Por: Rafael Poch de Felín
Hace unos diez años asistí a un distendido cónclave de la mafia local en un bar de la populosa ciudad china de Chongqing. Una tertulia de seis o siete personajes de todo el país que manejaban en torno a una taza de te los negocios de aquella prodigiosa urbe, entonces aún en construcción. Me llevó un americano, quizá agente de la CIA, que mostraba gran familiaridad con todos ellos. Hablaban entre ellos con total desenvoltura de la próxima guerra. Enfrentaría, decían, a Estados Unidos y China. Me impresionó el consenso: el asunto de la guerra era inevitable y China saldría vencedora. De esa conclusión participaba hasta un dinámico capo de Taiwan.
Hablar de la posibilidad de una guerra, sino de su inevitabilidad, se ha convertido en tópico. Pero no en conversaciones de café, por desgracia, sino entre quienes toman las decisiones al respecto. Lo primero es grave cotejado con lo segundo: a diferencia de los años ochenta, la sociedad civil europea es hoy completamente ajena a ese peligro, pese a que las medidas y los discursos de los poderosos son inequívocos y deberían suscitar la máxima alerta social. Eso es lo que marca, precisamente, el Doomsday clock, el reloj del juicio final nuclear que mantiene desde 1947 el Bulletin of the Atomic Scientists y que este año marca las doce menos dos minutos, un nivel de alarma que no marcaba desde 1953 en lo más crudo de la Guerra Fría.
Un nuevo desastre
Todo esto viene a cuento del anuncio de que Estados Unidos se retirará del acuerdo firmado en 1987 con la URSS en materia de prohibición de los misiles nucleares de alcance intermedio (INF), realizado el 20 de octubre por Donald Trump. La medida es un nuevo desastre que prosigue el desmantelamiento de los grandes acuerdos que ordenaron la tensión nuclear global entre las dos superpotencias e iniciaron luego, con Gorbachov, un importante desarme estratégico desde finales de los años sesenta del siglo XX; el acuerdo de no proliferación nuclear (de ámbito global pero cuyo primer artículo obligaba a los tenedores de la bomba a desarmarse), el acuerdo ABM de 1972 que limitaba los sistemas interceptores de misiles (con el fin de que no dieran lugar a la instalación de más misiles estratégicos -largo alcance- para escapar a su posible interceptación, lo que abría una escalada de proliferación sin horizonte), así como los sucesivos acuerdos de reducción de misiles estratégicos START. Siempre por iniciativa de Estados Unidos, esos acuerdos han sido anulados (ABM, INF), ignorados, o descafeinados. Eso último es lo que ocurrió con los acuerdos START a partir del firmado en Moscú en 2002, cuando se permitió que las armas retiradas no fuesen eliminadas, sino guardadas en el almacén, lo que permitía su reversibilidad. Aquel acuerdo acabó con el desarme real, es decir, vinculante, verificable y en un marco de disminución, para entrar en otra cosa.
Desde entonces todo ha ido cuesta abajo en el marco de la quimera de la hegemonía unipolar de Washington. Apenas hay garantías ni canales de comunicación contra lo que se llamaba MAD (destrucción mutua asegurada), pero las potencias nucleares están en contacto militar directo diariamente, con barcos y aviones de Estados Unidos provocando y acechando las fronteras de China y de Rusia, en el mar de China meridional, en el Báltico, en Europa del Este y en el Mar Negro, por no hablar de los contactos en el conflicto de Siria. En las actuales condiciones la posibilidad de incidentes o accidentes entre potencias nucleares es solo una cuestión de tiempo.
A los despistados que hablan de “responsabilidades compartidas” y de “expansionismo ruso” hay que enseñarles un mapa: esas fricciones no tienen lugar en el Golfo de México, ni en Canadá. La geografía (y la retirada de acuerdos y la cuantía de los presupuestos militares) delata al principal provocador.
Objetivo China
La retirada de Estados Unidos del acuerdo INF contribuye a esa insana degradación, incrementa el riesgo de guerra o accidente nuclear en Europa y al mismo tiempo está dirigida contra China. El acuerdo de 1987 impedía a Estados Unidos desplegar armas nucleares tácticas. Ahora, saliendo de él, Washington puede desplegarlas alrededor de China, una potencia no concernida por aquel compromiso, y de Corea del Norte, la obsesión del demente John Bolton, consejero de seguridad nacional de Trump.
La visita de Bolton a Moscú para explicarle a Putin la retirada del acuerdo ha supuesto una humillación en toda regla para el Kremlin, cuya obsesión y gesticulación en materia estratégica (recuerden los videos de Putin en su último discurso sobre el estado de la nación, el pasado marzo, jactándose de la nueva generación de misiles hipersónicos “sin análogos en el mundo”) está encaminada a ser tenido en cuenta por Estados Unidos. Eso no es fácil cuando la desproporción de medios es tan enorme: Washington se gasta 700.000 millones de dólares anuales en sus militares, mientras Rusia no llega a los 70.000, y eso sin contar a los aliados europeos de la OTAN que, sumados a EE.UU arrojan 950.000 millones. Bolton les ha dicho a los rusos que la retirada del INF no es contra ellos, sino contra los chinos. Imposible imaginar mayor ofensa a Putin que decirle: “contigo ni siquiera contamos”.
Más peligros
El Presidente ruso ha advertido, en buena lógica, que sin el INF, “si Estados Unidos despliega nuevos misiles (nucleares) intermedios en Europa, las naciones europeas estarán en riesgo de un contragolpe (ruso)”. Y en Pekín el Presidente Xi Jinping ha recibido el mensaje.
Xi comprende perfectamente que las sanciones y barreras comerciales de Trump no son una disputa comercial, sino una ofensiva directa contra el desarrollo y ascenso chino, es decir contra lo más sagrado de la política china. El pivot to Asia (despliegue del grueso de la potencia aeronaval americana alrededor de China), y el cuarteto militar formado en Asia con Japón, Australia e India, forman parte de la misma demencial arquitectura que la retirada del INF.
En un discurso pronunciado el jueves ante los mandos de la región militar del sur, responsables de la vigilancia del estrecho de Taiwan y de las islas en disputa, Xi instó a sus militares a “concentrarse en prepararse para luchar y ganar en una guerra”. “Debemos aumentar las maniobras para disposición al combate, los ejercicios conjuntos y las maniobras de confrontación para mejorar la capacidad de las tropas y la preparación para la guerra”. Casi simultáneamente, en el Foro de Seguridad de Varsovia, el ex jefe de las fuerzas militares americanas en Europa, Teniente General Ben-Hodges, lanzaba su pronóstico; “no es inevitable, pero creo que en los próximos quince o diez años tenemos una gran posibilidad de estar en guerra con China”. Más o menos lo que decían hace diez años mis simpáticos mafiosos de la tertulia de Chongqing, aunque sin el victorioso pronóstico que lo acompañaba…
Reacciones de la ASEAN, señales de la UE
El domingo concluyeron en la costa de la provincia de Guangdong (Cantón, China meridional) las primeras maniobras militares conjuntas de China con la ASEAN, la organización que engloba al grueso de los países de la región, muchos ellos en disputa territorial con China. En ellas participó hasta Vietnam, seguramente el país de la región más receloso de China. Y coincidiendo con esas maniobras visitó Pekín nada menos que el primer ministro japonés, Shinzo Abe. El mensaje que arroja todo eso es claro: Asia Oriental no se deja implicar en una dinámica de bloques y no está interesada en la militarización de las tensiones propiciada por Washington. Ni siquiera Japón, India y Australia, miembros del cuarteto antichino organizado por Washington, están entusiasmados con esta jugada. En la Europa cuya seguridad y política exterior están hipotecadas por la OTAN, algo parecido a lo que emite la ASEAN es impensable. El agravio comparativo es inmenso.
Las potencias europeas tampoco están entusiasmadas con la retirada americana del INF que abre un escenario de tensión nuclear en Europa en el que los europeos pagan los platos rotos. Eso se suma al enfado por la retirda de Washington del acuerdo nuclear con Irán y al despecho por los nuevos proteccionismos y presiones comerciales de Donald Trump. En ese contexto, Angela Merkel y Emmanuel Macron aparecieron retratados el sábado en Estambul cogiditos de la mano con Erdogan y Putin tras firmar una búsqueda negociada y consensuada al avispero sirio que hasta ahora era para ellos un asunto de cambio de régimen. Y en la foto no estaba Estados Unidos. Aunque pequeña, es una buena noticia. No dan para mucho más: la UE está todavía muy lejos del sentido común.
La guerra no tiene futuro si los corderos no se dejan arrastrar al matadero, pero en Europa los corderos están entretenidos con otros asuntos y parecen enteramente ajenos al claro incremento del peligro de guerra que vivimos.
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