Por: Alfonso Murillo Patiño
Una guerra de primera generación se dio durante la Primera Guerra Mundial: dos bandos alienados en trincheras frente a frente o en columnas claramente uniformados para distinguirse. La guerra de segunda generación significó una mayor potencia de fuego a través de artillería y bombardeos masivos de la aviación y hasta sobre las ciudades europeas. Es la industrialización y producción a gran escala de los armamentos, especialmente tanques y aviones, cuya culminación se puede decir fue la guerra de Vietnam. En cuanto a la de tercera generación está basada en la velocidad y la tecnología y apunta a dispersar a las tropas enemigas. Fue el caso de Irak luego de invadir Kuwait.
Según la definición una ‘guerra de cuarta generación’ sería la que se libra, no basada en aspectos bélicos sino en diferencias culturales apelando, valga la redundancia, a la guerra psicológica, acompañada de un gran aparato mediático y propagandístico también simbólico, entre una cultura que busca la supremacía frente a otra a la que quiere derrotar o, por lo menos, asimilarla a la suya o desactivarla. Extraoficialmente este tipo de guerra comenzó tras la caída del muro de Berlín en 1989, cuando los valores de la cultura occidental, modernizadora y capitalista finalmente se impuso al bloque comunista. Luego el enemigo, por ello mismo, dejó de considerarse en bloque; de ahora en adelante había que considerarlo como alguien volátil, escurridizo y disperso. Un claro ejemplo son los combatientes islámicos. En este último tipo de guerra la característica es su casi total asimetría entre los bandos enfrentados; por un lado el poderoso usa armas inteligentes frente a armas simples (bombas, muchas veces atadas a personas o coches bomba) o inéditas por ej. los aviones civiles en los ataques del 11 de septiembre en EEUU. atacando el emblema del capitalismo como lo fueron las Torres Gemelas. Luego, en 2001 el presidente George Busch Jr. ordena la invasión a Afganistán para acabar con los talibanes. El enemigo ya no eran los rusos ni los cubanos, sino los musulmanes tipificados de ahora en adelante como ‘terroristas’. Esta guerra fue claramente asimétrica: todo el poder de fuego la primera potencia mundial contra guerrilleros, más armados con su fe que con aviones supersónicos. Sin embargo, no pudieron ser derrotados y la guerra aquella continúa. El choque de civilizaciones anunciada por Samuel Huttington había comenzado en serio: el Islam versus el Occidente cristiano. Luego en 2003 divulgan ya a nivel global las ahora famosas fake news: ‘Irak tiene armas de destrucción masiva‘. Fue el pretexto para invadir Irak.
En Bolivia, el año 2000, y cuando gobernaba el ex dictador adenista Hugo Banzer surgieron protestas en el altiplano y Cochabamba. En el primer caso oponiéndose a la Ley de Aguas con la que pensaba gravar ese gobierno y los bloqueos fueron liderados por Felipe Quispe, El Mallku. Esta batalla se ganó porque dicho proyecto de ley fue cancelado. Otro caso por la época se dio con la Guerra del Agua en Cochabamba, cuando la empresa Aguas del Tunari, de capitales trasnacionales, decidió aplicar un ‘tarifazo’; medida que afectó principalmente a las clases desposeídas. Finalmente la trasnacional tuvo que retirarlo. De todas maneras el conflicto se saldó con dos muertos entre los vecinos y varios heridos. En cuanto al primer gran conflicto del nuevo siglo en el altiplano, los gobiernos neoliberales se dieron cuenta, que como ya no era fácil imponer las recetas del FMI y el BM apelaron a la Iglesia Católica y a sus medios de comunicación para desmovilizar y atacar a las ‘ovejas descarriadas’. Por ej., durante los conflictos el cura Eduardo Pérez, de Fides, en una estrategia infame sacó la tesis de que el aymara era una lengua de ignorantes y analfabetos, como globo de ensayo para deslegitimar a su cultura; y luego introducir paulatinamente a los indios a la globalización liberal al renegar de su propia lengua.
En 2001, Bolivia, gracias al enorme potencial gasífero del país, que con la capitalización explotaban las empresas petroleras por la Ley de hidrocarburos promulgada durante el primer gobierno de Sánchez de Lozada, quien se postula nuevamente para presidente 2002-2007 y como vicepresidente Carlos de Mesa. Éste comienza a actuar como peón en la guerra de cuarta generación apelando a las rivalidades regionales. Durante su campaña sella un acuerdo con organizaciones cívicas chuquisaqueñas, que una vez que gane las elecciones del 30 de junio de 2002, se produciría el anunciado traslado de la capital de La Paz a la ciudad de Sucre. De esta manera Mesa comenzó a atizar la guerra psicológica sembrando odio y división entre las dos regiones. Y el traslado se lo debería hacer con urgencia, sobre todo debido a los antecedentes de la Guerra del Agua y los movimientos rebeldes en el altiplano contra el gobierno de Banzer-Quiroga y su Ley de Aguas. Además hay otra razón de mayor peso: el gas. Es un hecho, que con la potencial exportación masiva del gas, TODA la región gasífera quedaría bajo el control del gobierno del MNR y de las empresas petroleras, lejos de indios revoltosos, de La Paz y El Alto, sin importar que la frontera con Chile quedara desguarnecida y a merced de nuestro peor enemigo: Chile. Como dijimos, en una guerra de cuarta generación el aspecto cultural era esencial, y una estrategia de este tipo era, por consiguiente, glorificar solo los símbolos y cultura republicanos: ‘ciudad blanca’, aristócrata de sangre azul a la vez que se negaban los símbolos indios como atentatorios a la república y al ser boliviano: la Wiphala, la importancia de Tiahuanaco, etc. Y para que esa estrategia resultara que mejor que usar a un ‘intelectual’, o un memorión y famoso periodista como Mesa (también se usan artistas, escritores, etc., para demostrar la supremacía de una cultura única sobre otras con ‘fundamento cultural’, valga la redundancia).
Una vez que se ha identificado el potencial gasífero del país, inflando las reservas de gas hasta la exageración para evitar las protestas por la exportación con la argucia de que hay gas de sobra, el gobierno Goni-Mesa inicia conversaciones para exportar gas a California y a precio muy inferior incluso al del mercado. Comienzan las movilizaciones y el gobierno lanza de nuevo una guerra mediática basada en la mentira, típica de la de cuarta generación y saca esta vez la tesis de las dos ‘Bolivias’: la ‘Bolivia productiva’ en el oriente, y limitada a los departamentos de la denominada Media Luna y que apoyan la exportación del gas por un puerto chileno a USA, frente a la ‘Bolivia conflictiva’: el occidente que se opone a que se entregue el recurso natural y nada menos por un puerto chileno. Otra vez metidos los medios de la iglesia como Fides, el cura José Gramount de Moragas y los medios empresariales especialmente del oriente. Todos repiten que la Bolivia india no acepta el progreso, es el país de los cocaleros, los campesinos, los idólatras indios asentados en la mayor capital india de América: La Paz, frente a blancos que si quieren el progreso y apelan a los valores de la Bolivia blanca, moderna, empresarial, liberal, encarnada en la república nacida de Charcas. Así llega la Guerra del Gas, un conflicto muy asimétrico entre el ejército y las movilizaciones populares de El Alto y La Paz; a pesar de ello Sánchez de Lozada renuncia y huye a USA. Es la segunda derrota en la guerra de cuarta generación.
La otra derrota se da cuando Carlos Mesa, aduciendo incapacidad renuncia, después de haber traicionado a la Agenda de Octubre que pedía el referéndum sobre el gas y la asamblea constituyente. Las próximas derrotas contra los ultra liberales se da con la victoria de Evo Morales el 2006, la Asamblea Constituyente y la aprobación de la Nueva Constitución Política del Estado. En suma la derrota de Mesa por la capitalidad, a quien, por otra parte se lo podría considerar como el autor intelectual y verdadero de la Calancha y nombrado, en consecuencia, Mariscal es el caballero blanco que le da identidad a las clases medias decadentes en su próxima derrota al negar a los indios y a sus símbolos del Abya Yala.
Alfonso Murillo Patiño es licenciado en Literatura, antiestadounidense y militante evista del proceso de cambio.
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