en democracia, a sus desapariciones. Porque tiene memoria selectiva, quizá guarda esos recuerdos en el subconsciente para sacarlos en las ocasiones que haga falta, sin que estorben mientras tanto.
Hay pocos casos que se conocen con nombre y apellido y se retienen. Argentina va borrando pistas. Si le nombran a Julio López, automáticamente lo identifica, aunque no pueda encontrarlo, o no quiera. Porque Argentina también es perezosa. Si anotamos en un papel el nombre de Mariano Ferreyra, ella diría que sabe quién es, que lo vio por la tele y que estima quiénes son las y los responsables, pero que no puede hacer nada porque no está a su alcance. Argentina se rinde fácil.
Luciano Arruga, Marita Verón, Sofía Herrera, Sergio Ávalos, Otoño Uriarte, Roberto Lopez, Mario Lopez, Maxi Kosteki, Darío Santillán, Lucas Rotella y Carlos Fuentealba son sólo algunos de los tantos nombres por los cuales jamás se movió la justicia de esta diva. Sin embargo, hay más. Cientos de mujeres y niñas secuestradas y desparecidas, miles de personas que mueren de hambre o viven en condiciones infrahumanas, pueblos originarios desplazados por la industria de turno, gatillo fácil desparramado por la descabellada idea de que cualquiera pueda portar un arma, represiones en marchas y recitales, desalojos violentos de tomas de terrenos, violencia machista, discriminación que asesina, desinterés por la verdad.
Argentina se sienta en el sillón de Rivadavia y toma un té inglés mientras defiende a través de la demagogia a la soberanía y a la democracia. Argentina ha pasado por demasiadas manos, tal vez se sienta ultrajada. Hace tiempo que tiene recomendada una terapia, pero prefiere creer que sola va a salir adelante, ya no confía en sus poseedores.
Argentina a veces pide mano dura —más dura— y muchas y muchos de sus habitantes le celebran la idea de avanzar con los tanques nuevamente. Olvidó hace tiempo a quienes ocuparon sus tierras por vez primera, incluso antes de que naciera, porque ayudó a que desaparecieran. Ella prefiere que en su suelo se cultive soja y que de él se extraiga petróleo, porque así se enriquece mientras sus gentes se empobrecen.
Argentina de tanto en tanto se toma unas copas de más y estropea el panorama. Cambió el mate de la tarde por la coca cola y sus representantes, que beben la marrón sustancia como si fuera agua, dicen repudiar los tiempos de su importación para que tantos y tantas le pidan perdón. Pero no. Porque Argentina tiene un Alzheimer prematuro, y lo demuestra diariamente con sus acciones. Se llena la boca recordando a muertos, muertas, desaparecidos y desaparecidas sólo porque tiene anotado el número treinta mil en la agenda por la mañana. Ojalá en verdad los rememorara; es posible estimar que de ser así trataría de que nadie tenga que vivir similitudes en esta etapa.
Argentina debería internarse por un tiempo, pero no para realizarse la misma cirugía plástica que se practica cada cuatro años, sino para hacerse un tratamiento profundo y reestructurador de fondo, sacarse los quistes del liberalismo, arrancarse las ropas con estampas de banderas ayanquizadas y europeas, aprender de quienes hacen de ella una canción, un reclamo, una pelea, un progreso bien entendido que no haga referencia al capitalismo, una escarapela, una lección dentro de una escuela, una poesía vacía de rima, un paisaje, una verdadera osadía.
Soledad Arrieta es escritora y periodista de opinión.
Blog de la autora: www.cotidianidadeshumanas.blogspot.com
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