Con el auge del concepto de “guerra híbrida” entre las naciones, la historia reciente del mundo muestra varios ejemplos de noticias presentadas como “rebeliones populares”, “revoluciones de colores” y otras formas de guerra no convencional.
Una revisión de las guerras de Siria y Libia demuestra que, lo que la prensa occidental presentó inicialmente como “protestas reprimidas por el Gobierno”, fueron en realidad complejas operaciones de desestabilización con injerencia externa y participación de tropas irregulares, dirigidas a confundir a la población y enfrentar a distintos sectores de la población en una guerra civil.
La “guerra híbrida” utiliza “ejércitos difusos” dispersos entre la población, que incluye ciudadanos reclutados y especialmente adiestrados, actuando junto a mercenarios extranjeros, con uso de armas largas y tecnologías bélicas avanzadas.
En la era de las fake news y la sobrecarga de la información, ¿Cómo reconocer una falsa rebelión popular en el discurso noticioso? En esta nota, algunas claves.
Una falsa rebelión popular siembra el terror y la devastación, y destruye activos nacionales.
El pueblo movilizado no atenta contra los recursos de su país, ni se ensaña con sus vecinos, ni apela a la tortura y el asesinato.
Una falsa rebelión popular asesina policías y ciudadanos por igual, secuestra poblaciones, incendia edificios gubernamentales y emisoras de radio, destruye caminos y fuentes de energía. Intenta sembrar el terror y paralizar la actividad económica.
Una falsa rebelión popular es promocionada en la prensa como “un reclamo ciudadano por la libertad”.
Cualquier protesta popular, en general, es ignorada, relativizada o estigmatizada sobre la base de falsas premisas.
En una falsa rebelión popular, los comunicadores se entusiasman con su accionar, elogian o justifican a sus líderes y culpan automáticamente al gobierno por el saldo de heridos y víctimas. Y si el Gobierno responde endureciendo las medidas para combatir la violencia, se lo acusa de “totalitario”
Una falsa rebelión popular habla un lenguaje de odio, acusa sin pruebas y carece de programa político.
Una auténtica movilización popular tiene un programa de demandas, utiliza petitorios y apelaciones a la ley, y pone el acento en los procesos colectivos.
Una falsa rebelión popular repite eslóganes vacíos (“abajo la dictadura”, “libertad de expresión”), convoca acciones militares externas y promueve el odio contra ciertas personas, grupos étnicos o funcionarios de gobierno. También, sin pruebas, acusa de crímenes horribles a sus rivales políticos.
Una falsa rebelión popular usa armas largas, explosivos y pertrechos militares.
Una protesta popular carece de armamento militar. En los casos en que los ciudadanos empuñan palos o antorchas, son presentado por los medios como peligrosos e irracionales.
Una falsa rebelión popular muestra sujetos encapuchados empuñando armas largas, convoyes de vehículos de alta gama y tecnologías de comunicación que no llaman la atención de los periodistas.
Una falsa rebelión popular es acompañada por sanciones diplomáticas y económicas de las metrópolis imperiales.
Toda protesta popular, por definición, es ignorada por los poderes globales por su alcance local, por indiferencia o por respeto a los “asuntos internos de cada país”.
Una falsa rebelión popular, en cambio, moviliza todos los recursos de la diplomacia internacional: se imponen sanciones económicas, se bloquean cuentas en el exterior o se aísla al “régimen represor” por todos los medios posibles.
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