Por: Alberto Rodríguez García
Netanyahu se encuentra en un momento de crisis política interna debido a su gestión del conflicto con Hamás en Gaza, que le ha costado el rechazo del ala más conservadora de su gobierno. Líbano sigue sin conseguir formar un gobierno tras las elecciones. Y en este contexto, Hezbollah desde Líbano y Netanyahu desde Israel han comenzado una campaña para desgastarse mutuamente en la que la organización chií se está imponiendo.
A principios de diciembre estalló la polémica cuando Israel anunció que había encontrado túneles construidos por Hezbollah desde Líbano para infiltrarse en territorio israelí a través de aldeas árabes del sur del país. Esto hizo que los israelíes adoptasen un lenguaje intimidatorio contra Hezbollah, pero lejos de hacer que se amedrente la milicia chií, la organización liderada por Hassan Nasrallah ha lanzado una campaña de guerra psicológica que busca humillar y ridiculizar a las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) que patrullan la ‘línea azul’; término con el que se conoce la frontera entre Israel y Líbano controlada por la Fuerza Interina de Naciones Unidas para el Líbano (UNIFIL), encargada de evitar que estalle un nuevo conflicto entre ambos países.
Desde que Israel lanzase el Operativo Escudo del Norte para destruir los túneles de infiltración desde Líbano ya han encontrado dos que estén verificados y confirmados por Naciones Unidas. Entre tanto, el gobierno provisional de Líbano, presidido por el aliado de Hezbollah Michel Aoun, evita pronunciarse sobre el tema para ganar tiempo.
Mientras Israel intenta vender como victorias la destrucción de los túneles que encuentran, Hezbollah se limita a responder de la forma que más duele: desacreditando a las IDF.
La jugada más sonada de Hezbollah fue el del pasado 9 de diciembre, cuando publicaron fotografías de soldados israelíes trabajando en la frontera. Lo alarmante de la fotografía es que los soldados estaban de espaldas al fotógrafo y completamente desprotegidos. Ese día, además, robaron dos ametralladoras pesadas a las IDF.
Netanyahu respondió elevando el tono, con amenazas de un ataque contundente si Hezbollah atacaba a soldados israelíes o boicoteaba el Operativo Escudo del Norte. Otro golpe más llegó desde Líbano entonces, cuando el presidente Michel Aoun anunció a la prensa que no estaba preocupado porque no había ningún riesgo de escalada bélica. Durante una rueda de prensa, Aoun explicó a los medios que Estados Unidos fue quien avisó a los diplomáticos libaneses que Israel no tenía intenciones agresivas. Esto llega prácticamente al mismo tiempo que el rechazo de Estados Unidos a la proposición de Israel de imponer nuevas sanciones a Líbano por las acciones de Hezbollah.
Según el portal israelí Debka, Hezbollah está planeando organizar movilizaciones contra Israel en la frontera, emulando las protestas de Gaza cada viernes. La intención sería presionar a las IDF y sabotear el Operativo Escudo del Norte de un modo que los israelíes no pudiesen responder con acciones letales.
Es importante tener en cuenta que la milicia chií no sabe la información con la que cuenta Israel. Por eso mantiene un perfil bajo, donde sus ataques no son amenazas si no una especia de ‘humillaciones’. Se trata de una estrategia muy calculada en la que prefieren mantener un perfil bajo antes que cometer el error de mostrar sus cartas y ser ellos los que queden desacreditados.
La nueva guerra entre Israel y Hezbollah ya no es como la de 2006. Ahora las balas las han sustituido por tinta, donde las declaraciones y el impacto mediático son lo que realmente importa. Es la guerra de las ‘relaciones públicas’.
Miedo al conflicto armado
Una guerra con Hezbollah no es lo mismo que lanzar misiles contra un aeropuerto sirio o disparar contra manifestantes en Gaza. Nasrallah lo sabe, y por eso responde con provocaciones a las amenazas de Netanyahu en un intento de buscarle las cosquillas y conocer cuál es su límite.
Los israelíes saben que una guerra directa contra el ‘partido de dios’ sería un auténtico suicido. Hezbollah ya no es el grupo de hace una década. Con la guerra de Siria han adquirido una experiencia incluso mayor que la que tienen las Fuerzas Armadas Libanesas. Han perfeccionado el combate urbano, las tácticas de asalto, saben coordinarse con aviación y artillería, poseen armamento moderno… y sobre todo, tienen bases, asesores y soldados iraníes muy cerca.
Siria se ha convertido en un campo de entrenamiento a gran escala para Hezbollah y además les ha dado una legitimidad tal que su coalición fue la más apoyada durante las últimas elecciones. Tienen la moral muy alta. Ganaron una guerra y no han dejado de prepararse para otra desde el 15 de agosto de 2006; el día siguiente a la firma del alto el fuego de la guerra de Líbano.
Hassan Nasrallah se ve fuerte, y ya ha avisado más de una vez que si estalla la guerra, no solo se combatirá en Líbano como en el pasado; pretenden llevarla también a Israel hasta capturar Galilea.
Netanyahu por su parte ha demostrado con acciones, como el reciente cese el fuego con Hamás después de 2 días de violencia, que no está dispuesto a involucrarse en conflictos largos. La vía de la violencia bilateral no le interesa porque no le beneficia. Mucho menos si la violencia es contra un enemigo capaz y con unas unidades de élite, al-Radwan, activas y experimentadas. Sencillamente el conflicto tendría unas consecuencias terribles que nadie quiere asumir. En un momento además, en el que el ejército israelí tiene serias deficiencias a las que no se están poniendo solución.
Aun así y en el dudoso caso de que alguno de los dos bandos tuviese la terrible ocurrencia de atacar, hay 10.500 efectivos de la Fuerza Interina de Naciones Unidas para el Líbano patrullando la ‘línea azul’ para asegurarse de que se cumple la Resolución 1701 de Naciones Unidas que establece el fin de las hostilidades entre Israel y Hezbollah.
Israel no puede permitirse seguir cometiendo errores. La guerra psicológica, la guerra mediática y la guerra diplomática la están perdiendo. Con menos recursos, Hezbollah se las ha ingeniado para transmitir una imagen de seguridad, fuerza y dominación frente a su enemigo. Nasrallah no necesita amenazar a nadie, porque la amenaza va implícita cuando publican imágenes de soldados israelíes desprotegidos, cuando difunden videos con las coordenadas exactas de posiciones de las IDF o cuando, ridículamente, les roban armamento.
A pesar de la tirantez, cada vez mayor, el conflicto directo no parece estar en la agenda de ninguno de los bandos. Sin embargo, no se puede afirmar que la paz esté asegurada. Apenas unos metros, en ocasiones sin muros ni alambres de espino de por medio, separan a los soldados israelíes de las fuerzas libanesas, y solo hace falta una bala para que se descontrole la situación. Cualquier error será fatal.
Lo que está claro es que este 2019 va a ser un año muy tenso y puede que la antesala de un nuevo conflicto armado. En esta guerra de ‘relaciones públicas’, donde todos los actores se intentan llevar al extremo, el factor que determinará lo que pasará, será la crisis política interna de cada uno y cómo le pondrán solución:
¿Líbano podrá formar gobierno con una fuerte influencia de Hezbollah? ¿Quiénes asumirán el poder en las elecciones legislativas del 5 de noviembre de 2019 en Israel?
Las respuestas a estas preguntas serán clave para saber si el conflicto pasa de lo mediático a lo militar. Y mientras, habrá que seguir la actualidad con una certeza: las claves están en los detalles que a simple vista no vemos.
Comentario