Por: Daniel Bernabé
No sé si recuerdan que a finales de los noventa el grupo británico Radiohead lanzó el ya clásico Ok Computer, un disco en el que la distopía alcanzaba aquel presente llenándolo de críticas al malestar posmoderno y la globalización. Para promocionar una de sus canciones, No alarms, se grabó un vídeo donde se veía la cabeza del líder de la banda, Thom Yorke, metida en una urna de cristal. Mientras que el tema avanzaba el agua empezaba a llenar aquella urna, sintiendo el espectador una terrible sensación de ahogo que, justo en las estrofas finales, se liberaba al desaparecer el agua súbitamente y permitir a Yorke poder volver a respirar en una especie de reencuentro con la vida. Bien, el resumen de las las elecciones generales del 28AA en España podría ser este, sobre todo después de esperarse una fulgurante y decisiva entrada de la ultraderecha que al final no lo fue tanto.
Otro resumen se pudo dar al final de la jornada, cuando Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, partido ganador de las elecciones –España no es un sistema presidencialista, aunque parezca haberse olvidado– salió a celebrar su victoria a las puertas de Ferraz. Los simpatizantes y afiliados allí congregados, además de mostrar su júbilo, le mandaron un mensaje claro al líder socialista: mientras que aplaudían la comparecencia de Garzón e Iglesias, líderes de la coalición de izquierdas Unidas Podemos, gritaban “con Rivera no”, en alusión al jefe de Ciudadanos, de centro-derecha neoliberal, ya que serán necesarios pactos para la formación de Gobierno. Hoy, sumándose a los editoriales de The Economist y Wall Street Journal, Ana Patricia Botín, presidenta del Banco Santander, ya ha dejado claras sus simpatías por el pacto socioliberal. ¿Quién tirará más de la cuerda, los poderes económicos o las bases de los partidos de izquierda?
Los pactos de gobernabilidad, además de estar fuertemente influidos por esta variable, también lo estarán por las inminentes elecciones autonómicas y municipales que sucederán en apenas un mes. Aunque el pacto restauracionista será la apuesta del Ibex 35, los grandes medios y las estructuras profundas del Estado, tanto Rivera como Sánchez lo tendrán difícil si no quieren decepcionar a sus votantes. El poder político descentralizado es mucho y muy efectivo y ambos partidos necesitan obtener un resultado que confirme sus resultados alcistas de las generales. El pacto de izquierdas, por otro lado, resulta algo más difícil al requerir la presencia de más actores. A PSOE y Unidas Podemos, con sus aliados catalanes de En Comú Podem, se les tendría que sumar el Partido Nacionalista Vasco, de tendencia demócrata cristiana, y los valencianos de Compromís. Logrando la abstención de los independentistas catalanes y vascos, al menos en segunda vuelta cuando sólo se requiere una mayoría simple, el gobierno sería posible.
En todo caso es digna de destacar la trayectoria política de Pedro Sánchez. El madrileño, de 47 años, llegó al poder al desbancar al conservador Rajoy tras una moción de censura por los casos de corrupción en los que se vio envuelto el Partido Popular, por lo que aun siendo un presidente legítimo necesitaba el soporte moral de ganar una elecciones. Sin embargo su ascensión al poder no ha estado exenta de sobresaltos, en especial en lo que se conoció como “el golpe de Ferraz”, cuando parte de la dirección más conservadora de su partido unida al poder económico y mediático, como él mismo reconoció en una entrevista, le hicieron dimitir de su cargo de Secretario General del PSOE en octubre de 2016. Cuando todo el mundo daba por acabada su carrera política, dimitió de su condición de diputado y se embarcó en una misión aparentemente suicida para recobrar su cargo. Tras recorrerse media España sin apenas medios consiguió volver a ganar las primarias socialistas en mayo de 2017 con más del 50% de apoyos de las bases de su partido.
Siguiendo con la izquierda, Unidas Podemoslogró una de esas derrotas dulces que la aritmética política te puede otorgar, ya que con menos diputados tendrán una mayor influencia si consiguen trazar la alianza con el PSOE y el resto de actores. Convendría, de todos modos, detenerse en esa pérdida de escaños para entender que aunque han pasado de 71 diputados a 35 las causas son varias. En primer lugar el bloque principal del anterior grupo parlamentario, conformado por Podemos, IU y Equo, tan sólo se ha dejado algo más de cien mil votos respecto a la cita de 2016, lo que equivale a diez diputados menos. Parte del problema ha venido por su socios gallegos de En Marea y los valencianos Compromís, que al decidir concurrir solos se han quedado sin representación o han bajado de nueve diputados a uno, respectivamente.
Si comentábamos que los últimos años para Pedro Sánchez no fueron fáciles, los últimos meses para Pablo Iglesias fueron un auténtico calvario. Acusado por sus detractores de haber tomado un perfil cesarista dentro del partido, además del asunto del famoso chalet, a Podemos se le fue prácticamente la mitad de sus cuadros dirigentes con la escisión de la corriente errejonista del pasado enero, la enésima maniobra para desbancarlo de la dirección pasadas las elecciones, que dio una imagen de división muy poco recomendable en periodos electorales. Si algo ha ganado Unidas Podemos es que, además de poder aumentar su influencia, tendrá que lidiar con menos componendas al reducir significativamente sus fricciones internas con los errejonistas y demás confluencias del anterior grupo parlamentario. Una vez más, Podemos, Izquierda Unida –con el regreso del Secretario General del Partido Comunista al Congreso– más los ecologistas de Equo, tendrán la oportunidad de, o bien tener tareas de gobierno en el país –algo inédito en democracia– o ser una oposición de izquierdas, si no decisiva, sí relevantee.
Otro de los grandes protagonistas de la noche, en negativo, fue el Partido Popular y su dirigente Pablo Casado, que decidió encaminar su organización hacia una radicalización de derechas en un proyecto del que posiblemente él haya sido su figura tan sólo ejecutora, pero que tenía tras de sí a Aznar, ese Macbeth que no acaba de superar las jornadas posteriores al atentado del 11 de marzo de 2004 y que ha sido pieza clave del proyecto de involución reaccionaria. Aunque son segunda fuerza parlamentaria han visto reducida su representación de 137 a 66 escaños, rompiendo todos los suelos posibles y quedándose a un paso de ser adelantados por Ciudadanos, lo que les busca no sólo un problema de influencia política, sino también de financiación.
El Partido Popular es una organización cuyo mayor pegamento, más allá de unas líneas ideológicas muy difusas, ha sido el dinero, el que procedía de su mediación, no siempre legal como se demostró judicialmente, entre los intereses privados y el poder público. Va a ser difícil contentar a tantas corrientes y familias con unos ingresos mermados, y aunque lo habitual sería que sus acaudalados contactos en las finanzas cuidaran de ellos, la gente que maneja este campo nunca invierte en una apuesta que va a la baja. El aznarismo no va a dejarse torcer el brazo fácilmente –tendrán la coartada de las dos elecciones perdidas por Rajoy antes de su victoria en 2011– pero habrá sectores, encabezados entre bambalinas por Soraya Sáenz de Santamaría, que intentarán retomar la senda centrista del partido.
Ciudadanos, como espejo de Podemos, ha obtenido una victoria amarga, una que le ha permitido recabar un millón de votos más y pasar de 32 a 57 diputados, pero que si no consigue llegar a un pacto de gobierno con el PSOE, algo que ha negado por activa y por pasiva Albert Rivera, le condenará a la intrascendencia parlamentaria. Y esta puede ser una de las claves, el ver si su líder decía medias verdades tácticamente o, imbuido por el rojigualdismo, se creía sinceramente la sarta de exageraciones que en el mitin reaccionario de Colón se dijeron contra Sánchez. Si es la primera opción los que le sacaron del matraz respetarán su mandato, si es la segunda alguien se encargará de destapar algún escándalo para quitarle de enmedio y poner a Inés Arrimadas en su lugar. Es lo que tiene nacer hipotecado, que incluso la sinceridad ideológica se paga cara.
Por último los ultraderechistas de Vox perdieron tanto como ganaron. Sus exageradas perspectivas de crecimiento, alentadas por algunos grupos de comunicación –unos dicen que para alimentar la participación a favor del PSOE, otros que por una descarada afinidad en la nostalgia franquista– ha dejado una mueca de decepción entre sus seguidores. Sin embargo la izquierda haría mal en darles por muertos o minusvalorar sus más de dos millones y medio de votos. Aunque sus apoyos han venido en su mayoría de la clase media alta, ex-votantes del PP, en algunas zonas obreras de las periferias urbanas han obtenido porcentajes en torno al diez por ciento, lo que destapa que sí han conseguido movilizar a abstencionistas desposeídos por lo neoliberal. Aunque paradójicamente su programa económico se inclina sin reparos por esta forma de desestructuración de lo público, han canalizado cierto descontento que, si el Gobierno de la izquierda zozobra en sus tareas y su propio mensaje vira al estilo italiano, puede traer más de un susto.
Estas han sido unas elecciones donde España ha golpeado a los que han decidido hablar por toda ella, reduciendo el país a la versión más derechista del mismo. Queda por ver cuál puede ser la postura de los independentistas de Bildu y ERC, ya que ambos han obtenido muy buenos resultados, para resolver los problemas territoriales de un Estado que no puede postergar más definir cuál va a ser su modelo de descentralización.
Estas han sido unas elecciones donde las líneas de clase han vuelto a hacer su reaparición, con discursos más arrojados por parte de la izquierda, lo que no ha significado abandonar otras vertientes de conflicto, como el feminismo, sino buscar un discurso que agregue a un sujeto político mayor. La izquierda ha salvado los muebles en esta ocasión, pero su dubitativo discurso nacional, su atomización identitaria y sus peleas internas, si no son corregidas, les pueden llevar a que el electorado no perdone de nuevo estos errores. Iglesias y Garzón son dos buenas piezas en campaña, uno con su estilo más duro y directo, el otro con su particular retórica pedagógica, pero no van a poder intentar siempre una remontada de último minuto.
Estas han sido unas elecciones donde la derecha tradicional, uno de los baluartes históricos del régimen político de 1978, se ha hundido, donde un partido tan cambiante como Ciudadanos se ha quedado a un paso de encabezar un bloque al que sus simpatizantes no saben si pertenecen del todo, donde la ultraderecha ha conseguido introducir sus ideas en el imaginario colectivo aunque haya sido frenada al grito de “No pasarán”.
Estas han sido unas elecciones donde el PSOE, principal sustento de la democracia liberal en España, por tanto de sus libertades pero también de su orden económico capitalista, ha resurgido de nuevo de las cenizas, cerrando definitivamente la dura crisis de legitimidad del sistema, las amenazas de pasokización y el descrédito generacional. Qué lejos han quedado ya aquellos gritos que en el 15M les comparaban a los populares, qué cerca su oportunidad de desmentirlos o volver a confirmarlos.
Estas han sido unas elecciones que han evitado un nuevo “bienio negro” que no se sabe a qué consecuencias desastrosas hubiera conducido a este país, pero que quizás ha puesto la piedra angular para unos cuantos años, décadas quizá, de estabilidad del reinado de Felipe VI, trasunto de un poder verdadero que nunca se somete a los designios de los votantes.
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